¡Un brindis por la música! Escuchar es volver a vivir

Hay amores que se viven una sola vez. Otros, se repiten con cada canción. Pero hay uno que nunca se olvida y se vuelve eterno: el amor que nace el día en que escuchamos por primera vez a esa banda que nos hizo sentir comprendidos, vistos y, de algún modo, completos. Ese momento exacto —el primer acorde, la primera nota, la primera palabra— se queda con nosotros para siempre. No como un recuerdo más, sino como una línea de tiempo que divide todo en antes y después.

Hay canciones que se cantan y hay canciones que se sienten, que son un hogar para el alma y el corazón. Por ejemplo, en 1977, el grupo sueco ABBA entonó una carta de amor a la música. «Thank You for the Music», penúltima canción del lado de B de The Album, no es sólo una melodía pegajosa ni una simple declaración de amor al arte; es una carta abierta de gratitud al poder invisible que transforma el silencio en emoción: la música.

Así como ABBA, hay músicos que expresan su amor por la música, aunque no precisamente con palabras. Puede ser componiendo un verso, un requinto o un ritmo que se convierta en un hechizo permanente. Sin embargo, para los que no se nos da tocar un instrumento, la música puede que sea nuestra compañera del día a día. Ya sea en el transporte público o mientras caminamos al trabajo. Bien puede ser nuestro soundtrack antes de una primera cita o el empuje para atreverse a dar el primer paso y cumplir nuestros sueños.

Para muchos, la música llega de forma accidental. No avisa, no golpea la puerta. Se cuela por la radio de un auto, en la sala de espera de algún consultorio, en el cuarto de un hermano mayor o en el volumen bajito de unos auriculares prestados. A veces, incluso aparece como fondo de una película. Y, sin que lo sepamos, se convierte en protagonista de nuestras emociones.

Escuchar es volver a vivir

A veces un aroma, un perfume o la ropa, nos lleva a un momento en específico. También el sonido, el ritmo y las canciones lo hacen. Para algunos melómanos — no puedo generalizar — los recuerdos están musicalizados, todo (o en su mayoría) lleva un soundtrack personalizado. Por ejemplo, ¿recuerdas la primera vez que escuchaste a tu banda favorita o esa canción que te impactó tanto que la dejaste en ‘repetir’ hasta el cansancio?

Había escuchado a Journey y Reo Speedwagon. Me gustaban sus canciones como «Open Arms» del álbum Escape o «Keep on Loving You» del disco High Infidelity; sin embargo, cuando el sonido de «I Should Have Know Better» — del disco publicado en 1965 A Hard Days Night— junto con las voces en armonía de la dupla de compositores Lennon-McCartney llegaron a mis oídos, ya no los solté. Jamás lo hice.

Cada canción que escuchaba de los Fab Four era un descubrimiento de un mundo nuevo, de opiniones, de contextos en los que estaba lejana a vivir. Pero de cierta forma, me hacía pensar que podía estar cerca de ese mundo sesentero en el que tanto había anhelado vivir desde que tenía 12 años. Al escuchar sus canciones, tenía la puerta abierta a ese mundo que me era conocido, pero imaginario al mismo tiempo. A veces tenía la sensación de que cada melodía era como si la hubiesen escrito con los pensamientos que yo todavía no había aprendido a formular. Y fue entonces cuando lo supe: me estaba enamorando de la música y de ellos, no como se ama un pasatiempo o una distracción, sino como se ama una parte del alma que no sabías que te faltaba.

Porque la música no solo escucha, sino también se siente. Cuando conectamos con una agrupación por primera vez, no solo estamos descubriendo un sonido: estamos descubriéndonos a nosotros mismos en un espejo invisible, uno que canta. El amor por la música no entiende de edades ni de géneros. No importa si tenías 8 o 28 años. No importa si fue una banda de rock clásico, un grupo de pop sueco, una orquesta de jazz o una banda alternativa que apenas conocías. Ese instante en que algo dentro de ti hace clic, en que sientes que acabas de encontrar algo que te faltaba sin saberlo, es universal. Y cuando sucede, no hay marcha atrás.

Te vuelves devoto. Buscas todas sus canciones, aprendes sus letras de memoria. Te haces preguntas sobre sus integrantes como si fueran personajes de una novela que quieres entender. Les das un lugar en tu vida que antes estaba vacío, y de repente, una canción se convierte en refugio, en himno, en abrazo.

