Uno. Somos los milisegundos en que nuestra mirada se encuentra con miradas desconocidas y el instante antes de evitarlas, momentos que a diario nos invitan a vernos a través de un espejo no pedido, líneas rectas dibujadas para sostenerse y reafirmarse con una curva de los labios. Líneas y curvas que no suceden.

Dos. Bajo llave se protege el deseo de estar cerca, encarcelado por el temor a cualquiera, porque lo dicen los noticiarios, lo cuentan afuera de un bar y en la sobremesa familiar. Seguimos al pie de la letra el consejo de no hablar con extraños, ni siquiera con el extraño que nos sigue a todos lados, que nos observa al despertar y al maldecir al de junto: nosotros.

Tres. Nos hemos convertido en desconocidos y nos evitamos como tales. Corremos como se hace cuando inicia el fuego al contacto con el alcohol, en un vaso, en un auto, en unos labios. Porque el peligro es atractivo desde el instante en que pone sus manos en nuestros hombros, y cuando lo ha hecho sólo revela a dos tipos de personas: las que huyen y las que arden.

Cuatro. No somos ni estamos cuando se trata de ser y estar; queremos ordenarle al par de manecillas que giren más rápido pero más despacio, que brinquen al pasado y pero también se ahorren el recorrido hasta el futuro en que quizá nos reconozcamos como algo más que un montón de indecisiones.

Cinco. Lejos deseamos lanzar el deber hacer y queremos abrazar el dejar pasar; nos quedamos de pie bajo los rayos de un sol que, de ser por él, nos haría cenizas porque desde allá arriba no somos más que pequeñas hormigas en el foco de una lupa enorme.

Seis. Sabemos que hay algo fuera de lugar, advertimos un fallo en la matrix porque la realidad que se cuenta no es la misma que tenemos frente a los ojos; en su lugar existe un mundo que se parece al ideal de los sueños que nos han instruido a soñar y que impone la imposibilidad de ver juntos al agua y al fuego sin que uno ni otro se extingan.

Siete. Somos la incongruencia hecha cuerpo, cubierta por máscaras de desprecio y dolor, oculta en discursos que nadie escucha y nada cambian; sufrimos el ruido externo mientras anhelamos el silencio interno, y al mismo tiempo huimos del vacío.

Ocho. Nos entregamos a la vida cuando vemos de cerca a la muerte, cuando nos habla quedito al oído y en el día no distinguimos las palabras pero por las noches nos despierta un helado murmullo que canta muy cerca de nosotros, cada día más cerca.

Nueve. Somos humanos que a diario olvidamos el significado de fugacidad; creemos ser dueños eternos de nuestro nombre, que no es más que una manera para distinguirnos de entre los millones de bípedos medianamente pensantes que deambulan en este mundo.

Diez. Siendo honestos, no somos nada.

Diez, nueve; ocho, siete, seis. Cinco, cuatro. Tres… dos… uno. Fuego.

 

Dog days are over

Florence + The Machine

Lungs (2011)

Sobre el autor /

Mujer, pachuqueña, escritora y correctora de estilo. Dibujo feo pero quiero bonito.

1 comentario

  • Lothlorien
    2 años ago Reply

    Como siempre buenísimo. Gran punto de diversión. Hoy, de reflexión

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