La sirena se embarcó / en un buque de madera…
A Filiberto y Raúl García Sarmiento, in memoriam.
Cuando el marinero mira
la borrasca por el cielo,
alza la cara y suspira,
y le dice al compañero
‘si Dios me salva la vida
no vuelvo a ser marinero’
—La Petenera—
La sirena se embarcó / en un buque de madera
Cuando de los perros no queden más que huesos y despojos, cuando los gatos hayan cruzado totalmente al otro mundo, cuando ya no queden leones ni corderos, los únicos que podrán iluminarse serán los hombres… los hombres y las abejas, pues sólo la luz de la fuente más pura podrá brillar en los días de oscuridad. Al menos eso piensan algunos de los creyentes que cada Semana Santa acuden a las iglesias para bendecir sus cirios de cera virgen en la misa de resurrección.
La misa de este año (2010) en Molango incluyó una bendición en el jardín/atrio del exconvento. Primero se consagró el fuego de una hoguera y luego, ya purificado, encendió todas las velas. Después se dio lectura a siete fragmentos bíblicos (un resumen de la historia de la salvación, según el cura) y dos centuriones romanos arrojaron pétalos de rosas mientras desenredaban una bandera camino al presbiterio. No cabe duda que a veces la religión católica le hace honor a su nombre. Es una religión mimética, universal, que resignifica las tradiciones paganas, las amalgama con su credo y, tal vez, intenta actualizarlas.
Estas reflexiones me vienen a la mente porque tenía al menos cuatro años que no viajaba hacia la sierra. La última vez que lo hice mi abuelo aún vivía. Haciendo gala de cierta inclinación al paisajismo y al naturalismo, y armado con un solo libro-ladrillo llamado Eldest (libro que va de dragones, lectura ligerísima para las prolongadas tardes que permanecimos refugiados de la niebla), lo acompañé hace cuatro años a su tierra natal en la Sierra Gorda hidalguense, también durante una Semana Santa.
Como el viento le faltó / no pudo salir a tierra
Quienes vivimos en Pachuca acostumbramos posicionar automáticamente algunos objetos cuando nuestra cabeza alcanza cierta inclinación. Así que en Molango, por las noches, si uno conserva aquellos paradigmas, puede confundir las luces de los miradores, en la punta de los cerros, con las de algunas estrellas.
Molango, capital del mundo y sucursal del cielo, como rezan algunos de los stickers para los automóviles de los turistas, es un pueblo fantasma durante todo el año. Sin embargo durante la semana mayor es un sitio que se puebla velozmente, uno donde, curiosamente, las actividades tienden a congregar a todas las personas en los mismos sitios, al mismo tiempo.
Además de dedicarme al turismo gastronómico (queso de molde, cecina, enchiladas, acamayas, pemuches, fruta de horno y un largo etcétera) y a disfrutar de un paisaje de barrancas eternas, fértiles y nubladas… (ésas en las que, según el humor local, si se tiene la desgracia de caer, es muy probable que los familiares acaben de rezar el novenario antes de que uno haya tocado fondo), debo admitir que caí en el pecado de visitar los sitios turísticos por excelencia, hace cuatro años y ahora: procesiones, la tradicional carrera cuesta arriba, concursos de huapangos y bandas de viento (los cuales, hace cuatro años, irónicamente ganaron unos pachuqueños), fuegos artificiales, el mercado en domingo, los juegos mecánicos de la feria y la visita obligada a la Laguna de Atezca.
Y a medio mar se quedó / cantando la Petenera
Cuenta la leyenda que, en esta extensión de agua, ubicada en un pequeño valle a unos kilómetros de Molango, existe una sirena que cada primavera se lleva un compañero a sus aposentos. Es por ello que cada año al menos uno de los nadadores, siempre varones, se hunde en sus aguas para no volver. También dicen por ahí que, al buscar los cuerpos, se han dado cuenta de que la laguna no tiene fin: sólo una masa acuosa que se prolonga hacia el abismo y se rodea de una espesa negrura antes de que pueda tocarse el fango o las algas del fondo. Los ancianos cuentan que, al igual que en los voladeros, el abismo líquido de esa laguna eventualmente acaricia en su descenso el ígneo corazón del planeta.
Hace cuatro años, mientras comíamos un plato huasteco (con chile serrano que más bien recuerda la sazón de la Cuenca Minera) me dio por pensar que ni esa mítica sirena podría llevarse a todos los turistas que invaden cada Semana Santa la laguna. Mi mayor sorpresa no fueron las hordas de turistas, ni el habitual ahogado que en esa ocasión presentí cuando, a lo lejos, una mujer comenzó a gritar angustiada, sino el hecho de que, en mi plato de enchiladas con cecina de pronto hallé unas papas a la francesa como guarnición.
Supuse que la próxima vez que fuera venderían chorizo verde, nescafé de olla y, tal vez, american breakfast. No fue así. Lo de hace cuatro años fue un acto de adaptación. Este año el chile fue de nuevo rayado, no serrano. Y las papas a la francesa quedaron sólo como un capricho de la visita anterior. Pero en realidad hace doce años que no piso esa tierra (2010). Y hace por lo menos dos (2020) que mi corazón se ha alejado, cada vez más, de mi familia.
Cuando el marinero mira / la borrasca por el cielo
Lo demás era igual, salvo por la ausencia de mi abuelo. Cuando era joven, don Raúl era el cantante del Trío Fénix y una de las canciones que interpretaban era, justamente, La Petenera, son huasteco que habla sobre una sirena, esa criatura presente en todas las mitologías.
