Debo aceptarlo, tengo UN sólo gen cursi que envidia profundamente a los amantes que no tenían otra manera de comunicarse a distancia sino a través de cartas. Imagino la larga espera de una respuesta, los momentos en calma frente a distintas ciudades mientras se escribía en un intento de transmitir el sentimiento a través del papel, o los breves mensajes para evitar que el encargado de recoger el correo se fuera. Creo firmemente que hemos perdido la capacidad de disfrutar la espera, el misterio. Ahora los mensajes llegan en un pestañeo, sin una caligrafía distintiva, sin manchas ni aromas, incluso usando palabras predeterminadas por la inteligencia artificial, etcétera.

En vísperas del Día del Amor y la Amistad decidí leer Cartas de amor de músicos. ‘Mi ángel, mi todo, mi yo…’ (1) de Kurt Pahlen (Viena, 1907 – Berna, 2003), escritor y divulgador musical, compositor, director de orquesta y musicólogo. Se trata de un compendio de 300 cartas de 22 compositores de música de concierto que vivieron entre mediados del siglo XVIII y el siglo XX. La traducción es de Ruth Zauner.

 

Portada del libro.

En esta primera entrega, elegí a cinco músicos cuyas cartas me resultaron las más atractivas, sea porque develan una pasión desbordante, porque comparten con su amada la manera en que vivían su vocación artística, porque muestran el lado gracioso casi impensable de un genio o el anhelo de volver a la tranquilidad del espacio doméstico, con la familia. Pues bien, aquí vamos.

Wolfgang Amadeus Mozart

(1756-1791)

No puedo quitarme de la mente la imagen del Mozart que nos regaló Milos Forman en su película Amadeus. Me resultaba chocante imaginarlo con esa risa y comportamiento bobos, será porque en ocasiones consideramos a los genios demasiado solemnes (sí, aunque usaran pelucas esponjosas y mallitas). Finalmente, encontré en el libro de Pahlen que Mozart sí que tenía un lado gracioso.

La destinataria de su carta es Konstanze Weber, quien se convirtió en su esposa. La carta tiene fecha del 13 de abril de 1789; fue escrita a las 7:00 de la mañana, en Dresde, y dice así:

Queridísima y amadísima mujercita,

queridísima mujercita, ¡si por lo menos ya hubiera recibido una carta tuya! Si pudiera contarte todo lo que hago con tu querido retrato, sin duda te reirías a menudo. Por ejemplo cuando lo saco de su estuche y digo: ‘¡Que Dios sea contigo, mujercita Stanzerl! Que Dios sea contigo, gamberro; enredador-burlón-fantasioso-traga-y-aprieta!’ Y cuando vuelvo a guardarlo, lo dejo ir resbalando poco a poco, y repito una y otra vez ¡Nu-Nu-Nu-Nu! Pero con la intención que este conjuro requiere y con el último, rápido: ¡buenas noches, ratoncilla, duerme bien!… Ahora me parece que he escrito algo bastante bobo (por lo menos para el resto del mundo), pero no para nosotros, que nos amamos tan profundamente…

Una de muchas composiciones de Mozart durante su relación con Konstanze fue la Misa en Do Menor, cuyo solo de soprano le confió.

Ludwig van Beethoven

(1770-1827)

Este fue sin duda uno de los músicos que más llamaron mi atención no sólo en este libro, también en otro, por la manera en que se entregó a su vocación (2), a su sagrada misión al servicio del arte, escribe Pahlen. El fragmento que compartiré corresponde a una carta escrita para Bettina von Brentano, cuyo encanto y viva inteligencia -en palabras de Pahlen- impresionaron profundamente al compositor. La misiva está fechada en 1812 y sólo sus últimas líneas se ajustan a la categoría de «cartas de amor». Sin embargo la comparto.

¡Mi querida y buena amiga!

