Reflexión sobre consumo cultural y el aprecio a los artistas

Hacer una reflexión sobre el consumo cultural es necesario. Como siempre, el cuestionar la forma en la que nos relacionamos con el mundo nos puede ayudar a ser empáticos y a tener experiencias distintas a las de siempre sin ni siquiera movernos.

 

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«Hasta entre los perros hay razas»

A lo largo de mi vida he visto y escuchado un discurso sobre la forma de consumo cultural. Con esto me refiero a que desde niña he presenciado opiniones sobre si a la gente le gusta o no cierto género o artista y por qué eso lo hace mejor o peor persona. Sobre por qué el simple hecho de escuchar cierto tipo de música te hace superior. Y de cómo deberían hacer su trabajo los músicos a los que siguen.

Estoy en desacuerdo con todo esto. En principio, por la simple pregunta ¿Mejor en qué o por qué? Si me contestaran que escuchar música te ayuda a conectar con tus emociones lo entiendo, pero si eso mismo te hace apartar a los demás ¿Cuál es el punto?

Discriminar a los demás porque no conocen lo que tú o no coinciden con tu opinión es de una visión limitada. Sólo hay 7 notas y con ellas existe una variedad de combinaciones tal que es imposible conocer todas ellas. De igual forma, es imposible conocer todos los grupos, todos los géneros, todas las referencias relevantes ¿Porqué entonces existe este sentimiento de superioridad?

Sobre el tema de rechazar al otro porque no le gusta lo que a ti… ¿Y luego? De entrada, el disfrute de cualquier tipo es subjetivo y conforme vamos teniendo más experiencias, nuestra primera exposición a lo que sea se ve afectada por estas. Rechazar a alguien porque no le gusta lo mismo que ti ¿No equivaldría a aceptar que tu experiencia es muy limitada y que no existe ninguna más aceptable que la tuya?

Todo esto lleva a la imposibilidad de encajonar al otro dentro de nuestros prejuicios. De hecho creo que hasta en los perros lo que menos importa es la raza, o si son «bonitos».

¿El arte está hecho para el artista o para el espectador?

En estas semanas he estado leyendo opiniones sobre el trabajo que hacen los músicos, sobre lo que deberían o no hacer. Durante muchos años fui del grueso de la gente que preguntaba ¿Porqué no hicieron el nuevo material así o de otra forma?

Hay un libro cortitito que me ayudó a ver esto en una perspectiva muy diferente. Se llama El libro del té y contrario a lo que esperaba por su título (recetas y un manual de cómo preparar té) trata sobre la experiencia estética. En una parte del libro justo cuestiona porqué damos juicios de valor sobre el trabajo creativo de los demás. Nuestro consumo cultural se limita a nuestra propia experiencia ¿Entendimos lo que estaba tratando de expresar el artista?

Muchas veces nos gusta el arte porque nos identificamos con su expresión, o al menos identificamos nuestras experiencias en lo que vemos, aunque no necesariamente tengan algo que ver. Sin embargo, en muchos casos, cuando hay textos de por medio, es posible observar cómo cambia el enfoque y eso puede llevar a que nos dejemos de identificar. No solo en sus palabras, a veces el hecho de que exploren con diferentes formas de hacer música nos lleva a quitarles credibilidad, otras veces los sentimos estancarse.

Curiosamente hoy leí el cartón de Pictoline sobre el efecto Dunning-Kruger. Claro, lo primero es pensar que conozco a alguien así. ¿Pero y si la persona que no se da cuenta que no sabe soy yo? Es muy probable que nunca conozca las motivaciones e intenciones del artista al crear una pieza.

¿Deber ser?

Creo que es importante poner en tela de juicio por qué queremos que los demás sean como creemos que deben ser. Pelear por tener la razón en una historia de la que ni siquiera formamos parte ¿No es una simple pérdida de tiempo?

Por ejemplo, ver las discusiones que se arman por el origen del punk puede ser un ejercicio aburrido, sobre todo cuando lo que discuten es dogma. En mi experiencia, el cuestionamiento personal repetidamente se ha visto influenciado por lo que escucho y leo. Es decir, cuando veo una entrevista, leo un libro o escucho una canción me pregunto cosas:

¿Por qué tengo que verme de cierta forma si escucho cierta música? Mi expresión de vestimenta puede tomar referencias de muchos lugares, no existo para dar gusto a los demás.

¿Por qué tengo que pensar que los que no conocen lo que yo son menos inteligentes? La inteligencia no es sinónimo de conocimiento.

¿Por qué tendrían los artistas que hacer música como yo pienso? Muchos de los artistas que aprecio hicieron música porque no les satisfacía lo que había en el radio.

¿Por qué tengo que pensar que géneros distintos al rock son inferiores? Parte de lo que más aprecio del rock es su rebeldía, pero no es la única música rebelde, el dance y hip-hop son ejemplos de géneros que han roto paradigmas y que escuché en el radio y en mi familia que eran malos, chafas, no valían la pena.

¿Mi consumo cultural está dictaminado por lo que dicen académicos, intelectuales o líderes de opinión? Mi propia experiencia es válida y filtrar por medio de mis propias experiencias le da a la música una dimensión particular. Conocer la experiencia de los artistas y su entorno cultural me ayuda a tener contexto y disfrutar de la música con mayor amplitud de mente.

Como ya les conté en otras ocasiones, esto me llevó hasta cuestionar mi propia identidad ¿Por qué habría de adaptarme a las identidades prefabricadas si no me representan?

La música no tiene la culpa

La música en sí aporta mucho a nuestra experiencia de vida, enriquece nuestra habilidad para expresar las distintas emociones, nos permite ambientar nuestros espacios, nos da compañía.

Creo que es muy interesante cuando la discusión musical se centra en la música, sus componentes o lo que te aporta. Nuestro consumo cultural puede estar enfocado en expresar, conocer y compartir, enriqueciendo nuestros argumentos con experiencias propias.

Finalmente, les comparto una enseñanza que fue muy importante para mí: he aprendido a apreciar a los demás no por lo que escuchan, sino por cómo deciden afrontar su vida.

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