[bigletter custom_class=»»]Afuera todo se derrumba. En las calles repletas no hay almas, sólo pasos vacíos. La cosecha de desesperanza ha comenzado a inundar el ambiente y se desborda en cada mirada perdida. Son éstos los días que nos suceden, los días que se quedarán impresos en nuestras células y se replicarán inevitablemente aún más allá de nuestra muerte.[/bigletter]

No hay grito de auxilio que alguien pronuncie, todos vamos y venimos como si tuviésemos la certeza de que esto es sólo un mal sueño, que pronto despertaremos al lado de la gente que amamos y que todo rastro de sufrimiento habrá sido producto de nuestra imaginación tras una noche de insomnio por tanto mirar películas del fin del mundo. Porque así no se supone que sea el fin del mundo.

Este ensimismamiento dice más que todas las palabras que pudiéramos pronunciar, duele más que las lágrimas que no lloramos y dejamos en espera hechas nudo en la garganta mientras volvemos a casa, deseando que al mirarnos al espejo se rompa el hechizo que cayó sobre el mundo entero y el sol de afuera apague un poco el frío de adentro. Pero pasa un día, y otro, y luego otro más, y la maldición no desaparece; cada mañana regresa al pecho el yunque de realidad: esto sí está pasando. Lo sabemos, lo sentimos, pero vamos afuera y pretendemos que no.

No habríamos podido imaginar la soledad que sentiríamos aun con gente en todos lados; ninguna profecía nos advirtió del hielo que nos recorrería de pies a cabeza cuando tuviéramos prohibido arder cuerpo a cuerpo, como antes, como siempre.

Las miradas que antes se cruzaban unas con otras y entibiaban el corazón, hoy simplemente van fijas al suelo; las sonrisas de cualquier extraño que podían cambiarnos el día ahora no existen, y si existen ya no son para nosotros, no son para nadie sino para un pedazo de tela convertido en prisión.

Y es que no importa que la muerte sea la amenaza diaria, ha dejado de ser relevante porque muy en nuestros adentros nos repetimos que esto no puede estar pasando, lo decimos una vez y otra mientras caminamos al trabajo, mientras hacemos las compras indispensables, mientras miramos a un punto fijo ya no en el horizonte sino en el primer objeto fijo que tengamos enfrente.

Pero en medio de todo este caos diario –que parece interminable-, levanto la mirada y arriba, lejos –a veces demasiado-, parece haber un sitio –quizás en otro mundo- en el que no todo está tan mal como se lee, como se escucha y como se mira por doquier. Tal vez no todo esté perdido, tal vez mañana de verdad saldrá el sol y no será sólo un punto brillante que ya pocas pistas da del paso de los días, tal vez pronto…

Y me digo: no importa que afuera todo se esté derrumbando; qué más da si me descubro invisible y sin certezas. Qué puedo perder si escucho repetidamente esta canción, si me imagino con los pies hundidos en la arena blanca que tienen el norte y el sur; si nadie más que tú puede escuchar los secretos que una vez prometí no revelar. Tal vez esta canción sea todo lo que necesito; si te invito a bailar en la palma de mi mano, ¿aceptarías? Y que el mundo se siga derrumbando.

Canción: Tiny dancer

Artista: Elton John

Álbum: Madman Across the Water

Año: 1971

 

Sobre el autor /

Mujer, pachuqueña, escritora y correctora de estilo. Dibujo feo pero quiero bonito.

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