Hombre Sintetizador de Zurdok: Si quieres llegar muy lejos
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Bienvenidos a Indisciplina, la continuación de un proyecto que nació y murió en 2013 como un programa de radio digital en compañía del escritor Julio Romano. Ésta no será siempre una columna musical per se pues, en ocasiones, la música será sólo un vehículo, un pretexto para hablarles de cualquier otra cosa. Sin embargo hoy sí que hablaremos de música, concretamente de uno de los discos más influyentes de su generación: Hombre Sintetizador.
Durante la década del 2000 se volvió una especie de cliché del roquero esnob decir que el álbum Hombre Sintetizador (Universal, 1999), de la banda regiomontana Zurdok, era uno de los mejores álbumes mexicanos de la Historia, si no el mejor. Pioneros del popular movimiento conocido como Avanzada Regia en la segunda mitad de los noventa, Zurdok se consolidó como una de las bandas sui generis más innovadora y adelantada a su época con sus tres discos de estudio. Sin embargo suele considerarse a Hombre Sintetizador su obra cumbre. Es difícil medir el legado real de un álbum mexicano y de una banda que siempre se mantuvo al lado del camino, y tampoco es objeto de este texto reducirlo a una mera estadística, sino compartir algunas experiencias que me llevaron, de la mano de este álbum, a transformar mi visión de la música y mi propio camino a seguir.
Creando al Hombre Sintetizador
Empecemos por sacarnos los datos de encima de una vez. Hombre Sintetizador fue grabado de noviembre del 98 a mayo del 99 por la alineación original de Zurdok, Fletch Sáenz en la batería, Fernando Martz en la voz, Gustavo Hernández en los teclados, Maurizio Terracina en el bajo, David «Izquierdo» Garza en la guitarra y Gerardo Garza «Chetes» en la voz y guitarra. Fue lanzado al mercado mexicano el 2 de agosto de 1999 por parte del extinto sello discográfico Manicomio, una división de PolyGram Company, adquirida en 1999 por Universal Music.
La mayoría de las pistas que componen el álbum fueron grabadas en el Rancho El Vinagrillo, una casa abandonada en El Cercado, Nuevo León, a las afueras de Monterrey, misma que Zurdok acondicionó como estudio. Ahí tomaron su forma final las canciones «Abre los ojos», «Si me advertí», «El tiempo se va», «Tal vez», «Espacio», «Nos vemos en la luna», «Luna» y la versión acústica de «¿Cuántos pasos?». Las canciones más calmadas y contemplativas «Hombre Sintetizador», «¿Cuántos pasos?» y «El tiempo se va II», así como el ejercicio sonoro «Hombre Sintetizador II» fueron grabadas en Estudios Chipinque y Chetes’ Place, en Garza García. Finalmente, «Si quieres llegar muy lejos», «No encuentro la manera» y «…de llegar al final» fueron grabadas y mezcladas en Cuarto de Control Estudios, Monterrey, y Peter’s Bunker, en Los Angeles.
La dirección de arte y las pinturas que integran el arte del álbum fueron obra del propio David Izquierdo, quien, además de ser guitarrista de Zurdok, ha desarrollado a lo largo de los años una sólida carrera como pintor. El disco fue producido por Peter Reardon y masterizado por Robert Vosgien en Los Angeles, California. Los arreglos orquestales fueron compuestos y grabados por la leyenda de las telenovelas José Antonio «Potro» Farías. El sonido logrado por Zurdok en Hombre Sintetizador tuvo fuertes influencias del britpop de bandas como Oasis, Blur y Radiohead, de la psicodelia del primer Pink Floyd, los Beatles y las armonías de los Beach Boys.
Además de los 23 músicos invitados que ejecutaron los pasajes orquestales, los miembros de la banda tocaron instrumentos adicionales, desde el bajo Micromoog, hasta otros como el flautín de vara kazoo, el pandero y el triángulo. Pero también podemos hallar otros no convencionales en el rock. Así, destaca el uso del salterio y el vocoder en «Hombre Sintetizador»; el clavecín y el shaker en «Si quieres llegar muy lejos»; el palo de lluvia, el arpa de boca y el banjo en «¿Cuántos pasos?»; el banjo nuevamente, de una manera oscurísima, en «…de llegar al final»; la marimba en «Si me advertí»; o el theremin en «Luna». Todos los sonidos y timbres particulares de cada uno de estos instrumentos se integraron a las canciones como partes orgánicas e indivisibles y son parte de su encanto experimental.
Un álbum conceptual
La primera vez que escuché «Hombre Sintetizador», la canción que abre el disco, me sacó de onda. Cuando era más joven, niño, quizá, yo escuchaba música sinfónica, pero para ese momento había dejado de hacerlo. Descubrir una banda de rock, mexicana, que incorporaba orquestaciones barrocas en una canción más bien tierna, en plena estridencia de los años noventa, me descolocó por completo.
