Cada artista callejero que conozco camina para siempre por el mundo con cierta magia intocable que nunca se va. Una vez que la calle te enseña a actuar en un universo hostil pero curioso, no desarrollas una armadura rígida contra conflictos… es lo contrario. Desarrollas un alma de 1000 millas de ancho que puede absorber eslingas y flechas como un agujero negro.
Amanda Palmer
Los músicos callejeros siempre me parecieron valientes. A diferencia de quienes actúan tras firmar un contrato (cuya valía y valentía no pongo en duda ni minimizo), ellos entregan su arte en los escenarios más impredecibles, ante oyentes con ese par de receptores cartilaginosos a los costados de la cabeza a veces abiertos al asombro, otras veces cerrados, distraídos…
Vuelven a la carga una y otra vez y hacen lo que en el mundo del arte pareciera tabú: pedir sin intermediarios unas monedas por eso que muchos no consideran un “verdadero trabajo”, la música, pero que es tan necesaria para nuestro espíritu y además constituye la vocación que eligen día a día, por pasión y lealtad a sí mismos.
Ahí van hombres y mujeres por las calles de Pachuca y del mundo entero, ofreciendo un poco de rock, ska, reggae, hip hop, cumbia, bolero… a veces a cambio de monedas, sí, pero también a cambio de una conexión interpersonal a través del lenguaje musical.
En Melómano Magazine deseamos visibilizar a los músicos callejeros locales, es por eso que compartiremos una serie de entrevistas. En esta ocasión, hablaré del ensamble Quién sabe quién, integrado por Raymundo Cortés y Orlando Anaya Rosales, nacidos en Pachuca de Soto y Acatlán (Hidalgo), respectivamente.
El comienzo
Ray soñaba con ser músico de Conservatorio pero se enfrentó a la conocida sentencia paterna “¡No! de músico te vas a morir de hambre y vas a agarrar vicios”. Eso no impidió que a los 17 años abandonara la preparatoria, donde no se consideraba muy bueno, para tomar trabajos temporales que le ofrecían beneficios materiales. Sin embargo, su guitarra siempre lo acompañó.
Cuando les pregunto cómo fue la primera vez que salieron a tocar a las calles, Ray responde “Salí porque necesitaba un varo y me fue mal. Estaba muy nervioso y no me salía la voz; toqué una canción que le gustaba a mi abuelita, llamada ‘Serían las dos’. Mi manera de abordar a la gente era insegura”.
Su aprendizaje siempre fue autodidacta, hasta que la necesidad por mejorar su técnica le llevó a pedir ayuda de otros músicos como “El Cáncer”, conocido vecino del Fraccionamiento Juan C. Doria que cantaba en los camiones, donde Raymundo comenzó a desenvolverse también. “El Cáncer” era un músico lírico, seguir sus lecciones esporádicas le resultaba difícil, así que decidió probar con tablaturas y después aprender a leer notas.
Orlando platica que él ya conocía las calles al actuar como estatua y, aunque tocaba la batería, le costaba salir principalmente por una exigencia hacia sí mismo de no hacer las cosas de manera improvisada. Cuando por fin empezó a ensamblarse con otros músicos callejeros, no le gustaba la manera en que interactuaban con la gente, lo que le obligó a ser creativo y buscar nuevas formas.
XHQSQ
Hace aproximadamente año y medio, Ray y Orlando crearon el ensamble Quién sabe quién, que desde hace algunos meses tiene una forma peculiar de acercarse a sus oyentes.
Orlando me cuenta que cuando era niño y migró a Tulancingo con su familia, conoció en las calles a un señor que daba ciertos comunicados de una manera peculiar, simulando diversos sonidos. Decidió implementar un formato similar con Raymundo y surgió: XHQSQ, cuyo eslogan es La única radio que sólo suena donde estás tú.
Mediante la simulación de tener un programa radiofónico ambulante, Quién sabe quién se presenta ante su público en el Centro de la ciudad de Pachuca y recibe a veces sonrisas, curiosidad, otras veces indiferencia.
“No lo hacemos siempre, depende del ánimo de la gente”, precisa Orlando. “A veces sientes que estás interrumpiendo cuando no eres contratado. Tienes que saber cómo reaccionar, pues hay gente a la que no le gusta el trabajo de uno y hacen ver a los locatarios que nuestra presencia es una molestia. Esas actitudes resultan dolorosas, pero uno aprende a controlar las emociones que generan a nuestro interior”, finaliza.
Raymundo dice algo que me gusta: “El escenario de la calle es como un gimnasio; sea sensible o no la gente a lo que haces, tú vas a continuar, convencerte o preguntarte a ti mismo si es esto lo que quieres hacer realmente”.
Ambos han hecho un buen equipo, algo constante en su andar es la retroalimentación y perfeccionamiento no sólo en lo musical sino también en lo personal. Constantemente se hacen sugerencias para mejorar. Juntos han aprendido cosas del otro; Orlando, por ejemplo, expresa que ha aprendido a “aventarse”, sin importar si las cosas salen perfectas o no en ese primer intento; Raymundo, por su parte, ha aprendido a dosificar la energía que imprime en sus interpretaciones.
¿Por qué no dedicarse a otra cosa?, pregunto; Ray responde “Trabajé en una oficina muchos años. Aunque compraba instrumentos, no tenía tiempo para utilizarlos. Finalmente renuncié. No fue duro, más bien empecé a desintoxicarme. Tuve más libertad, pero también el compromiso de mejorar para dedicarme a la música”.
Orlando dice que una razón es la libertad que tienen, la cual es grande “Pero por lo mismo que es grande, también es difícil dejarla. En ocasiones estoy en casa sin hacer nada, sentado. Hay una contradicción, por un lado sentirme bien en ese ‘no hacer’ y por otro lado la presión de levantarme y hacer algo. El no hacer está bien porque la mente no está inmóvil, está resolviendo algo, pensando en un ritmo. Cuando la libertad es demasiada, te abusa, necesitas el equilibrio”, señala.
Señales para continuar
Cuando les pedí que me contaran una anécdota de sus favoritas, me platicaron que un día decidieron realizar una jornada nocturna por el deseo de acudir al aniversario de un temazcal al día siguiente; lo deseaban de corazón, sin ansiedad. Ya con algo de hambre, entraron a tocar en un local de gorditas por la calle Cuauhtémoc; un joven que iba con su pareja los invitó a pasar a comer, aceptaron. Cuando la pareja terminó, el joven le entregó a Orlando 500 pesos; él pensó que era para ambos, sin embargo, a Ray le dio un billete de la misma denominación. Ambos se sintieron agradecidos por la generosidad del hombre y lo recibieron como una señal de estar en el camino correcto.
Quién sabe quién sale a tocar viernes y sábados en las calles del Centro de Pachuca, aproximadamente de las 9:00 a las 13:00 horas. En el siguiente video pueden escuchar su interpretación de “Aire de Jah”, de la banda chilena de reggae Gondwana.
Cuando terminaron de tocar, nos despedimos y me dirigí a pagar la cuenta. Mi corazón latía fuerte, estaba energizada y agradecida de recibir un poquito de esa magia de la que habla Amanda Palmer.