Ya he hablado de don Raúl con algún seudónimo, de su muerte en 2008, novelizada en un texto que no vale la pena repetir aquí, salvo por un fragmento al que restituyo sus nombres originales:
Mientras estuvo internado, hice un par de guardias. La primera vez don Raúl Sarmiento se entretuvo contándome sus viejas glorias juveniles: cuando tenía su trío huasteco y tocó La Petenera con mi tío Filiberto por primera vez en Radio Centro; o aquella cuando fue al tianguis (de Zacualtipán o Huejutla) a sus veintidós años y lo persiguió un toro; o aquella otra en que fundó una secundaria en medio de la Sierra, a los catorce años.
Dos días antes de su partida, yo mismo hice guardia y, casi al final, me pareció impresionante cómo se retorcía inconsciente, con esa fuerza descomunal en su cuerpo de cíclope.Las enfermeras habían suspendido la diálisis durante tres días.
A veces me siento como el único que piensa que aquella misteriosa muerte “por neumonía” fue otra negligencia; de ésas a las cuales ya estábamos acostumbrados. -Rabia | Ikari, (Conaculta, 2015)-
Desde hace muchos años algunos de mis tíos y tías, y mi propia madre antes de morir, se dedicaron a reunir algunas de las grabaciones del trío que formó en su juventud con su hermano. Entiendo que las letras y la música le pertenecían a mi tío Filiberto, pero la voz en mis recuerdos siempre ha sido de mi abuelo, esa voz inconcebiblemente frágil que me llena de nostalgia cuando la escucho.
Si Dios me salva la vida /no vuelvo a ser marinero
El 19 de marzo de 2005, mi tío Porfirio, en la guitarra, y un virtuoso del requinto llamado Miyo, que murió poco después, tocaron en una reunión familiar las canciones del Trío Fénix. No sé cómo, pero lograron que mi abuelo se levantara para interpretar tres canciones. Fue la última vez que cantó.
Con lo años he reunido todas esas grabaciones disponibles, obligándome a prometer que algún día las limpiaré y las compartiré en internet para que ese legado no quede sólo en familia. Han pasado casi veinte años sin que lo haya hecho. He compartido algunas versiones con esas mismas tías y tíos. No más.
Y me asusta darme cuenta de todo lo que he postergado… los libros que no he escrito, las memorias que no he reunido, las canciones que he permitido deteriorarse en sus soportes físicos y digitales. Y me pregunto hasta cuándo dejaré de postergar. Hasta cuándo tomaré a mi destino, impuesto o asumido, y cumpliré con aquello que, creo, he venido a hacer a este mundo.
Le debo tanto a tantas personas y sé que no me alcanzará el tiempo, que a mi modo soy otro de esos desdichados varones arrastrados por la sirena al fondo de la laguna.
Quizá algún día vuelva a Molango, quizá no. Pero siempre llevaré a mi abuelo cosido en la memoria.
Por eso aquella tierra, su comida y sus leyendas están atadas al recuerdo de don Raúl Sarmiento. Porque quizá eventualmente viajar de vuelta no haga otra cosa que apretar de nuevo los nudos.
R. T. G.
2006 / 2010/ 2014 / 2022
* * *
NOTA: Este texto fue escrito hace doce años, por lo que cada vez que el texto diga cuatro años, debe entenderse que dice dieciséis años. Pero en realidad lo que debería entenderse es otra cosa: que éste es un texto intervenido en años distintos, que el tiempo es todo el tiempo y eso no debería de ser una sorpresa para nadie; que el tiempo en la memoria forma meandros superpuestos, se solapa, se cruza, avanza, se estanca, se enlama o arremolina como el agua de un río, o como un viejo son huasteco que resuena en distintas épocas.
* * *
Postdata:
La Petenera siempre será para mí la versión que cantaba mi abuelo. Pero la historia de la canción es más extensa e interesante que una sola de sus versiones. Por eso dejo estos links que la analizan con más precisión de la que a mí me fue posible.
Juárez San Juan, Gloria Libertad (2013). “la sirena de la mar / me dicen que es muy bonita…”: la petenera huasteca. Revista de Literaturas Populares XIII-2. Disponible en: http://www.rlp.culturaspopulares.org/textos/25/06.juarez.pdf
Díaz, Joaquín (2014). “Una sirena huasteca que se baña en Semana Santa”. Seminario «Escrituras virreinales – variedad discursiva en las Indias». Disponible en: https://escriturasvirreinales.wordpress.com/2014/04/20/una-sirena-huasteca-que-se-bana-en-semana-santa/
* * *
¿Sin tiempo para leer la columna? Escúchala a través de Indisciplina Podcast. Disponible en YouTube, Anchor, Breaker, Overcast, Pocket Casts, Radio Public, Listen Notes, Google, Apple Podcasts, iVoox y Spotify:
* * *
Doris García Cornejo
2 años agoMuy interesante el artículo y trae recuerdos imborrables. Saludos
Sigur Rós: el hechizo de las experiencias cambiantes - MELÓMANO
2 años ago[…] dos canciones en particular han representado mucho para mí: “Dauðalagið” y “Popplagið”. Cuando mi abuelo murió hice muchas cosas, pero una de las que más recuerdo es la siguiente, que ya he consignado en otro […]