Once canciones que se vuelven locas
(y una reflexión sobre la narrativa)
Antes que nada, pongan a correr la playlist mientras leen. ¿Ya?, esto es serio, my friends. ¿Ahora sí? Ok, empezamos. El otro día, sin venir a cuento, quizá porque vi Cruel intentions, me puse a escuchar el Urban hymns de The Verve, discazo del 97. Y al llegar a “Come on”, la última canción, uf, tuve una epifanía. Qué pedazo de tema. Lo escuché tantas veces que la aplicación preguntó si todo estaba bien. Ok, no tantas. Pero después puse a Pulp y pasó mismo con «Sunrise». Esas canciones, que cierran sus respectivos álbumes, se vuelven locas.
Porque a finales de los noventa y a principios de los dos mil era la neta que la canción que cerraba tu disco tuviera un in crescendo épico, barroco y disonante.
Y no se lo tomen a broma, que esto es serio. Porque ese par de canciones y unas cuantas más fueron las que me enseñaron a escribir los finales de mis cuentos. Todo era siempre un intento por emular esta misma sensación de equilibrio entre el vértigo musical y el desasosiego, pero en un nivel textual. Si lo logré o no ya es otra cosa, pero la intención ahí estaba, en esas canciones. Por eso les traigo esta lista y no la semblanza por los 30 años de, no sé, el Bossanova de los Pixies o la mayoría de edad del Turn On The Bright Lights, o cualquier otra cosa.
* * *
Pero antes de empezar, un comercialote descarado. Indisciplina se abre paso en forma de podcast. Si les da hueva leer la columna o si no tienen tiempo pero son muuuy fans y no desean perderse ningún contenido, podrán escuchar algunos de los episodios de esta columna, así como otros contenidos relacionados con la música y la literatura, en Anchor, RadioRublic, Spotify y donde se pueda:
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Ahora sí, a lo que venimos:
Como este ejercicio será casi deportivo, hay que ir en orden y establecer reglas: un punto por cada canción que se vuelve loca; un punto si se trata de la canción que cierra el álbum; uno más si la banda es británica; uno más si hay shoegaze involucrado; y uno extra si aquello suena remotamente a britpop, que era a quienes más les mamaba escribir este tipo de canciones. En orden más o menos cronológico y, sobre todo, en el orden del número de track del álbum. Comenzamos.
Hey Bulldog, The Beatles
1969. Segunda canción del songtrack de Yellow submarine. 2 puntos.
“Hey bulldog” es una canción escrita por John que fue grabada durante la filmación del vídeo promocional de “Lady Madonna” en el 67. Es una de las pocas canciones de los fabulosos cuatro que incluye un riff de piano de huevos. Según la sacrosanta Wikipedia, “Hey bulldog” tiene el improbable honor de ser la primera sesión de grabación a la que acudió Yoko Ono, puf.
Para Lennon se trataba de una rola ligera y absurda, asunto curioso, porque tiene algunas frases matadoras como: “What makes you think you’re something special when you smile?” La canción enloquece hacia el final, con una serie de gritos y ladridos que son bien aprovechados en la secuencia del bulldog de cuatro cabezas de los blue meanies hacia el final de la película Yellow Submarine.
Stagger Lee, Nick Cave & The Bad Seeds
1996. Segunda canción del álbum Murder ballads. 1 punto.
Primero, un poco de contexto. “Stagolee” es un tema de folk gringo que narra la historia del asesinato de Billy Lyons por “Stag” Lee Shelton en San Luis, Missouri, la navidad de 1895. La canción se publicó por primera vez en 1911 y pertenece a la tradición de las llamadas murder ballads, un subgénero que trata sobre crímenes y muertes espantosas, que suelen situar su narración, temporalmente, en el período previo y posterior al crimen en sí.
