[bigletter custom_class=»»]Me miro tan confiada que pareciera que esta es mi casa, este mi país. Hablo con tanta soltura este idioma que nadie ha notado que vengo desde lejos movida por los hilos de mi propio capricho: años de mirar fotografías, de estudiar las intersecciones de calles y avenidas, de imaginar mis pies sobre las banquetas tapizadas de hojas secas… de imaginar que encuentro lo que me ha buscado desde hace tanto. De imaginar que regreso a ti.[/bigletter]
Supe de esta ciudad por nuestras conversaciones a larga distancia, casi al amanecer, mientras cruzabas las carreteras de norte a sur, o de noche, hasta que sólo quedaba en el auricular el sonido de mi respiración al dormir. Decías que esta era tu ciudad favorita de todo el mundo y que nada te gustaría más que recorrerla al lado mío.
Tejí con mis manos el mapa que tu voz detallaba en mis oídos y podía sentirlo como si estuviera grabado en piedra; a ojos cerrados tracé la vía de tren que cruza la ciudad, el río que hace de frontera cuando crece con las lluvias de agosto, el edificio abandonado que indica el punto después del cual ya no es conveniente continuar. Y con la misma ceguera me enamoré de ti.
Tras el derrumbe del tú y yo como un todo, no hice sino preguntarme si algún día tendría el valor de recorrer estas calles sin ti; si me atrevía, en mi imaginación sería yo la protagonista de una historia tristísima: bañada en lágrimas, pañuelo en mano, caminaría en zigzag sollozando mientras los extraños me miraban y dudaban si acercarse a consolarme o alejarse pensando que era una loca en busca de su próxima víctima.
Pero algo muy dentro me pedía, me exigía, dejar de solamente suspirar frente a las postales que me enviaste cada mes –hasta hacer un total de doce- y decidirme a caminar hasta el mostrador de la aerolínea más barata y atravesar los kilómetros que nos separaron desde el día uno. Mi cuerpo parecía estar listo para tiritar de frío mientras en mi hogar todo era sol y tardes limpias, mis ojos habían almacenado la luz necesaria para caminar entre las sombras que quedaron tras tu partida.
Quería estar lista para lo peor, porque en realidad temía que al poner un pie en esta tierra firme fuese devorada por la avalancha de recuerdos que durante años me ocupé en ocultar bajo el colchón y que mi recién reconstruido ánimo de vivir fuera destripado por las garras de esa pantera inmortal que suele ser el desamor.
Pero la realidad fue completamente distinta y por primera vez en años mis pulmones se llenaron de un aire que no olía a ti; mis ojos dejaron de buscarte en cada persona; mi pecho no deseó encontrar el tuyo al llegar a la terminal y mi cuerpo no se quemó con la sola idea de dormir junto al tuyo.
Y por fin me descubrí harta de siempre volver a ti, a cada letra de tu nombre, al rompecabezas de esa historia que, de tan breve, no tuvo testigos ni dejó pruebas, ni siquiera logró convertirse en cadáver para poder sepultarlo, quemarlo, desintegrarlo. Por primera vez no me dolió aceptar que de tu cuerpo y de tu voz no tengo más que recuerdos, memorias de una persona obsesionada con retener el agua entre sus manos, como si alguna vez hubieran tenido ese poder, como si alguna vez el amor la hubiese acomodado en su regazo y le prometiera un final feliz.
Esta primera noche durmiendo en tu ciudad te llamo a mi sueño para decirte de frente que ya no existes dentro de mí, que tu recuerdo no logró romperme el alma como te dije aquél día; para mirarte a los ojos y no ver más allá de lo que son: dos cristales brillantes pero vacíos de amor. Esta noche te arrebato la posibilidad de seguir siendo parte de mi historia y te borro con la misma facilidad con que el viento se llevó tus palabras.
Hoy, en este país y en este idioma, me despido para siempre de ti y de mí enamorada de ti. Adiós.
Adiós
Gustavo Cerati (2006)