The Beatles y el eterno retorno
The Beatles: Get Back y una reflexión sobre el eterno retorno que hacemos a sus discos fundamentales.
«Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.»
—Italo Calvino—
You know how hard it can be
A The Beatles los amas o los odias. No importa si eres metalerito, indie, post-punker, roquerito clásico o reggaetonero. Con The Beatles no hay puntos intermedios, su misma naturaleza lo impide. Ésta parece ser una de esas discusiones a la que estamos condenados a volver cada cierto tiempo.
Hablar sobre The Beatles no debería ser hoy una experiencia singularmente distinta de lo que era hace trece años cuando escribí este texto por primera vez. Y, sin embargo, lo es.
Peter Jackson, director de tres de las mejores películas de todos los tiempos, demiurgo de empresas siempre monumentales, siempre irrealizables en apariencia, ha estrenado The Beatles: Get Back, una serie de Disney Plus que documenta los catorce días previos al último concierto de la banda y la grabación del álbum Get Back (que terminaría siendo el Let It Be), editando y extrayendo una historia de ensayos y camaradería a partir de un acervo de 140 horas de audio y 55 de metraje grabadas originalmente por Michael Lindsay-Hogg.
El contexto original que me llevó a hablar de The Beatles en primer lugar ya no sirve de nada: el lanzamiento del videojuego Rock Band de Electronic Arts en 2009 y de las ediciones remasterizadas por el cuarenta aniversario de toda la discografía de los fab fours han quedado atrás. Ya nadie juega al Guitar Hero, ¿verdad? (¿verdad?) y ya hay también ediciones super deluxe del cincuenta aniversario de varios de aquellos álbumes, relanzadas en 2019, a pesar de que siguen siendo las remasterizaciones de 2009 las versiones oficiales y definitivas a las que hemos sujetado nuestra experiencia auditiva en los últimos trece años. Así que reviso el texto, lo actualizo y me quedo con todo aquello que es, en apariencia, aún pertinente.
Back to where you once belonged
A The Beatles los amas o los odias. Respecto a ellos sólo hay dos vías: 1) o te rindes ante la evidencia y aceptas sus aportaciones a la música pop del siglo XX, desde sus inicios en el rhythm & blues y el rock’n roll, pasando por la psicodelia, el rock orquestal, el art-rock y el resto de géneros que ayudaron a popularizar a lo largo de la década de los sesenta;
2) o te dejas envolver por las críticas, bien argumentadas, claro, los tropos y clichés musicales que ejercieron y perfeccionaron: su estilo fácil y estridente, sus baladas “insufribles”, sus gritos y sonidos random excesivamente producidos en numerosas canciones, sus referencias a la música que los antecedió (su amor por Chuck Berry, por Elvis, por Ray Charles y otros autores que en su momento rescataron o, discutiblemente, «blanquearon» en sus covers, como Barret Strong o los Top Notes), su naturaleza comercial y polémica, y todos los mitos que, más que a la música, alimentaron a su leyenda.
Las masas pueden equivocarse bastante seguido, pero no creo que éste sea el caso (claro, lo digo como parte de ella). Sea cual fuere la postura elegida, antes de hablar de The Beatles necesito hacer un largo rodeo.
«Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.» —Italo Calvino—
Nowhere Man
En muchos momentos éste pareció para mí un año vacío. Escucho la música (hoy: The Beatles) sin emocionarme como antes y lamento todas las oportunidades que se han ido, tanto las que me han denegado, como las que no he tomado. Además, desde junio de 2021, como algunos ya saben, padezco un bloqueo creativo que ha hecho que esta columna haga honor a su nombre. Para ser preciso, el bloqueo, más que creativo es un bloqueo de opinión.
La escena se repite una y otra vez. Abandoné mis columnas anteriores por este mismo motivo: la opinión como algo que caduca. El abandono es para mí el eterno retorno. Pero no estoy dispuesto a hacerlo con esta segunda encarnación de Indisciplina, al menos no todavía. Quiero decir: ahora tengo cuarenta años, tendría que hacer algo diferente. No tendría por qué sucumbir al autosabotaje como he hecho en otros aspectos de mi vida hasta ahora. No tendría.