Cien años después, Nick Cave incluyó una versión alternativa en Murder Ballads. Fiel a su estilo, se trata de una versión más oscura con referencias evidentes: ambientada en 1932, Stagger ahora tiene una Colt .45, un mazo de cartas y un sombrero Stetson viejo. El vato sigue metiéndose en broncas en las cantinas y acaba disparándole al cantinero y a otro vato llamado Billy (o sea).
Hacia el final de la canción, las guitarras de Cave y los Bad Seeds se distorsionan para sonar como alaridos dolorosos, mientras la batería emula con golpes secos los sonidos de una pistola al ser disparada.
Bugman, Blur
1999. Segunda canción del álbum 13 [número que casualmente parece una B mayúscula]. 3 puntos.
13 es el sexto álbum de Blur, lanzado el 15 de marzo del 99. Desde el álbum homónimo anterior, Damon Albarn había cedido a las insistentes peticiones de Graham Coxon, es grandísimo esnob, de componer música más pretenciosa.
En 13, Coxon logró concretar eso de varias maneras (hasta se fueron a grabar a Reykjavík, por Dios) y en varias canciones, pero sobre todo en la segunda, «Bugman», un tema absurdo y genial cantado por, ¿quién si no?, el mismo Coxon, en el que brilla su guitarra viciada, la psicodelia y la experimentación. El espacio es el lugar.
Cryptograms, Deerhunter
2007. Segunda pista que da título al álbum Cryptograms. 1 punto.
Cryptograms se grabó en dos sesiones separadas de un día, con meses de diferencia, del cual salió un álbum dividido en dos partes musicalmente distintas: la primera más ambiental, y la segunda más pop. Brandfor Cox canta la canción homónima y muchas otras del disco haciendo un ejercicio de stream of consciousness (eso que los surrealistas llamaban escritura automática y que básicamente consiste en soltar toda la mierda que nos venga a la mente así como se nos ocurre).
A pesar de, o quizá por esto mismo, el disco trata temas como las experiencias de Cox con su síndrome de Marfan (el mismo trastorno genético que hacía que los brazos de Niccolò Paganini fueran inusualmente largos y que, según la leyenda, eran un regalo del Diablo, que le permitía tocar el violín como un dios), sometido a cirugías en el pecho, las costillas y la espalda, mientras intenta reflejar la experiencia de alguien que entra y sale de su propia conciencia durante las sesiones de quimioterapia; y al mismo tiempo extraña a sus amigos y a sus recuerdos de una vida normal, bla.
La canción no enloquece a final, sino en todo momento, mientras la voz de Brandford canta: “My greatest fear I can’t decode a cryptogram whose seeds weren’t sewn”.
Alec Eiffel, Pixies
1991. Tercer tema del Trompe le Monde. 2 puntos.
“Alec Eiffel” es un pinche monumento del rock alternativo con toques de shoegaze, que era lo de moda en el 91. Se trata de una canción sencilla, compuesta y cantada por Black Francis. “Alec Eiffel” fue lanzada como sencillo en Francia, Inglaterra y Gringolandia y habla, vagamente del ingeniero francés Alexandre Gustave Eiffel, diseñador de la Torre Eiffel.
A Francis, que lo mismo componía canciones sobre reyes de Babilonia, ovnis o referencias bíblicas, le pareció un tema fascinante sobre el cual escribir una canción. Eso y el hecho de que en Australia, la frase “He’s a good Alec”se usa para hablar de las personas que son pendejas pero simpáticas.
Como no podía ser de otra manera, el video musical se filmó en el interior de un túnel de viento mientras los coros repiten una y otra vez la frase “Oh Alexander, I see you beneath the archway of aerodynamics” y la guitarra de Joey Santiago se pone cada vez más intensa mientras la canción se desvanece.
Dead & Gone, Toy
2012. Tercera canción de su álbum homónimo Toy. 3 puntos.
Esta banda y sus canciones no suelen destacar particularmente, pero saben agarrar los mejores elementos de las bandas de culto, como el motorik, el krautrock, el kosmiche, el post-punk y la psicodelia, para hacer canciones de bajo perfil, pero cumplidoras.