Claro, era joven y pendejo, más hambriento de ruido que de una experiencia musical contemplativa. Por eso cuando iniciaba «Abre los ojos», que sonaba más al Zurdok de Antena, su disco anterior, se sentía como pisar en terreno conocido. Sin embargo la canción era realmente oscura, no cedía ni un milímetro, no daba concesiones luminosas de donde asirse o empatizar, era un contraste, una explosión. Incluso el video musical incluía un conejito rosa onda David Lynch protagonizando una balacera de la cual los miembros se resguardaban desesperados, en un claro guiño a la violencia que ya entonces ocurría en el norte de México. Sólo muchos años después, menos impresionable, entendí que las referencias a la oscuridad no sólo estaban en la letra, más bien cándida, sino en la música.
Como disco conceptual, Hombre Sintetizador busca generar una experiencia de escucha continua, en la que cada canción, si bien no depende de las contiguas, elabora un andamiaje que termina uniéndolas. De ahí ese riesgo de la banda por curar una colección de canciones tan distintas entre sí musicalmente (líricamente no tanto) como un discurso unitario. Así lo demuestra «Si quieres llegar muy lejos», que aleja nuevamente al escucha de la estridencia de la canción anterior, pero sin perder la atmósfera opresiva.
En «¿Cuántos pasos?» tocan el arpa de boca para dar a la canción ese sonido similar a un resorte juguetón y a la música electrónica de la época, como Beta Band. Ni el flautín kazoo ni el palo de lluvia son instrumentos protagónicos, pero permiten a la canción recuperar la luminosidad ausente en las pistas anteriores.
«No encuentro la manera» se atreve a usar el pandero como si se tratara de un metrónomo. Esta canción es de Maurizio y se nota su búsqueda para ser distinta en el ritmo y los arreglos, aunque la estructura siga siendo la de una canción pop. También me parecieron increíbles las armonías vocales que logran Martz y Chetes, aunque este último, de timbre más reconocible, tiende a predominar debido a la mezcla de audio, pues realmente la voz de Martz es más contundente. «…de llegar al final» incluye los sonidos lentos y metálicos del banjo que guía toda la canción. Es otra canción de Maurizio cuyo coro, si se le puede llamar así, solo suena al final, soltando un poco de luz apenas en las últimas notas.
«Hombre Sintetizador II» es quizá la pieza sonora que justifica más que cualquier otra el carácter conceptual del álbum, una pieza psicodélica, un ejercicio o ensayo de efectos de estudio que lo mismo recuerdan a «Interestellar Overdrive» o «Astronomy Domine» de Pink Floyd que a las instalaciones más random de arte sonoro; una pieza de 11 minutos y medio sin estructura clara en la que Chetes, libre de cualquier pudor y con la pretensión de un veinteañero en todo lo alto, experimenta con los sonidos mientras intenta articular la voz que podría tener el Hombre Sintetizador.
Recuerda también al incipiente post rock de los primeros EPs de Goodspeed You! Black Emperor y sus ambiciosas suites desestructuradas, armadas apenas de la pedacería de arreglos, melodías sin terminar, cintas aleatorias y efectos de consola. El primer cambio de sección ocurre al minuto, luego incorpora una estridencia amenazante que continuará variando para dar paso a sonidos computarizados.
Además de no tener una estructura de canción convencional, tampoco podemos decir que los sonidos sean estrictamente musicales. Conforme la pieza avanza, los sonidos, si bien no siempre eufónicos, tienden a desligarse de lo humano a la vez que nos orillan a perder nuestra empatía, con lo que solo queda el trance introspectivo en el que uno puede sumergirse. La pista queda entonces siempre a medio camino entre el sonido ambiental, la música y la sesión, en un equilibrio entrópico que no busca llevarnos a ningún lado fuera de nosotros mismos. Pero tampoco resuelve esa tensión, por lo que aún podemos escucharla de una manera emocional, expresionista, sin que podamos asir algún discurso específico de ella, para terminar abruptamente, de manera anticlimática, y dar paso a la segunda mitad del álbum.
Domesticar a la turbina
En aquellos tiempos vivía como un bachiller huraño, cuyas únicas relaciones serias eran con la música. Un momento sombrío de la vida en el que me sentía solo la mayoría del tiempo, a pesar de que, me doy cuenta en retrospectiva, siempre estuve rodeado de personas que me apreciaban. Pero no podía verlo. Es un poco desafortunado e injusto que no incluyera ninguna referencia de ellos, de este disco, en Rabia | ikari, siendo que forjó gran parte de la personalidad de Neko, el protagonista, alternando el rock más vanguardista con la orquestación y la música «culta», puf, dos cosas que me impresionaban.
