Desde que era pequeña he observado constantemente los cambios, me asombraba muchísimo caminar y ver el mismo árbol florecer, dar frutos, soltar sus hojas y secarse en un año, para después reiniciar el proceso. Recuerdo que a mis 7 años, en la clase de biología, pusimos una semilla en un recipiente con algodón húmedo, me maravilló ver cómo la semilla rompía su cascarón para dar inicio a un brote, y de ese brote nacían dos hojas y así comenzaba el crecimiento de un nuevo ser. Ahora que voy a esos recuerdos, puedo observar cómo la naturaleza nos muestra la geometría de la vida en su manifestación.

Cuando observo mi cuerpo y mis propios procesos, puedo reflejarme en ese árbol con sus cambios en cada estación, o con esa semilla rompiendo el caparazón para dar inicio a nuevas creaciones; la contemplación me ha dado esos regalos que ahora puedo y me permito recibir. Muchas veces busqué en libros, enciclopedias y diccionarios, todas aquellas respuestas que me guiaban al centro, hasta que por fin encontré la claridad: la madre naturaleza, el padre universo y mi propio ser, son la enciclopedia más basta que me acerca al conocimiento de los procesos y de los misterios de la vida. Yo soy la que se necesitaba leer por dentro, yo era el libro que tanto había necesitado descifrar. Necesitaba significarme, aceptarme, reconocerme para poder únicamente dejarme ser.

 

Muy joven, en esa búsqueda constante de mi propio ser, conocí a un ancestro muy sabio. Cuando lo leí sentí que mi corazón no dejaba de palpitar, pensaba «¡He encontrado un tesoro!». Con esa emoción leí esa palabra que hasta el día de hoy retumba en mis adentros: MAYÉUTICA (del griego μαιευτικóς, maieutikós, «perito en partos»; μαιευτικη´, maieutiké, «técnica de asistir en los partos»), este maravilloso método que Sócrates practicó en aquella época, era el arte de parirnos a nosotros mismos; lo hacia tal cual una partera de la tradición, llevaba a sus alumnos a despertar, a calmar los dolores y a conducir los nuevos nacimientos del ser o los abortos de las oscuridades. Cada que pienso en este maravilloso método, puedo observar que como humanidad hemos llegado al proceso de parirnos a nosotros mismos, para reencontrarnos con ese centro que nos mantiene unidos a todos los seres, que nos sostiene y nos lleva a movernos continuamente. El arte de parirnos, de renacer, de reconstruirnos para podernos reconocer. Voy cada día a mi interior para poderme dar a luz continuamente.

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Viví en una casa donde pude observar las etapas bien marcadas por las que atraviesa una mujer; me cuidaron tres diosas: una que era muy joven despertando su poder sexual, su vida hormonal y su contacto con el exterior, yo le llamo la bella doncella; otra qué, por mi nacimiento se había madurado y transformado en madre; y la última que era una sabía y mágica abuela curandera. Estaba ahí frente a esa tribu de diosas en sus diferentes arquetipos. Desde que nací abrí los ojos dentro de una casa llena de mujeres, de niñas, de bellas jóvenes y sabias abuelas. Ver el proceso de vida y de maduración siempre me ha llevado a grandes curiosidades.

¿Qué es el paso del tiempo? ¿Realmente ese señor pasa a través de nosotras o somos nosotras las que vamos caminando por esa fina y delgada alfombra roja?

Observar la transformación femenina me ha hecho pensar en la transformación de la madre tierra, y ahora mismo me hace imaginar la transformación y la expansión de todo este hermoso universo. Pensar en esa transformación es también traer a mi imaginación ese proceso de vida, desarrollo, muerte y renacimiento.

Estamos pariéndonos, dejándonos morir, renaciendo con nuevos plumajes, todo eso para poder descubrir el infinito interminable y el amor en su más pura expresión.

Somos viajeras y viajeros en el tiempo, espirales infinitas que se contraen y se expanden; vamos y venimos, nos detenemos, inhalamos y exhalamos, encontrándonos y perdiéndonos de nuevo. Salimos de nosotros, nos encaminamos por senderos totalmente desconocidos, encontramos cobijo, nos nutrimos, nos hidratamos y volvemos a salir en busca de nuevas pistas, todo eso para llegar al centro de uno mismo. Estamos buscando el camino que nos regresa al corazón, estamos buscando el mapa a la quinta dimensión.

Somos seres completamente conectados con todo este magno multiverso; aunque a veces la ilusión nos haga creer que estamos separados, desconectados y que somos independientes de todo el mecanismo, la realidad es que todo está unido. Somos esos nómadas buscadores de tesoros, y así como una mariposa nos muestra la etapa de gestación y de salir del capullo con alas nuevas, podemos imaginar que todos estamos en ese proceso, en diferentes fases, por caminos muy especiales, cada uno, cada ser, eligiendo su propio trayecto.

Que la muerte sea pues el inicio de un nuevo nacimiento.

Feliz luna llena en piscis.

Con todo mi amor

Lucrecia Astronauta

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