La primera vez que escuché a Erik Satie fue durante una escena de Elegy (2008), adaptación al cine de la novela premio Príncipe de Asturias de las Letras escrita por Philip Roth bajo el título El animal moribundo (2001).

Las piezas que escuché son el “Gnossiennes” 3 y 4. Desde entonces me sumergí en la música de este compositor francés nacido en 1866, interesado en la relación de la música con otras disciplinas artísticas, cuestión visible en la amistad que entabló con artistas como Debussy, Man Ray, Valadon, Zuloaga, Picaso (¡iug! este me cae mal), Cocteau, entre otros.

Cuadernos de un mamífero

Buscando en tiendas online si existía alguna biografía suya, me encontré con Cuadernos de un mamífero, publicado en 2006 por la editorial Acantilado. Se trata de una serie de textos escritos por Satie, reunidos por Ornella Volta, directora de la Fundación Erik Satie, reconocida internacionalmente y cuyos estudios han sido traducidos a diversas lenguas. La traducción del libro estuvo a cargo de M. Carmen Llerena.

El libro despliega ante nuestros ojos la inagotable imaginación del compositor, alimentada por su sentido del humor y su tendencia al misticismo; así como una estética que siempre consideró independiente, pese a que escuelas diversas como los simbolistas, cubistas, dadaístas, surrealistas, minimalistas, new age, entre otros, han reconocido como propia.

Lo que más me gustó del libro fueron sus «indicaciones de carácter», con las que remplazó las indicaciones de movimiento habituales en el pentagrama (lento, grave, piannissimo…). Éstas, más que referirse a la técnica del intérprete, indicaban el estado de ánimo propicio para transmitir las verdaderas intenciones de Satie.

Las indicaciones de carácter incluyen expresiones tales como: acribillado, bailando, beba, caiga hasta el debilitamiento, como ruiseñor con dolor de muelas, con la mano en el corazón, de lejos y con aburrimiento, de dientes afuera, empaparse, en el gaznate, en llamas, lágrimas en los dedos, los huesos secos y lejanos, no sude, palidezca, sin nada de poesía, sin que el dedo se ponga colorado, viscoso…

Ornella cuenta que algunos pianistas, impresionados por el lado humorístico de dichas indicaciones, decidieron leerlas en voz alta durante la interpretación musical, frente a la audiencia. Éstas prácticas provocaron la cólera de Satie, que no soportaba que se alterara la audición de su música aunque fuera con sus propios textos. Declaró entonces que aquellas indicaciones «eran -y debían seguir siendo- un secreto entre el intérprete y él».

También conocí La trampa de Medusa, su comedia lírica en un acto, con música de baile que él mismo compuso. Me sorprendieron su referencia a sí mismo a través de la autodescripción que hace el Barón Medusa, quien finje equivocarse el declarar que pertenece a la familia de los «acéfalos». «Satie reivindica su propia pertenencia a los seres sin cabeza, que colocan el instinto por delante de los conocimientos adquiridos y rechazan sistemáticamente el cartesianismo y sus condicionamientos racionales», según las notas de Ornella.

Les recomiendo mirar las partituras que acompañan el baile de Jonás, un mono mecánico que el Barón Medusa ha hecho disecar para su distracción. El mono encarna al inconsciente, que no se libera más que cuando el dominio de la conciencia falla. En efecto, el mono sólo baila cuando el barón dormita.

Satie también compuso música para niños que se publicó de manera póstuma, se trata de Trois nouvelles enfantines (Tres nuevas piezas infantiles), en las que incluso tuvo en cuenta el tamaño de las manos de los jóvenes intérpretes.

 

Solía utilizar metáforas para expresar la irritación de la crítica académica a causa de las libertades que se toma la música moderna, que comparaba con un niño. Sin duda era un rebelde irredento, no carente de rigor ni complejidad, esto lo percibí en su música y desde la carta que envió al Conservatorio Nacional de Música y Declamación en Paris, en 1892, donde reprocha la incapacidad de la academia para entender su espíritu tierno, cuestión que le hizo detestar «el arte grosero» que enseñaban.

En otros textos, el compositor enfatiza que el arte no precisa de esclavitudes. Escribe «Siempre me he esforzado por confundir a mis seguidores, por la forma y por el fondo, en cada nueva obra. Es el único medio de que un artista no haga escuela, es decir, de que no se convierta en un pedante».

En julio de 1925, en un miserable cuarto que había cerrado a todo el mundo deliberadamente, Satie murió. Se descubrieron dos pianos con los pedales atados, que escondían, bajo sus tapas, bellos manuscritos, en los que figuraban millares de textos fantásticos que descubrían un universo más allá del compositor. Nadie conocía dichos textos.

Cierro con la misma frase con la que termina el libro: «El hombre está hecho para soñar como yo para tener una pierna de madera», Erik Satie.

Espero que hayan disfrutado el paseo por Cuadernos de un mamífero y la música de este gran soñador. ¡Hasta el próximo libro, melómanos(as)!

Sobre el autor /

Escribo, crío un bebé y doy talleres literarios para niños, niñas y adolescentes.

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