Dicen que no existe escuela para aprender a ser padres.

Yo nunca he recibido una invitación de suscripción a universidad alguna donde se dicte la carrera de “Técnico Superior en Gestión de Recursos Psicopedagógicos, Administrativos y de Entretenimiento para la Maternidad Exitosa”, sería un fenómeno muy interesante ese de ir a un colegio, obtener un título oficial emitido por una institución de prestigio, impreso con hermosas letras doradas.

 

Creo que igual la maternidad sería lo que es, un montón de éxitos con otro montón de fracasos.

No creo que tenga nada de malo comprar un libro con consejos para maternar, lo que nadie nos ha dicho es que se pueden comprar cientos de textos y se puede asistir a decenas de charlas de orientación paternal, pero en ninguno de ellos encontraremos el camino adecuado para nuestra familia, porque ese camino lo debemos escribir personalmente. Y es que no existe una universidad oficial para formarnos como madres, ¡Ahh, pero hay una escuela pública! Ese lugar que no es físico pero que es muy real.

¿Recuerdas quizás la primera conversación “de madres” que escuchaste? Probablemente eras muy joven, y quizás las mujeres adscritas a ese club no oficial de “Las Buenas Madres” te miraron con recelo por estar espiando una charla de carácter tan serio, íntimo y espeluznante.

Esas reuniones de maternidad pueden suceder esporádicamente en un desayuno, la sobremesa de una comida familiar o mejor aún en un baby shower. En esas reuniones se pueden escuchar miles de cosas, desde recomendaciones para el cuidado de la ropa de los niños, recetas, recursos infalibles para bajar de peso, quejas o halagos para pediatras, hasta confesiones matrimoniales y excusas miles para comerse a pedazos a otras mujeres (no presentes) que han cometido faltas impronunciables en contra de los mandamientos del club de “La Buena Madre”; sí, cosas como trabajar muchísimo para mantener al esposo mientras él se encarga del cuidado de los niños, un flojo, un mantenido, ella una tonta. Es igual de aberrante (y totalmente criticable) la historia de aquella mujer que no se arregla nunca, pero no olvidemos a la que se operó y ahora se cree muy guapa, que ni se acerque a nosotras (y mucho menos a nuestros maridos); también se pueden escuchar “observaciones” de la mujer que decidió maternar de manera autosuficiente (ella, a la que embarazaron y no le cumplieron ) o de ella, que por familia nuclear tiene a sus hijos, sus padres y una hermana más chica… TODAS, todas las madres somos en algunos contextos, miembros honorarios del club, pero en otros contextos alejados de nuestros oídos, podemos ser todo lo contrario.

“Es bonito (maternar) pero es tan cansado”, “Nunca volverás a dormir, comer comida caliente, poder peinarte con calma, salir con tus amigas, gozar de la vida…”, “Lo mejor es mirarlos dormidos, se ven tan angelicales”.

En la escuela pública de la maternidad hemos aprendido de todo, hemos escuchado miles de historias de voz de mujeres que se lamentan con voz amarga. Nos hemos llenado de miedo y coraje contra los cochinos niños, tan caros, tan latosos, tan enfermizos, tan llenos de etapas difíciles, tan difíciles de peinar, con terribles necesidades de alimento, cuidado, consuelo y compañía.

¿Qué tiene de bueno se madre?

Me preguntaba yo antes de serlo y se preguntan muchas mujeres que prefieren no tener nada que ver con tan ridícula tarea.

Mi retiro voluntario

Decidí no volver más al club, decidí que no quiero escuchar ni una crítica más de esas que se esgrimen con dureza a otras mujeres, que como yo, libran de por sí las terribles batallas del mundo. Decidí levantarme de la mesa, cambiar el tema, declinar la invitación al cafecito.

“Las personas nos construimos de aquello que escuchamos sobre nosotros de la boca de nuestros padres”. Leí la frase en un libro sobre maternidad, me impactó.

Yo recuerdo frases dolorosas, de lo difícil que fui, de lo mucho que lloraba, de lo inquieta y berrinchuda que les resultaba, de que hablaba hasta cuando estaba en silencio… No recuerdo historias bonitas acerca de mí. ¿Qué no me querían? ¡Pero si me adoraban! Seguramente mi madre también fue al club y no se retiró a tiempo para saber que no se trata de perfección, de casas impecables, de currículas escolares apantallantes, sino de experiencias memorables, de tardes de juego, de complicidad, de miradas enamoradas, de abrigo, refugio mutuo, amor único sin calificaciones ni opiniones externas.

Salirse voluntariamente del club puede significar vivir momentos de soledad, sentir la dureza del exilio, enterarse casualmente de los sucesos en los que ya no eres requerida, hacer pagar a los niños con exclusión social por las diferencias entre los padres.

Ahora prefiero la versión más pequeña: el club de “Las madres de colores”, así le puse. Al principio era solo yo con mis hijos, pero de a poco se han unido más mujeres que también aman leer, comer cosas raras, dejar jugar a los niños hasta que queden mugrosos, prefieren no encender la tele, gustan de reír a carcajadas mientras devoramos las incontables calorías de un pastel de triple chocolate. Las nuevas reglas tampoco están escritas en ninguna ley pero se sabe que están prohibidas las críticas a otras madres; los niños son los protagonistas, siempre debe haber comida en abundancia y no importa si la locación es un parque, un cine o una casa, lo importante es gozar de la dicha que es y lo es de verdad ¡Ser madres!

La música que les comparto hoy es de Dúo Karma

 

 

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