Reyes y príncipes pueden crear profesores y consejeros y títulos y condecoraciones, pero no pueden crear grandes hombres, espíritus que se elevan por encima de la inmundicia terrestre; eso no lo pueden conseguir y lo tienen que respetar (…) Luego de una pieza dejé a Goethe, no le perdoné nada y le recriminé todos sus pecados pero sobre todo los que ha cometido contra usted, queridísima amiga, de la que precisamente íbamos hablando. ¡Dios! Si yo hubiera podido pasar un tiempo con usted, como lo hizo él, créame que habría producido cosas más grandes todavía. Un músico también es un poeta, también puede sentirse transportado a un mundo donde espíritus superiores se burlan de él y le plantean tareas harto difíciles. 

Cuántas cosas cruzaron por mi mente cuando la conocí, en el pequeño observatorio, mientras caía aquella deliciosa lluvia de mayo, que fue tan fructífera también para mí. Los más hermosos temas se escabulleron de sus ojos para deslizarse en mi corazón, temas que todavía arrebatarán al mundo aunque cuando Beethoven ya no dirija. 

Existió otra receptora, «la amada inmortal» frente a las que palidecen la anterior y todas las cartas que Pahlen presenta, pero nadie conoce de quién se trata. La carta que le dedicó da nombre al libro, pues comienza exclamando ¡Mi ángel, mi todo, mi yo!. Se encontró en el escritorio del compositor tras su muerte, se ignora si fue devuelta o si acaso no fue enviada.

Robert Schumann

(1810-1856)

El amor de Schumann con la pianista Clara Wieck es descrito en este libro como el amor más hermoso y puro que unió a dos almas excepcionales. Él era discípulo del padre de Clara. Al saber de las intenciones de Robert con su hija, se convirtió en un verdadero enemigo. Años duró la correspondencia entre Robert y Clara, quienes ansiaban la unión conyugal.

3 de enero

Soy un hombre impaciente, insatisfecho, insoportable a veces ¡me crees demasiado bueno! Ay, ¡ojalá pudiera ser ingenuo como cuando era niño! ¡Fui un niño muy feliz cuando buscaba acordes en el piano o flores en el campo; hice las más bellas poesías y oraciones; yo mismo me sentía una de ellas. Ahora entro en años… Sin embargo contigo quisiera jugar como juegan los ángeles, a través de las eternidades…

Después de una ganar una demanda ante el juzgado para pedir que se les permitiera contraer matrimonio a pesar de la voluntad del padre de Clara, los recién casados comparten misivas siempre cariñosas y felices. Algo que llamó mi atención es que el 1840 inician un diario en común donde acuerdan escribir cada ocho días los sucesos de la semana, para comprobar si ha sido digna y activa, si han reforzado su bienestar dentro y fuera; y si se han reforzado cada vez más en su amado arte. El diario dura tres años y termina con un relato de Clara referente a la reconciliación entre Robert y su suegro. Ya no hay cartas tampoco, pues la pareja apenas se separa, sin embargo, Schumann comienza a presentar síntomas de esquizofrenia y en un ataque de pánico se arroja al Rin. Es llevado a un manicomio, sufriendo durante años tratamientos más parecidos a torturas medievales, sin que Clara respondiera a su llamado de socorro. Sólo cuando la institución le escribe que necesita ir si quiere encontrar al paciente con vida, ella acude para comprobar el ocaso de aquel a quien le profesó un profundo amor desde la niñez.

Les comparto Papillons Opus 2, interpretada por Vladimir Ashkenazy. en 1985.

Franz Liszt 

(1811-1886)

De Liszt se dice que fue un seductor empedernido; muchas fueron las mujeres a su alrededor. Sin embargo, fueron dos las que lo acompañaron en las etapas más importantes de su vida: Marie d’Agoult y Karoline von Sayn-Wittgenstein.

Compartiré una carta escrita a la condesa Marie, quien abandonó a su marido para unirse a Liszt a pesar de las presión social para no hacerlo.

¡Marie! ¡Marie!