Entonces quizá debería replantear: mi problema con la opinión es que tiende a agotarse con el tiempo. Quizá por eso me siento más cómodo escribiendo desde otros lugares (ficción, ensayo poesía) y a otro ritmo. Los temas están ahí, aparentemente intemporales, The Beatles son clásicos, ¿no?, no han terminado de decir lo que tienen que decir; me refiero a que no debería tener miedo de hallar en cada ocasión nuevas lecturas. Las perspectivas no necesariamente deberían suponer para mí valoraciones distintas al respecto. El problema es que opinar agota, peor aún: responsabiliza.
Surrender to the void
Desde una perspectiva más positiva, opinar también es una forma de catarsis, una liberación de aquello que está mal en el mundo. Pero hay veces que me incomoda gritar como una forma de curar el vértigo social, el vértigo estético, o la falta de él. El problema con ello es que esa catarsis me vacía. Las personas como yo tenemos un límite de aquello de lo que podemos quejarnos. Los elogios, ni se diga: tanta buena onda también cansa. La crítica para nosotros no es, no pude ser, infinita ni interminable. O sí, pero, ¿para qué?
Hablar de ciertas obras y compararlas, como Revolver o Sgt. Pepper, es hablar de otras, las que las anteceden y suceden. Con el tiempo, los referentes se agotan. Ok, no; siempre hay más consumo, nueva música, nuevas películas, nuevos libros, nuevas series animadas que me emocionan y me inspiran o que han sido inspiradas por obras previas. El arte siempre es un diálogo y se sujeta también, a su modo, al eterno retorno. Pero una vez que la furia o la euforia se agotan, ¿para qué seguirlo haciendo?
Este año tenía intenciones de hablar de muchos temas que finalmente no pude concretar. En el tintero se quedaron las columnas del treinta aniversario de Trompe Le Monde de Pixies y de los cuarenta años del Movement de New Order. Deseaba concretar mi ensayo-tesina sobre uno de los animes que más me han apasionado, Hyouka, hablar de sus mecanismos literarios, específicamente los géneros policiacos y del valor o esnobismo de su autor para abordar historias condicionadas por el modernismo en una época posmoderna. Tengo escritas por lo menos seis o siete reseñas de libros que he presentado (pero, hey, esta no es una columna literaria únicamente).
Deseaba también hablar de los discos que me encantaron en 2020 y 2021. Sufjan Stevens y Woodkid y Flaming Lips y el Columpio Asesino y Grimes y Real Estate y Courtney Barnett y Sharon Van Etten. Pero en este momento escucho la música sin pasión, sin ceremonias, como otro eterno retorno que me impide concretar nada de eso. Y, en los casos en los que aún podría, posiblemente la coyuntura haya perdido su impulso.
Entonces busco entre viejos escritos y encuentro uno que podría rescatar: The Beatles. Y entonces se me ocurre que los textos podrían tener, como lo practicaron José Emilio Pacheco, Alí Chumacero, Octavio Paz o Carlos Fuentes (eternos editores de sus textos, incluso publicados), una cualidad de obras siempre inacabadas, siempre abiertas, siempre dispuestas a cambiar sus arreglos, su tempo, su ritmo y seguir siendo las mismas, como cada nuevo remaster de The Beatles, Pink Floyd o Joy Division, aun cuando ya se han vuelto otra cosa.
Una vez establecido esto, volvemos a los fab fours, que para eso volvimos.
«Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.» —Italo Calvino—
It is shining
La mayoría de los críticos de rock de la vieja ola, es decir de los noventa para atrás (y he dicho rock, ya saben, el género ése que se viene muriendo desde hace décadas), continúan de acuerdo en que Revolver es el mejor álbum comercial del siglo XX, los criterios al respecto (innovación, experimentación en estudio, calidad musical, unidad, temática, complejidad compositiva, etc.) no se han modificado en décadas y continúan tan vigentes como hace cincuenta y cinco años.
La prueba es que, incluso hoy, bandas de todos los géneros, de un modo u otro, siguen empleando en sus producciones en estudio muchas de esas técnicas perfeccionadas en Revolver, o emulándolas con herramientas digitales, tales como los cambios de velocidad, el uso de loops y las cintas en reversa.
