[bigletter custom_class=»»]No se deje engañar, hijo mío, por las imágenes del comandante impresas en cientos de remeras, gorras, mochilas y pines que cuanto muchacho ignorante porta porque dice estar en contra de todo lo que le signifique una autoridad. Esa no es la revolución, esa no es la desobediencia; hacer un desmadre y preparar molotovs en su casa no lo hará libre, no logrará hacerse escuchar y sí, en cambio, ponerse usted mismo en el ojo de cualquier policía, fichado por el resto de su vida, etiquetado como un simple revoltoso.[/bigletter]
No, mijo, usted lea, haga la revolución con su conocimiento, con sus acciones pensadas, no a lo zonzo. Fíjese nomás en las marchas, que ya nadie sabe ni le importa por qué se organizan; no es broma cuando escucha que puede hacer un cambio mayor dejando de comprarse una coca-cola que mentando madres a los políticos sin que uno solo de ellos lo escuche. A ellos los insultos les vienen guangos porque no tienen consciencia, porque la olvidaron cuando se subieron al tabique del poder, porque alguien les prometió fama y fortuna. Es triste, pero de eso versa la política moderna.
Sabrá que la ideología de Ernesto, el Che, se ha deformado con el paso de las décadas; sabrá que no es usted más revolucionario si va hasta Cuba, paga un tour a la Plaza de la Revolución y se toma una foto frente al edificio con la mítica silueta. Entonces usted verá que la ideología se deformó en moda, descubrirá que los compañeros de lucha de Guevara ya no satisfacen a todo su pueblo, escuchará de traiciones que no se documentaron en libros, ni en películas, ni en poesías ni en canciones.
Se le enchinará el cuero cuando escuche algún discurso del comandante, claro, porque ese hombre sí que tenía cojones, los tuvo hasta el momento de su muerte, ante su ejecutor que, con manos temblorosas y ojos cerrados, tuvo que cumplir una orden que deseó no haber escuchado nunca, que rogó poder anular, porque sobre su nombre pesaría la premisa: “El hombre que mató al Che Guevara”.
Déjese confundir por las visiones tan distintas de un cubano mayor de sesenta y otro menor de veinticinco; sumérjase en sus pláticas, escuche a ambos sin adelantar juicios; empápese de la pasión renovada del joven que está cansado de no poder salir de su isla sin peligro de muerte y de la convicción clásica del viejo que antes muerto que dejarse vencer por el imperialismo.
Escuche, lea y siga leyendo, fórmese un juicio propio. Y entonces, sólo entonces, sabrá que esa imagen del mayor idealista latinoamericano va más allá de utilizar su rostro en la ropa por moda; sea congruente con usted mismo, con su realidad política y social. Así, la memoria de Ernesto Guevara será honrada de verdad, así comenzará a distinguir el verdadero valor, la verdadera lucha, la verdadera congruencia. Y entonces, luche desde su trinchera, si así le corresponde.
Canción: A Cuba
Autor e intérprete: Víctor Jara