Este disco también me llevó a descubrir otras bandas que luego serían fundamentales en mi vida y en mi visión del arte, como los Flaming Lips o Radiohead. Me hizo querer ser roquero y me animó a componer canciones con letras igual de malas. A su manera fue parte también del proceso de gestación de la obra inédita Isabet, aunque tampoco incluyo ninguna referencia a él en esa novela.
«Si me advertí» es una pieza compuesta y cantada por Fernando Martz, la única de sus composiciones que llega al disco y que marca su separación de la banda. También es la canción más conocida del disco, debido a su original y potente video musical, al uso de la marimba y al hecho de que, en sus coros finales, logra domesticar a una turbina de avión para lograr un remate climático, seguido de una vuelta a la calma. 13 años después, la crítica musical anglosajona y los melómanos celebrarían MBV, el tercer disco de My Bloody Valentine, por domesticar también a una turbina como algo innovador, pero los indie snobs sabemos en secreto que Zurdok lo hizo primero, al igual que fueron de los primeros en lanzar un sencillo en descarga digital.
Las siguientes canciones desde «El tiempo se va», hasta «Espacio» se van como una sola. «El tiempo se va» autorreferencia otras canciones de Zurdok. «Espacio» se pone ruda, en ella el grupo aprovecha el recurso del wall of sound en una época en que pocos mexicanos lo hacían. Dos años después, la crítica también celebraría la originalidad del NY Noise y a bandas como Interpol y The Strokes pero, también lo sabemos, ahí estaba Zurdok antes desde el Sur Global, casi anónimamente, sin recibir ningún crédito, como suele ocurrir con la música no anglosajona.
El legado de Zurdok
El peso de este disco en mi vida fue fundamental, llegó en el momento justo, aquel en el que formaba un criterio musical propio, en que aún trataba de tocar guitarra infructuosamente (pues al final la abandonaría) y que dio paso al instante en el que pasé de la escritura de canciones a una apuesta más «seria» por la “literatura”. Todo eso influenciado por la lírica del Hombre Sintetizador (pueden reírse, si quieren). Ahora, pensándolo bien, creo que las letras del disco en general son malas, las letras de todos sus discos en realidad: demasiado abiertas, demasiado huecas, pero lo suficientemente astutas para que los melómanos, los adolescentes, los roqueros las llenáramos con nuestros propios significados.
En aquel tiempo simplemente les decíamos «letras pachecas». El disco admite así un montón de lecturas, cada una más disparatada que la anterior, siendo a veces depresivo, a veces motivacional, a veces reflexivo y a veces hasta político. Recuerdo por ejemplo que, con el desmadre de los candidatos a la elección presidencial del año 2000, imaginé que cada canción hacía referencia a las situaciones políticas o a candidatos específicos como Labastida, Fox o Cuauhtémoc Cárdenas. Pero en general tendían a poner al escucha en una especie de trance.
«Nos vemos en la luna» juega con los efectos del bajo y el micromoog, pero se pone densa al samplear la secuencia de lanzamiento de un cohete en Cabo Cañaveral, con efectos electrónicos y de platillos, en donde Fletch se luce en la batería con un ritmo visceral y catártico. «Luna» aprovecha tanto las orquestaciones más elaboradas como el uso del theremin para su atmósfera. Se trata de un final apoteósico, una coda que, tras terminar, nos regala una versión acústica de «¿Cuántos pasos?» con la que cierra un disco perfecto, uno que, tras su escucha hoy, 21 años después, puede considerarse merecedor de todos los elogios que ha recibido.
Yo no escuchaba rock en inglés en aquella época. Entonces todo sonaba sorprendente. Con los años fui descubriendo a esas otras bandas de las que mamaba Zurdok y pude decodificar sus influencias, pero siempre me pareció, y aún me parece, que había algo original, auténtico y honesto en todo aquello, en ese disco. Como si la heterogeneidad de los músicos, sus intereses y sus tensiones actuaran como una fuerza centrípeta que concentraba toda esa inventiva en canciones redondas, una fuerza que justo terminó por separarlos. Ahora todos ellos se centran en sus proyectos individuales, todos haciendo grandes cosas, Gustavo con proyectos como Black Fo y Quiero Club, David dedicado por completo a las artes plásticas, Maurizio como productor y dándole duro a The Volture y Chetes siendo… bueno, siendo Chetes, el fan from hell más incondicional de los Beatles y los Beach Boys.
Hombre Sintetizador es un disco que siempre llevaré conmigo. Y el disco sigue ahí, esperando que te animes a escucharlo para que también eche raíces en ti. Si aún no lo has hecho, no sé qué mierda haces aquí leyendo, corre a darle play.
RTG
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