Se trata de un aumento en la complejidad de sus composiciones de estudio que el documental de Jackson, por cierto, atribuye a su alejamiento de los escenarios y los conciertos. ¡Meh!, pero, bien, concedámosle eso en esta época ávida de storytellings. Estas técnicas pueden apreciarse directamente en canciones como la melancólica “I’m Only Sleepping” o en la que cierra el álbum: “Tomorrow Never Knows”, que incluía otras minucias técnicas como el vibrato o la duplicación del sonido de la voz, además de tratar temas como la disolución del ego. Otra curiosidad sobre esta canción es la leyenda de que su primer título era “The Void”, sin embargo, la crítica se contradice respecto a esto.
Revolver además cuenta con otras canciones soberbias que van de la energía de “Taxman” o la belleza de “Eleanor Rigby”, “Here There and Everywhere” o “For No One”, a otras de una energía extrañamente atemporal y vanguardista como “She Said She Said”, “I Want to Tell You” o las ya mencionadas “I’m Only Sleping” y “Tomorrow Never Knows”, sin perder su vena rhythm & blues, además.
El consenso en torno a Revolver es relativamente reciente, tendrá unos treinta años y surge a partir de los rumbos que la música toma a partir de la década de los ochenta. Pero durante ese mismo periodo, e incluso hoy, tres discos le han disputado a Revolver este sitio de honor como mejor álbum de la banda, curiosamente tres posteriores: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, The Beatles y Abbey Road.
Happiness is a warm gun, momma
El álbum homónimo The Beatles (conocido también como White Album) es una centrífuga de estilos y detalles, pero su falta de unidad y exceso de experimentación suelen dejarlo fuera. La veneración en torno a éste tenía sentido a principios de los ochenta, cuando los álbumes extensos y centrípetos como London Calling o The Wall eran la norma, y éste los precede, pero en general se puede percibir como un disco con ciertas inconsistencias. El doble vinilo combina algunas canciones de excelente factura como “Back to U.S.S.R”, “Dear Prudence”, “Glass Onion”, “Julia” o “Helter Skelter”, con otras que no están mal pero no alcanzan los mejores momentos del resto.
Todo esto podríamos perdonarlo. Finalmente un disco del periodo 66-69 del cuarteto sigue siendo superior en comparación con el de cualquier otra banda o incluso de alguno de cualquier otro periodo del propio grupo; pero luego está el hecho de que las fricciones internas lo hacen sentir como dos discos solistas (uno de Lennon, otro de McCartney), un EP (de Harrison) y un b-side (Ringo) toscamente empotrados entre sí.
El documental de Jackson, posterior a esas sesiones, retrata una discusión creativa entre Harrison y McCartney, que mostraba al beatle más técnico («teorético», como el propio Paul autoafirmaba) como un pequeño tirano conservador que pretende comandar a otros tres músicos tan competentes como él; mientras, Harrison buscaba nuevas exploraciones para sus solos de guitarra durante la misma sesión y John ajustaba su sonido para acoplarse, incluso a pesar de sus proverbial actitud rebelde y sarcástica. El valor del documental de Jackson parece radicar en este nuevo punto de vista sobre la amistad entre los cuatro miembros. Pero eso no se vería exactamente reflejado en el álbum blanco sino en otros.
Somebody spoke and I went into a dream
El segundo álbum que disputa a Revolver es el Sgt. Pepper, el punto más alto de la psicodelia beatle y quizá el disco más influyente de su época (junto con The Velvet Underground & Nico). Influido a su vez por obras como Pet Sounds de Beach Boys, Sgt. Pepper es el más célebre y recordado. La explosión creativa y experimental que vio nacer la contracultura y la cultura hippie en pleno verano del amor tuvo como manifiesto y banda sonora justo este álbum.
Quizá por eso durante finales de los años sesenta y parte de los setenta se consideró como el posible mejor álbum de The Beatles y del rock en general: a su favor jugaron su influencia y su coyuntura social, su papel en el imaginario de los fans e incluso de otras bandas que reconocieron su influencia y lo emularon sin alcanzarlo, aunque descubriendo en el proceso sitios tanto o más interesantes que cobrarían protagonismo posteriormente: como el primer disco de The Doors, el homónimo de Black Sabbath, Led Zepellin I e incluso Their Satanic Majesties Request de Rolling Stones.