Ay, déjame repetir ese nombre cien y mil veces; han pasado ya tres días desde que vive, me asedia y arde en mí. No le escribo, no estoy con usted. La veo la oigo… La eternidad en sus brazos… Cielo, infierno, todo, todo está en usted y siempre en usted… Ay, déjeme ser un loco, un insensato… La mezquina, la juiciosa y estrecha realidad ya no me basta, ¡tenemos que vivir toda nuestra vida, todo nuestro amor, toda nuestra desgracia!

Para 1840, las cartas de amor rondan más en formalidades y la costumbre. El final se acerca y es visible en una carta que dice así:

A media noche

Amor no significa justicia. Amor no significa obligación; tampoco goce, y sin embargo, de forma muy misteriosa, contiene todas estas cosas. Existen mil maneras de sentirlo, mil métodos de llevarlo a cabo, pero para aquellas almas sedientas de perfección e infinito, sólo es uno, eternamente uno, sin principio ni fin. Si se manifiesta en algún terreno es ante todo en la confianza de un ser hacia otro, en la convicción invencible de nuestra naturaleza angélica, inaccesible a la bajeza e impenetrable para todo lo que no sea amor. No disputemos pues sobre palabras (ni sobre hechos) no regateemos, no midamos. Si el amor aún mora en el fondo de nuestros corazones, todo está dicho; si ha desaparecido, ya no nos queda nada más que decir. 

Frédéric Chopin

(1810-1849)

Les sorprenderá saber que no existe ninguna carta de amor de Frédéric Chopin (1810-1849), pues era sumamente retraído y no deseaba que nada de su esfera privada trascendiera al mundo, ni siquiera después de su temprana muerte. Se supone que la correspondencia que intercambió con Aurore Dudevant (George Sand) fue destruida. Aun así, Pahlen ofrece detalles de su relación con Aurore que resultan interesantes en cuanto a las tensiones que se vivían entre mujeres precursoras de las sufragistas como Dudevant y los hombres de su tiempo. De Chopin y Dudevant, se puede decir que fue ella quien lo conquistó a él.

Espero que hayan disfrutado asomarse un poco a la vida amorosa de estos cinco músicos. Les comparto el epígrafe con el que comienza este compendio de Kurt Pahlen y que es de la autoría de Alma Mahler: «Qué extraños son los secretos de los amantes! ¿Qué sucede tras esas puertas legítimamente cerradas? Es curioso, ahí todos guardan silencio; estos charlatanes, cotillas -ahí guardan silencio-; y sin embargo distinguiríamos al instante al genio, al gobernador y al golpista si supiéramos de sus costumbres eróticas…».

¡Hasta la próxima lectura! Y ya saben: si como dicen por ahí, son más secos(as) que un limón de taquería, pueden recurrir a este libro para inspirarse y escribir cartas para el Día del Amor y la Amistad, o mejor aún, para cualquier otro día del año.

 

(1) Turner Música, 2017, ISBN: 978-84-16714-12-4.

(2) Recomiendo leer el capítulo  «Ludwig van Beethoven. Convierte la herida en luz», en Los cuatro pilares del dharma de Stephen Cope.

Sobre el autor /

Escribo, crío un bebé y doy talleres literarios para niños, niñas y adolescentes.

5 comentarios

  • Leoncio Medina nava
    5 años ago Reply

    ¡increible! muy poco conocido éste aspecto de la vida de los músicos, ¡¡felicidades!!

    • Alejandra Guerrero Funes
      5 años ago Reply

      ¡Sí que fue interesante leerlo! Un abrazo, tío.

    • Alejandra Guerrero Funes
      5 años ago Reply

      ¡Sí que fue interesante leerlo! Un abrazo, tío.

  • Hugo Cervantes
    5 años ago Reply

    Interesante es esto, no sabía de este libro. Gracias a tu reseña lo buscaré para leerlo.

    • Alejandra Guerrero Funes
      5 años ago Reply

      ¡Gracias, bicho!

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