[bigletter custom_class=»»]Hay un lagarto bajo la cama, adivino sus escamas y el filo de sus garras. Callado, duerme amparado en la sombra de mi propio calor.[/bigletter]
Te he dejado ir, ridículamente de a poco, pero a veces te extraño. Extraño lo disfuncional, lo difícil que era alcanzarte, tener tu atención. Extraño la ternura que me dabas a cuentagotas y que aun así me enganchaba tanto.
Quiero creer que ya no te persigo a ti, sino al fuego que me llenaba de arriba abajo y a las ganas de ser, de vivir, de sentir. Porque luego recuerdo cómo al mismo tiempo a tu lado quería escapar, gritar y romper todos los espejos de esta casa.
Todavía puedo sentir el imán, pero me alejo con todas mis fuerzas y silencio. No quiero saber más nada de ti, me gustas ausente cuando soy yo quien te rechaza. Sé que lo sabes y aprietas la mandíbula como hacías al dormir; tu pesadilla hecha realidad.
Tengo tu imagen fija en mi cabeza, grabada la fuerza con la que mis brazos te rodeaban y los tuyos a mí, exactos, perfectos. Y entonces vuelve esa fantasía que construí con palabras tuyas: “estamos hechos el uno para el otro”, me decías mirándome a los ojos. Nunca una mentira había sonado tan real.
Abstinencia. Ansiedad. Deseo. Por lo roto, que es lo que conozco, por los fragmentos de mí que no saben qué hacer sino sufrir y no se resignan a soltarte.
Hay días en que me sepultan todas las tristezas como rocas en alud, una más pesada que la otra, y hasta los más insignificantes granos de arena son pedazos de fierro que hieren, sangran, marcan y dejan en mi boca el sabor del metal oxidado y la lengua se me escalda de tantos recuerdos podridos.
Hay un lagarto bajo la cama y quiere arrastrarme a su aspereza, tomarme entre sus garras y clavarme los colmillos hasta dejarme inmóvil. Se camufla con el humo y las cenizas que dejó a su paso el fuego y no se mira nada a la distancia sino resabios del caos.
Éramos dos / fuertes / débiles juntos. Fuimos la aleación que se creyó imposible y se hundió con la fuerza que un día une y al otro separa. Vivo en un punto muerto donde el hoy no existe y queda el ayer que nadie atestiguó.
Anoche volviste a mi cama reptando en forma de sueño, no de cuerpo como tantas veces antes. Llegaste y se volteó el insomnio, no había manera de despertar, de destrabar mis manos que parecían soldadas a tu espalda y mis dientes a tu cuello.
De la pesadilla sólo quedó el desastre, el ruido, la falta de calma, la ruptura de nuestras almas. Heridos de muerte ya nunca volvimos, te fuiste y me quedé con el cuerpo tenso de tanto extrañar, de tanto querer (el caos).
Abrí los ojos y aquí no estabas, pero el lagarto bajo la cama no se va, lo escucho respirar inmerso en su espera paciente y atento para devorarme el día que grite tu nombre.
Killing me
Sasha Keable ft. Jorja Smith