No puedo siquiera describir lo que sentí cuando te vi, de pie frente a la vendedora de revistas a la que hacía dos minutos le había pedido ayuda para saber la hora. Le mostrabas una fotografía mía publicada en el periódico cada día desde hace tres meses, cuando decidí huir sin decir palabra; tres meses habían pasado y tú ya habías recorrido medio país, parte por parte, para encontrarme.

Mientras cruzas algunas palabras más con aquella mujer, yo sigo escondida tras el auto azul marino que para mi buena suerte decidió ignorar el letrero que prohíbe estacionarse; te miro ahí, más cerca de lo que quisiera, y siento el impulso de levantarme y correr para abrazarte por la espalda… pero no puedo ni debo, estoy tan deteriorada que tú no harías más que llevarme de vuelta al lugar del que hui, hasta ahora con éxito.

La voz en mi cabeza me aconseja que lo mejor es seguirte los pasos, es más seguro no perderte de vista para evitar que me descubras. Bastarán quizá un par de días para que desistas de tu misión de hallarme contra mi voluntad y regreses adonde tú sí perteneces: a tu vida.

Te observo guardando el pedazo de periódico en el bolsillo interno de tu abrigo, el que sacas del armario cuando debes viajar a un sitio frío, casi helado, como éste que elegí para extraviarme entre millones de personas que camuflan su identidad entre edificios monstruosos. Te ves tan apuesto en ese abrigo… y por si fuera poco, levantas las solapas porque ha comenzado a caer la nieve. Creí haber ocultado cualquier pista que te llevara a buscarme en un lugar con invierno permanente, pero tal vez me conoces muy bien y yo fallé en engañarte.

Camino despacio detrás de ti, en línea recta, y agradezco que tu 1.90 de estatura le sume anonimato a mi 1.70. Te miro detener tus pasos frente a un salón de belleza, debes haber visto a alguien parecida a mí, sentada admirando su nuevo color de cabello, o acaso recordaste cuando te dije que, si un día dejaba todo atrás, me convertiría en estilista donde nadie me conociera. Bajas la mirada antes de seguir tu camino, obligado por el mar de personas que flotan a prisa por la misma acera y no pueden, ni quieren, tolerar que un extraño se quede parado mirando a la nada.

El compás de tus piernas se abre para llevarte un poco más lejos y yo te sigo; tu zancada se mira decidida, no sé si guiada por el miedo o por la esperanza, la tarde que debatimos qué nos motivaba a seguir viviendo no supimos decir si era lo uno o lo otro, o una combinación de ambos. Yo te dije que no tengo miedo de morir y que si conozco la esperanza es por encontrar vida más allá de ésta y transformarme en plasma o en una nube liviana que viaja a miles de años luz de aquí; tú me dijiste que la muerte es tu mayor miedo, que te aterraría descubrir una vida más allá de ésta y ver que el mundo entero sigue intacto sin ti, y que la esperanza para ti era que tu existencia se alargara varias décadas y morir junto a quienes más amas.

Un paso y luego otro, y otro más, y devuelvo mi memoria al día en que te conocí: no tuve que seguirte, como ahora, y tu cuello estaba al descubierto porque era primavera y ambos huíamos del sol de mediodía. ¿Recuerdas nuestras miradas chocando de un extremo al otro de esa cafetería? Te acercaste sin dudar y yo simplemente me paralicé, como cualquier absurdo cliché de amor a primera vista; ninguno de los dos habría podido imaginar que cuatro años después esa historia estaría a punto de terminar de esta manera, contigo persiguiéndome y conmigo huyendo y deseando no ser descubierta.

Acepté comenzar con esto a pesar de que la voz me había advertido que el tiempo estaba contado: cuatro años, cronómetro en mano. Debí alejarte desde entonces, pero fui tan débil… y mírate ahora, aferrado a un pedazo de papel con mi imagen impresa, desgastándose día tras día, y yo esforzándome por desaparecer sin dejar un solo rastro.

En tu búsqueda miro tu anhelo y tu eterna esperanza, mientras lo único que me llena a mí es el miedo a ser vista y a que no sean mis ojos los únicos que me miren cuando la sangre deje de bombear desde mi corazón hasta cada centímetro del revoltijo de venas que tengo por dentro. Yo no quiero que me veas morir, que no dejes de lado tu maldita esperanza por darme vida con tu propio aire.

El diagnóstico del médico tras mi primer desmayo sólo confirmó lo que esa tirana en mi cabeza había arrojado como sentencia de muerte: poco a poco mi cuerpo iría olvidando sus funciones, desde las más complejas hasta las más básicas, hasta terminar con un corazón que ya no sabe bombear la sangre y unos pulmones que ni siquiera intentan jalar oxígeno. Debí hacerle caso a la voz y decírtelo, pero no había madrugada que no te miraras divino al dormir y pudo más mi egoísmo que mi amor por ti.

Te detienes en un parque cerca de la iglesia… no es posible que recuerdes que de ese lugar te hablé cuando preguntaste dónde me gustaría ser estatua; quisiera creer que lo dije sin querer, pero aquí me tienes también. Comienzo a pensar que en secreto fui dejando pequeñas notas invisibles en caso de que un día me cansara de mi mundo y prefiriera escapar de todo y de todos. Espero que algún día entiendas que no hui de ti, sino de mí transformándome en un agrio recuerdo que prometerías no olvidar. Yo no quiero que me recuerdes muriendo, prefiero dejarte con esa esperanza y vida que veo en ti ahora y no con la tristeza que es lo único que yo tengo dentro.

Hace tres meses supe que el final ya era inevitable y no pude decírtelo, no quise justamente por esto que estás haciendo. Creí que con dejarte esa nota sobre la cama (“Tuve que irme, perdón, no tengo corazón para quedarme y lastimarte con lo inevitable. No me busques”) sería suficiente, pero tú quieres una explicación mayor, y aunque la mereces, merezco más mi tranquilidad ante mi propia muerte.

Se me rompe el corazón al verte caminar y caminar en una ciudad enorme, ajena, hostil, indiferente a una historia de desaparición misteriosa. Y es que aquí a nadie le importo, y a nadie le importa que tú me busques. Por eso vine.

No encontré la manera de irme sin herirte y espero que pronto me perdones. Quisiera mirarte, besarte y decirte a los ojos que es hora de que regreses, que me dejes ir, que te cumpliré la promesa de volver cuando sea el momento, en esta vida o en la otra si compruebo que existe; quisiera hacerlo, pero la voz en mi cabeza me grita que no, que ella es la única que debe morir a mi lado.

Strange

Celeste | Not your muse (2021)

 

Sobre el autor /

Mujer, pachuqueña, escritora y correctora de estilo. Dibujo feo pero quiero bonito.

1 comentario

  • Sandra
    2 años ago Reply

    Qué bello y qué triste relato. Pero muy bueno!!

Deja tu comentario

Your email address will not be published.