En esta canción, la tecladista española Alejandra Díez aún estaba con la banda y eso se nota, pues enloquece mesuradamente gracias al trance que ella teje, mientras el resto de los instrumentos componen la atmósfera y Tom Dougall repite una y otra vez “It comes on strong, waits till I’m gone, now I’m really gone, dead and gone”.
Debra, Beck
1999. Última canción de Midnite vultures. 2 puntos.
Continuación directa del Odelay (Órale), Midnite vultures se propuso hacer un disco finisecular físico, “completamente bailable, con canciones y letras tontas”, lleno además de olores y sabores. “Debra” no enloquece igual que las demás canciones de esta lista. Lo hace más bien a través de una letra cínica en la misma línea de “Loser” que ridiculiza a los baquetones y mama directamente del Rythm & Blues, el pop sobre sexo, Prince y los Bee Gees.
“Debra” tiene una letra y un tema tan desvergonzado, “I want to get with you, only you, girl, and your sister, I think her name’s Debra”, que, con el cambio de sensibilidades del nuevo milenio, Beck llegó a admitir que la detestaba y no perdía la oportunidad de cambiar la letra de ésta y otras canciones de Midnite voltures, improvisando durante los conciertos. Y nosotros quejándonos de Café Tacvba, habrase visto.
Untitled #8 (Popplagið), Sigur Rós
2002. Última canción del álbum ( ). 3 + 1 puntos [crédito extra por ser la canción que sieeempre tocan al final de todos sus conciertos desde hace 18 años]
( ), también llamado Svigaplatan, es el tercer álbum de los pretenciosos islandeses Sigur Rós. La “Canción pop”, o “Untitled #8”, pertenece a la mitad azotada y sombría del álbum. Cantándola en vonleska, esa jerigonza que suena vagamente a una mezcla de islandés e inglés, Jonsi se basta de unas cuantas sílabas para tejer una canción que empieza tranqui y te va jodiendo emocionalmente cada vez más hasta que estalla contigo. Para darme a entender mejor, pondré acá una reflexión que rescaté de la muerte de mi propio abuelo en 2008:
«El in crescendo y los tambores tronarían en mi interior como una tormenta:
Iusai long iu sai Ai noua nou iusai Iusai li nou far iusou… Dan iu-ú, dan iú da-á.
Vonleska (en el Imperio, a la usanza romana, traducen esas vocalizaciones como Hopelandic): el scat islandés de la esperanza.
Tal como preví, Mutsumi-chan apareció en la puerta; habíamos hecho una breve tregua luctuosa. No insistió tanto como yo creía, sólo me quitó el teléfono y lo apagó. Terminé la canción en mi cabeza. Antes de entrar la detuve y le dije:
—La vida es como navegar en una balsa de Greenpeace por los mares árticos: por un lado, tienes un japonés hijo de puta apuntándote con su arpón; por el otro, una ballena a punto de hundirte de un coletazo…
Ella me miró, acostumbrada a mis desvaríos, y entramos. La esperanza no tiene sentido. O al menos es inexplicable.
Vonleska.
¿Qué esperanza podría ocultarse detrás de aquellos cantos?
Toda.”
Blow out, Radiohead
1993. Última canción de Pablo Honey. 4 puntos [sorry, pero en el 93 los de Oxfordshire aún no le entraban al britpop].
Pablo Honey es un buen disco. ¿Podemos pasar a otra cosa?, sí, tiene “Creep” y bla, bla, bla, pero su exploración adolescente de los suburbios británicos y la autoconciencia hacen de éste un disco alternativo sui generis con cambios de acordes muy prog y letras desafiantes.
