Mucho se habla últimamente de las fases de la luna, del poder de las plantas y de la conexión con la tierra. No es una cuestión segmentada o de unos cuantos, todos estamos vinculados a estas energías naturales de nuestro entorno. Todos, absolutamente todos los seres que habitamos esta superficie terrestre tenemos un cuerpo espiritual, quiere decir que todos somos seres espirituales, por naturaleza de vida, por orden orgánico, todos somos también espíritu.
Ocupamos mucho tiempo para desarrollar la mente, para intelectualizarlo todo, para ir a ritmos acelerados, eso nos llevó a sentir esta necesidad de regresar al origen, al momento de parar, de respirar profundo y conectar.
Vivimos muchas décadas mirando a través de la ventana, poniendo más atención al exterior. Quisimos conocer el mundo, viajar en expediciones a la luna, conquistar las estrellas y sus galaxias, y nos olvidamos por completo que el viaje más profundo es el interior.
Lo dijo ese mago meditador Krishnamurti:
Podrás recorrer el mundo, pero tendrás que volver a ti.
Estamos viviendo el tiempo donde se abre la quinta dimensión, esa casa donde mora el corazón. El corazón es el que nos guía, el que se comunica con todos nuestros cuerpos. Esa dimensión en donde todo está correlacionado. Somos vida, muerte y renacimiento eterno, estamos hechos de dualidades que se unifican, estamos despertando nuestra memoria ancestral.
Somos naturaleza de vida, realmente estamos articulados a esa energía que envuelve el todo. Nos lo cuenta el micelio de los hongos debajo de la tierra, existe una red electromagnética que nos mantiene a todos comunicados a la interface universal. Si entierras tus pies en la tierra podrás sentir esa energía que corre por hilos dorados alrededor de tu manifestación.
Regresar a la tierra, relacionarnos con lo elemental, ir en búsqueda de los maestros más grandes. Encontrarnos con un árbol y pedirle que nos muestre cómo respirar, observar el océano y mirar que las olas tienen un compás. Necesitamos ir a este reencuentro para recordar lo orgánico de vivir. Para despertar esa memoria que vive en nuestras células y que forma parte de nuestro ADN. Ir a nuestro propio encuentro, y al mismo tiempo, reencontramos con la madre tierra y con el padre universo.
Observar los colores de un atardecer, el crecimiento de una flor, escuchar el canto de un ave y así ir reconociendo el ritmo natural de nuestros tiempos, despertar la confianza de nuestro crecimiento, para darnos cuenta que en realidad la vida no cuesta, ni cansa, tampoco es pesada; la vida es un viaje, un aleteo, un placer.
La vida es amor y hemos venido hasta acá a través de un acto de puro placer, de una reacción en cadena que conectan nuestras hormonas con el sistema nervioso y con el poder y la fuerza de todo este universo. Un acto de amor incondicional, de florecimiento eterno. Amar, gestar, parir, amamantar, criar son las leyes naturales de esta hermosa tierra.
Si regresamos a vivir conforme a estos ritmos naturales, podemos devolvernos esa confianza, esa humildad y esa aceptación que tanto estamos buscando en el exterior. Si logramos reconectar esa fuente de nuestro femenino y masculino, podremos recordar que somos aleteo pero también pausa; que el poder femenino es el arte de parar, de magnetizar y recibir, y el masculino es el de dar energía, el acto de sostener y hacer crecer. Somos cambio continuo, somos seres en transformación constante, somos movimiento eterno.
Nuestras abuelas y abuelos sabían que el camino era para adentro.
Para así poderle danzar y cantar a la vida, para podernos amar unos a otros, para tratarnos con amor y respeto, para honrar nuestros templos y a los elementos. Para amar a la tierra que nos sostiene en esta vida.
Estamos reconociendo que dentro nuestro es donde viven las estrellas, estamos reviviendo ese latido que nos unifica. Y solo acudiendo al llamado de la transformación es que podremos dejarnos fluir con la magia de la vida.
Son momentos que determinan nuestra realidad, estamos en un cambio de era y podemos despertar nuestro poder para ponerlo al servicio del amor o quedarnos a contemplar ese cambio.
Cada uno elige qué necesita alimentar. Cada ser decide la realidad que quiere experimentar, de eso se trata esta nueva realidad.
Vivamos con paciencia y con amor esta nueva era, y hagamos círculos y medicina para colaborar a la apertura de la conciencia universal.
Vamos a revivir esa medicina que todos los seres llevamos dentro, vamos a prender la luz del corazón para iluminar todo el universo.
Existen muchos caminos, cada ser va descubriendo su propio sendero, y ya lo dijeron anteriormente: “el camino se va haciendo al andar”, no olvidemos disfrutar del paisaje y mientras caminamos, recordemos siempre bailar y cantar. Recordemos que hicimos esta parada para poder volar.
Con todo mi amor
Lucrecia Astronauta -Mujer Semilla-