El primer amor musical

Nacemos, crecemos, descubrimos nuestra pasión (en este caso la música) y nuestro ciclo vital se detiene por unos momentos. El crecer involucra distintos cambios, nuevas cosas a las que te vas a enfrentar y que, probablemente, aún no tengas la experiencia suficiente para afrontar los eventos canónicos que se aproximan.

Sin embargo, ese primer amor musical no se olvida. Tu primer amor adolescente bien pudo ser uno de los cantantes. Tu primer concierto o bien tu bienvenida a la adolescencia, el descubrimiento a otras cosas que la infancia no tenías desbloqueadas. Además, tiene algo de eterno porque a pesar de que los años pasen, los momentos se olviden y otras agrupaciones, etapas y sonidos lleguen a tu vida,  siempre hay un rincón dentro de ti que les pertenece. Como un beso que no olvidas, como una canción que no envejece.

Y es curioso: a veces volvemos a escuchar esa banda mucho tiempo después. Le damos play a ese viejo disco, y de pronto todo regresa. No solo la música, sino también nosotros mismos, en ese estado puro e ingenuo en el que lo escuchamos por primera vez. Cerramos los ojos y es como si tuviéramos otra vez esa edad, ese lugar, esa piel. Las sensaciones se renuevan, hacen alquimia con los nuevos sentimientos y pensamientos cuando notamos un detalle, un arreglo, un sonido, un latido que probablemente siempre estuvo en esa canción que hemos escuchado una y otra vez, pero nunca lo habíamos notado y automáticamente se convierte en un descubrimiento que se queda plasmado de por vida.

Ahí está la verdadera magia. Porque la música no sólo guarda emociones, guarda tiempo. Cada canción es una cápsula que se activa con solo presionar play. Y entonces te reencuentras con aquella persona que habías sido hace tiempo, pero que ya habías olvidado. El tú que estaba triste o feliz, el que no entendía el mundo pero que encontraba sentido en tres minutos de armonía.

Así que agradezco a la música por ser parte de mí

«Mother says I was a dancer before I could walk, she says I began to sing long before I could talk», canta Agnetha Fältskog, vocalista de ABBA en uno de los versos de «Thank Your for the Music». Cuando era bailarina me decían que los acordes los sintiera en cada fibra de mi cuerpo, que soltará a los demonios y a los sentimientos que arrinconaban con fervor a los nervios antes de salir al escenario. La música ha sido parte de mí antes de nacer, cuando llegué al mundo y desde que empece a crecer no se ha despegado ni un minuto de mí.

Por eso, amar la música no es una elección: es un destino. Recordar la primera vez que la sentimos de verdad, que la vivimos en carne propia, que la llevamos a casa como quien lleva un secreto o un tesoro, es como abrir un diario invisible que siempre ha estado con nosotros.

No todos los amores son eternos. Pero el amor por la música, ese que nació la primera vez que descubrimos una banda que hablaba nuestro idioma emocional, ese sí. Ese se queda. No importa cuántos años pasen, cuántos discos nuevos salgan, cuántos estilos cambien. Esa primera vez, ese primer acorde, ese primer suspiro… permanece.

Brindo por la música. Quiero agradecerle por acompañarnos en todo momento al igual que a los músicos por crear sus acordes, contar historias ocultas y visibles y todo lo que conlleva a cumplir su sueños y ser parte de ellos. También gracias a la música por habernos encontrado, gracia a esa banda —la tuya, la mía, la de todos— por haber sido el puente entre lo que sentíamos y lo que no sabíamos cómo decir.

Aplausos hasta al cielo a los músicos que ya no están con nosotros, que se encuentran en otro plano, pero que gracias a su legado musical nos serán eternos.

Aplausos a Brian Wilson por darnos, junto con The Beach Boys, canciones memorables que, a pesar de que los años han transcurrido, su música se escuchará fuerte en nuestros oídos y marcará el latido de nuestros corazones musicales.

Sobre el autor /

Comunicóloga por elección intento de escritora por convicción. Me gusta musicalizar cada momento de mi vida, me agrada ponerle palabras al desorden que ronda mi cabeza desde que una idea ataca a mi cerebro. Siempre veras a mí ser de 25 años con audífonos, con una libreta y muchos sueños en mano.

Deja tu comentario

Your email address will not be published.