[bigletter custom_class=»»]Sentada en el banquillo de los acusados, mira a los jueces con la parsimonia de quien hace varias vidas dejó de tener miedo. Su figura llena de luz la habitación entera, su pelo es una cascada de fuego que resbala sobre su pecho y en sus ojos se asoman todas las estrellas del universo.[/bigletter]

A la hoguera. Por bruja. Discípula del diablo.

Callada, una tras otra escucha las culpas que deberá trasmutar dolorosamente en las llamas de un infierno montado afuera, en el centro de la plaza, al que no irá engañada con la promesa de la redención, sino advertida del éxtasis que produce la venganza desde que el hombre se llama hombre.

Hay en su expresión una escandalosa dicha por haber sido, cada uno de sus días, el imán de miradas y deseos malsanos que ella provocó, procuró, cultivó y, a placer, destruyó. No hay rastro de arrepentimiento, incluso hoy, con toda esa gente señalándola desde lejos, escupiéndole odio mientras olvidan su pasado, en el que no eran más que un puñado de autómatas modelados en la peor de las arcillas, la más frágil, la más común, la menos necesaria para absolutamente nada.

Venía de lejos –nadie sabía de dónde- y desde el día de su llegada enamoró a todos en el pueblo. A todos. Una mirada suya bastaba para provocarles una fascinación que no podían explicar y que no estaban dispuestos a abandonar. Despertó a los dormidos, renovó a los consumidos por sí mismos; a cambio le ofrecieron dinero, joyas, amor eterno. Ella jamás aceptó.

El rumor de su presencia se esparció más rápido que las plagas que hacía un lustro terminaron con los colores de este polvoso rincón del mundo. Dondequiera que ella ponía un pie parecía detenerse el tiempo, el viento perdía su murmullo y la luz del día se concentraba en el canela de su piel, que resplandecía y decía ven, una y otra vez, ven.

Posar los ojos en los suyos era la perdición. Hombres y mujeres se convertían en pabilos recién tejidos que se encendían en un instante. Se corrió el rumor de que sus pupilas despedían chispas nacidas en galaxias lejanas, viajantes y diminutas flamas que hacían blanco en montones humanos de hojarasca. Y entonces, la explosión, el abismo… el final: ella seguía su camino pero el encanto quedaba intacto, dejando un vacío que poco a poco marchitaba a quienes, gracias a ella, sintieron por primera vez el calor de su propia sangre. A algunos, el vacío de su fuego los llevó a la muerte, unos más no volvieron a pronunciar palabra alguna o a levantar su mirada del piso.

Y empezaron las advertencias de quienes, milagrosamente, se salvaron de la maldición. Fue cuestión de días para que se comenzara a hablar de ella como la hechicera, después como la bruja, después como la enviada del demonio. Y debía ser juzgada por ello.

– ¿Cómo te declaras, mujer?-, pregunta el juez más anciano, cautelosamente evitando su mirada.

– Inocente-, contesta ella, mirando fijamente a su interlocutor.

– ¿Cuál de todos tus delitos ignoras: hechicería, crimen, ocultismo?, ¿de cuáles te harás responsable por el resto de la eternidad?–, cuestiona el viejo con más énfasis mientras recorre con la vista a todos los asistentes, temerosos de mirarla a los ojos pero amontonados en la sala de justicia del pueblo.

Silencio.

– ¡Bruja!-, gritan unos; ¡mátenla!-, ordenan otros.

– ¿Dirás algo en tu defensa?, ¿prefieres arder por siempre en el infierno antes que confesar el origen de tu maldad?-, pregunta a gritos el anciano.

Un estruendo en el cielo interrumpe su interrogatorio y toda la sala enmudece. Es hora de respuestas.

– Soy el fuego, la libertad -dice en voz baja y pausada-; soy la base de la existencia en este y otros mundos. Ninguna hoguera me dañará, soy mi propio inicio y final, el bien dentro del mal. Arderé en mí, hacia otro lugar, lejos de aquí.

– ¡A la hoguera!-, grita nuevamente la concurrencia.

Ella suspira y se levanta lentamente de la silla, su pelo se enciende y el fuego la envuelve de la cabeza a los pies. Se escucha una explosión y un destello le arrebata momentáneamente la vista a la multitud.

Al desvanecerse la luz no hay cuerpo ni rastros de ella, de su belleza, de su mirada, de su universo hecho de lumbre. Simplemente se ha ido.

 

Dream Girl Evil

Florence + The Machine

Sobre el autor /

Mujer, pachuqueña, escritora y correctora de estilo. Dibujo feo pero quiero bonito.

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