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¡Claro que lo sé!, exclamó el viejo Qfwfq, ustedes no pueden acordarse, pero yo sí. La teníamos siempre encima, a la Luna, desmesurada; en plenilunio noches claras como de día, pero con una luz color manteca, parecía que iba a aplastarnos; en novilunio rodaba por el cielo como un paraguas negro llevado por el viento, y en cuarto creciente se acercaba con los cuernos tan bajos que parecía a punto de ensartar la cresta de un promontorio y quedarse allí anclada. Pero todo el mecanismo de las fases marchaba de una manera diferente de la de hoy, porque las distancias del Sol eran distintas, y las órbitas, y la inclinación de no recuerdo qué; además, eclipses, con Tierra y Luna tan pegadas, los había a cada rato, imagínense si esas dos bestias no iban a encontrar manera de hacerse continuamente sombra una a la otra. ¿La órbita? Elíptica, naturalmente, elíptica; por momentos se nos echaba encima, por momentos remontaba vuelo. Las mareas, cuando la Luna estaba más baja, subían que no había quien las sujetara. Eran noches de plenilunio bajo bajo y de marea alta alta y si la Luna no se mojaba en el mar era por un pelo, digamos, por pocos metros. ¿Si nunca habíamos tratado de subirnos? ¡Cómo no! Bastaba llegar justo debajo con la barca, apoyar una escalera y arriba.
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Ahora me preguntarán ustedes qué diablos íbamos a hacer en la Luna, y les explico. Íbamos a recoger leche, con una gran cuchara y un balde. La leche lunar era muy densa, como una especie de requesón. Se formaba en los intersticios entre escama y escama por la fermentación de diversos cuerpos y sustancias de origen terrestre, procedentes de los prados y montes y lagunas que el satélite sobrevolaba. Se componía esencialmente de: jugos vegetales, renacuajos, asfalto, lentejas, miel de abejas, cristales de almidón, huevos de esturión, hongos, pollitos, sustancias gelatinosas, gusanos, resinas, pimienta, sales minerales, material de combustión. Bastaba meter la cuchara debajo de las escamas que cubrían el suelo costroso de la Luna para retirarla llena de aquel precioso lodo. No en estado puro, claro; las escorias eran muchas: en la fermentación (la Luna atravesaba extensiones de aire tórrido sobre los desiertos) no todos los cuerpos se fundían; algunos permanecían hincados allí: uñas y cartílagos, clavos, hipocampos, carozos y pedúnculos, pedazos de loza, anzuelos de pescar, a veces hasta un peine. De modo que ese puré, después de recogido, había que descremarlo, pasarlo por un colador. Pero la dificultad no era ésa, sino cómo enviarlo a la Tierra. Se hacía así: cada cucharada se disparaba hacia arriba manejando la cuchara como una catapulta, con las dos manos. El requesón volaba y si el tiro era bastante fuerte iba a estrellarse en el techo, es decir, en la superficie marina. Una vez allí quedaba flotando y recogerlo desde la barca era fácil. También en estos lanzamientos mi primo el sordo, desplegaba una particular habilidad; tenía pulso y puntería; con un golpe decidido conseguía centrar su tiro en un balde que le tendíamos desde la barca. En cambio yo a veces erraba el tiro; la cucharada no conseguía vencer la atracción lunar y me caía en un ojo... (1)
Bienvenidas a Día Luna, una nota musical para mujeres que, como yo, maternan con la mitad del corazón en la tierra y la otra mitad soñando despiertas.
Mi amor por los lunes
Los lunes son un camino de vuelta a la calma, el orden y el control.
El lunes siempre hago ejercicio, tomo más agua, preparo todo nutritivo para sobreponerme del fin de semana de excesos culinarios.
Los lunes, todos los que eligieron una vida de horarios, vuelven a ellos y colman las calles con sus coches y sus prisas y su grisáceo tono de lunes, todos formados y preocupados en la misma hora pico.
A mí me dejan las horas vacías, salir a las diez de la mañana y no encontrar a todos en el mercado, solo a las señoras del lunes, que van holgadas de tiempo y me reconocen como parte del clan de las mujeres que sobrevivieron al fin de semana de desorden y casa llena.
Al volver a casa me esperan los trastos, la ropa tirada, el gato tiene sueño y se tira al sol para provocarme envidia. Yo elijo comenzar la faena poniendo música, me sirvo el resto del vino que quedó de ayer, es mía la rebanada de pastel que trajimos de la fiesta, todo debe esperar en casa y en lunes yo mando.
Los lunes no hay señores lavando sus coches en la calle, los benditos lunes nunca hay fútbol, los lunes todos se esfuman y yo me quedo en donde estoy a celebrar la vida. Me siento libre, no siento los síntomas de la infancia, no olvidé hacer una absurda tarea, no hay uniformes escondidos debajo de la cama, no me duele el estómago de nervios, no deseo esconderme de nadie.
Los lunes están llenos de esperanzas, me digo con entusiasmo que esta semana va a dar tiempo de todo, me pongo al corriente en pendientes, me digo con fuerza ¡Tú puedes!
El lunes, el día luna, ya estoy cantando, escribo una carta, vivo con calma.
El lunes es mío.
Imelda
5 años agoLunes benditos, con la pila al 100, no hay excusas para no levantarse y pensar que será una gran semana. Recuerdo los lunes del primer día de clases, ese dolor en el estómago por saber quiénes serían tus compañeros y profesores. Gracias amiga Helen! Mucho éxito!
Hellen Villegas
5 años agoGracias por leer.
Recuerdo ese dolor de barriga, no lo extraño nada.