[bigletter custom_class=»»]Mis padres siempre me dijeron que los años pasan rápido, que se van sin avisar, que la vida es un libro que se lee una sola vez y no es posible adelantarse al final. Supe que mis viejos tenían razón cuando me vi la primera cana en el pelo, hace ya mucho tiempo.[/bigletter]
Nunca le temí a volverme vieja, a verme en el espejo y notar que sonreír era un gesto que ya no hacía sólo mi boca sino también mis mejillas, mi nariz y la piel alrededor de mis ojos. Descubrí que otras líneas de mi cara eran consecuencia de mis enojos por criar a los hijos e intenté difuminarlas con sonrisas… no funcionó, pero al menos me río más seguido.
Alrededor las cosas cambian muy rápido, de pronto el mundo gira a mayor velocidad y no avisa cuándo debo ajustarme los zapatos y apretar el paso. Entiendo cada vez menos por qué la gente anda apurada y preocupada y enojada y ensimismada y triste y desolada. No sé por qué sus miradas jóvenes tienen tanta desesperanza…
Cuando camino por la calle miro a todos pero nadie me mira, me rebasan decenas de pasos veloces y zancadas largas y pesadas en el pavimento; me aturde el ruido de los comercios y los pitidos de los autos y sus motores; hay mucha gente pasando… y nadie le habla a nadie.
En casa escucho distintas estaciones de radio para estar actualizada, pero ahora las canciones están llenas de vacío y las voces y ritmos parecen todos iguales. En cuanto me aprendo el nombre de un artista para tener de qué hablar con mis nietos, descubro que ya pasó de moda y que sus canciones nadie las recuerda.
Por eso me gustan los cantantes de antes, ellos sí se hacían querer, como Agustín Lara, que cantaba con el corazón y el alma. Me gusta poner mis casetes de boleros mientras preparo la comida, aunque tenga que darles la vuelta a cada rato; tengo algunos discos compactos y mi hija me regaló una memoria… u ese be, creo que se llama, pero dice que debo reproducirla en la computadora que me compró y la verdad es que la tengo arrumbada.
Los jóvenes de la familia se ríen de mí cuando les digo que no sé qué es un ipad o un link; un día me explicaron qué es un influencer, y resulta que es una persona a la que no conocen y nunca conocerán porque vive en otra ciudad o país, y entonces les digo que no le encuentro sentido a que hablen de él como si fuera su mejor amigo. Yo les cuento lo bonito que es encontrarse en la calle a un compañero de la primaria y saber cómo le va en la vida, o preguntarle al tendero cómo amaneció y si su familia está bien, pero a estos niños nada los hace levantar la mirada mientras caminan, todo lo tienen en el celular.
A veces quisiera ser como ellos, correr a todas horas y luchar por aprovechar al doble cada momento del día, pero veo a mi alrededor y confirmo que me gusta más caminar despacio y seguir sintiendo el calor del sol que pega en mi pelo y en mis hombros, disfrutar el fresco de la mañana y ver las flores salpicadas de rocío.
Me despierto lo más temprano que puedo para ver el sol desde que sale y estar pendiente cuando se pierde entre los cerros, ya en la tarde. Yo quiero que los días duren más, quiero sonreírle a cada persona que va por la calle, quiero guardar todo lo que ven mis ojos para recordarlo después. Quiero leer muchos libros, platicar a diario con mis hijos, aunque sea un ratito por whats; hojear a diario mis álbumes de fotos y sonreír con cada recuerdo que en el papel ya se mira borroso. Yo quiero seguir viviendo sin esperar el final, sin ver la hora que marca el reloj.
Canción: Farolito
Autor: Agustín Lara
Año: 1931
¿Te perdiste la entrega anterior de In the mood? Aquí la tienes:
http://melomano.com.mx/2020/04/30/it-wont-be-long/?fbclid=IwAR2TxhKKnwkrpqzZFITc47srToojo4bWBzTakkfxwqxsyX3SCELP6tOs050