La canción que cierra este disco no podía ser otra que “Blow out”, un shoegaze épico que finiquita el álbum, justamente, como una explosión. Thom Yorke sentencia sin piedad “And everything I touch (All wrapped up in cotton woo, all wrapped up and sugar coated) turns Stone”, y a continuación la canción comienza a avanzar frenéticamente mientras la guitarra de Johnny llena todas las frecuencias de ruido que sirve como una coda épica.
Sunrise, Pulp
2001. Última canción de We love life. 4 puntos.
Con We love life, Pulp pretendía alejarse de la desilusión del This is hardcore. El disco presenta un sonido más orgánico y un énfasis en la naturaleza. El propio Jarvis Cocker llegó a mencionar en alguna entrevista: “Nunca me fijé en la naturaleza cuando era niño. Pensé que todos estaríamos viviendo en estaciones espaciales o metrópolis flotantes. Pero después de This is hardcore llegó el momento para volver a cosas más simples, como esta».
Sin embargo, We love life no es un álbum pastoral de hippies comeflores y abrazaárboles, sino uno que explora la naturaleza desde otro ángulo. Es el caso de “Sunrise”, que plantea un encuentro con el sol del amanecer justo antes de que ocurra, luego de una desvelada infame. De repente el sol sale por el horizonte y, boom, toda criatura viviente empieza a despertar, , las flores se abren, los pájaros cantan y tú sigues enfiestado y cayéndote de borracho, mientras tratas de reaccionar ante el amanecer.
Cocker y compañía deseaban que esta canción fuera el primer single de We love life, pero a la disquera se le arrugó. Al final fue degradada a single con doble lado A junto con la también genial “The trees”. La mitad final de la canción, evidentemente, utiliza un in crescendo épico para provocarnos una sinestesia que nos haga escuchar el amanecer.
Come on, The Verve
1997. Última canción de Urban hymns y principal culpable de este artículo. 5 puntos.
De Urban hymns se han escrito muchas cosas y todas más interesantes que la canción que cierra el álbum, como su recepción crítica y comercial (fue número uno en ventas en el Reino Unido, el cabrón) y la rapiña de los Rolling Stones por el sample de “She’s like a rainbow”, con lo que prácticamente cobran todas las regalías por «Bitter sweet symphony», los muy HDP.
La canción enloquece más o menos a partir de la mitad, pero de forma doble, porque así como ella misma descoloca el final del álbum, con su cambio abrupto de timbre respecto a las otras canciones, la propia canción se debraya a partir de la mitad con un montón de frases e insultos que Richard Ashcroft mienta sin ton ni son: “Come on, let the spirit inside you. Don’t wait to be found, come along with my sound. Let the spirit move you, let the waves come up. They’ll fuse you. I never met no one to deny a sound. […] This only one life. This is a big Fuck you. Come on.”
Pero “Come On”, si he de continuar con las lecciones de narratología que comenté al principio, no sólo me enseñó a escribir los finales de mis cuentos, también me enseñó a escribir los finales de mis libros de cuentos, faltaba más.
Y es que esta canción rompe con toda la atmósfera melancólica de Urban hymns. Tienes 12 canciones que te tienen todo el tiempo al borde de la lágrima fácil y de pronto la última canción no sólo cambia sino destroza por completo la unidad temática, el tono, el ritmo y el efecto del álbum.
Y eso que en cualquier otra circunstancia y para cualquier otra banda, implicaría un suicidio creativo, acá funciona de tal modo que no sólo se eleva por sí misma, sino que eleva al álbum completo y, a punta de contraste, intensifica todo lo anterior. Unos pinche genios, en mi opinión, porque no cualquiera logra eso.
Y lograrlo en un libro, con una serie de cuentos donde uno rompa la unidad para resignificarla, está muy cabrón. No sé si lo logro, pero ahí tengo “Come on” para recordarme cuál es el efecto al que aspiro cuando escribo. Así que tenemos una ganadora, gracias por participar.
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