Sargento Pimienta es un álbum dominado casi por completo por McCartney. Pero se trata de un McCartney en la cima de sus poderes, que brilla en canciones como la homónima “Sgt. Pepper” o “When I’m Sixty Four”. Por su parte, la canción “A Day In the Life”, una épica cotidiana interpretada por Lennon, con una intervención soberbia de McCartney en el intermedio y unos apoteósicos in crescendos orquestales, convirtieron al disco en una pieza de arte-objeto. Eso sin contar otras experimentaciones como el Sgt. Pepper Inner Grove que añadieron al final del lado b, que volvía al vinilo virtualmente interminable y exigía del escucha su intervención física para finalizarlo.
The smiles return into the faces
Finalmente tenemos Abbey Road, último disco grabado por la banda, en el que literalmente muestran todas sus cartas y ases bajo la manga en la creación de una producción polifacética, como la del álbum blanco, pero sorprendentemente unificada. Por su propuesta madura, de la que prácticamente cada canción es perfecta y necesaria de forma independiente y en relación con el resto de las piezas que lo componen, Abbey Road se convierte en la coda que cierra una obra impresionante, su opus superior, el mejor álbum, éste sí, quizá, superior a Revolver (musicalmente, no necesariamente en su innovación), dependiendo de quién pregunte. Un pleito que quizá no sea necesario resolver.
En éste destacan todos, Ringo con “Octopus’s Garden”, Lennon con “Come Together” y “I Want You”, Harrison con las magníficas “Something” y “Here Comes The Sun” y McCartney con “Oh! Darling” y “You Never Give Me Your Money”.
Sin embargo, creo que no exagero al afirmar que son los dos popurrís que cierran el lado b, obras grupales, creadas con breves piezas individuales, como “Mean Mr. Mustard”, “Polythene Pam” o “Sun King”, las que muestran el poder que aún tenían como conjunto, como banda. Las transiciones del otro medley, de “Golden Slumbers” a “Carry That Weight”, y de ahí a “The End” resumen los aciertos del trabajo conjunto, una energía, un sonido y una emotividad que ninguno pudo alcanzar como solista posteriormente.
The love you take is equal to the love you made
Debajo de estos álbumes podemos considerar otros de importancia equiparable: Rubber Soul, primer proyecto “serio” de la banda, aunque aún enmarcado en el pop, fue el que los hizo conocer la droga y la psicodelia gracias a la influencia de Bob Dylan y en el que ya trataban de llevar su música a puntos más altos; Magical Mistery Tour y Yellow Submarine, sus propuestas más psicodélicas, son también las que incluyen algunas de sus mejores canciones como “Hey Bulldog” o “Strawberry Fields Forever”; y antes, discos como “With The Beatles” o “Please Please Me”, sencillas obras de rhythm & blues que, sin embargo, hacen interesantísimos covers de los años cincuenta.
Así también la nutrida producción de singles y b-sides recogida posteriormente en discos compilatorios como Past Masters de 1988, cuando el catálogo del cuarteto se lanzó por primera vez en disco compacto, o en 1 de 2000. Incluso este último recopilatorio de números uno contó con su propia remasterización en 2015. Una gallina de los huevos de oro (Wey, ya).
Uno de los mitos que más sorprenden hoy en día es el de las rivalidades con otros grupos. The Rolling Stones pudieron o no mantener una rivalidad con ellos; pero se trató sin duda de una rivalidad creativa, que los medios aprovecharon y exacerbaron. La realidad es que ambos grupos, profundamente cargados de los sonidos vernáculos de la música estadounidense, se influyeron mutuamente. The Doors, Black Sabbath, Led Zepellin, hasta The Cure, estandartes de otros géneros como el rock duro, el metal y la música gótica, han declarado la influencia positiva que The Beatles tuvieron en su música. Canciones como “Helter Skelter”, “Hey Bulldog”, “Revolution”, “Tomorrow Never Knows”, “I’m the Walrus” o “I Want You (She’s so Heavy)” son pruebas concluyentes de ello.
«Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce en seguida su lugar en la genealogía.» —Italo Calvino—
And nothing to get hung about
Herederos de The Beatles hay muchos. Stone Roses parecía la banda que continuaría con su legado a finales de los ochenta, pero no pudo ir más allá de un estupendo álbum debut (hoy clásico, cabe aclarar). Supergrass hereda su espíritu desmadroso, Spiritualized emula su profundidad y sentimiento. Oasis se consideraron a sí mismos los nuevos Beatles en los noventa (su discografía era exquisita, pero evidentemente el epíteto siempre les quedó grande).
Otras bandas, aunque sustancialmente distintas, reconocen también su influencia: Thom Yorke llegó a decir que equiparar a Radiohead con The Beatles era como comparar una caricatura con un Matisse; agrupaciones como The Verve, Blur, Kula Shaker o Pulp guardan en sus obras rasgos de aquel espíritu experimental, social y rebelde. Y en América Latina incluso tienen entre sus émulos a bandas como Los Tres, Zurdok/Chetes o Volován.
Otros herederos, que lo son quizá sin proponérselo, son Travis y The Flaming Lips, bandas temerarias, de propuesta aparentemente sencilla, que no tienen miedo a mostrar la influencia beatle y adaptarla al espíritu de su época, como en su momento lo hizo el cuarteto de Liverpool; en este sentido no sería sorprendente que entre los mejor álbumes de las últimas décadas estuvieran algunos de estas dos agrupaciones (The Invisible Band, que hace poco fue remasterizado también, o Yoshimi Battles the Pink Robots de 2002, ambos candidatos idóneos).
Peter Jackson presenta en su documental nuevas ideas y revisiones en torno a la obra. Presenciamos sus interacciones, su amistad, sus bromas, sus discusiones. También algunas cosas que se nos revelan nuevas al verlos en pantalla, como la energía contenida de George o la pasión de Paul. Entendemos a Ringo y su estatus inmortal y quizá sobre todo extrañamos a John, a pesar de ser casi siempre intratable.
El día de hoy se cumplen 41 años del injusto asesinato de John Lennon a manos de Mark David Chapman. Lennon tenía cuarenta años, los mismos que tengo yo ahora, y pensar en ello pone para mí las cosas en perspectiva. A John le bastaron cuarenta años para dejar un legado perdurable que resuena al día de hoy y que quizá lo seguirá haciendo durante mucho tiempo más. Algo parecido sucedió con Harrison hace veinte años, aunque su muerte por cáncer a los cincuenta y ocho ocurrió tras haber dejado dicho todo lo que deseaba.
De no haber ocurrido la tragedia frente al edificio Dakota, John Lennon hubiera cumplido 81 años el pasado 9 de octubre; Lennon fue el único miembro que consolidó una carrera solista sólida y congruente, a pesar de Yoko Ono, o quizá gracias a ella.
Donde quiera que se encuentre Johnny Silver, le mando un saludo desde este lado del miedo y el tedio.
Take a sad song and make it better
Un amigo que vivió en Inglaterra y que lamentablemente murió hace algunos años, nos hablaba en 2003 o 2004 de las influencias musicales de la juventud británica melómana con la que le tocó convivir.
—¿Y qué opinan de los Beatles? —le pregunté, cuando mi propia beatlemanía estaba en ebullición.
—Bueno, para ellos es como escuchar a Los Hermanos Carrión.
Comentarios como ese tienden a poner todo en perspectiva. Este texto, original de 2009 se ha convertido en otra cosa. Y el legado de la banda, me parece, también tiene que ser analizado y recibido de manera distinta por los nuevos escuchas. Incluso por los de antaño que insistimos en ser cómplices de su eterno retorno.
En cierto sentido, me parece que el legado de los Beatles no sería tan importante de no ser por las hordas de críticos que siguen valorando sus obras. Pero no sólo ellos. Mis alumnos de diez años escuchan a Michael Jackson, a Queen y a The Beatles, ¿Por qué? Quizá por su atemporalidad, por su energía o por esa magia íntima que aún despliegan en nuestro corazón cuando los escuchamos.
R. T. G.
9 de septiembre de 2009 / 8 de diciembre de 2021
Fragmentos de Italo Calvino en «Por qué leer a los clásicos», trad. de Aurora Bernárdez, Tusquets, 1992.
* * *
¿Sin tiempo para leer la columna? Escúchala a través de Indisciplina Podcast. Disponible en YouTube, Anchor, Breaker, Overcast, Pocket Casts, Radio Public, Listen Notes, Google, Apple Podcasts, iVoox y Spotify:
* * *
Domesticar la turbina, strike 3: elogio del flanger - MELÓMANO
2 años ago[…] y a sí mismo, obviamente, como uno más de los nada despreciables descubrimientos sonoros del ya legendario Revolver, de 1966. La anécdota va más o menos […]