Loveless de My Bloody Valentine: ¿Cómo domesticar a una turbina?
Y te va a pasar a ti
Durante un tiempo quizá demasiado breve fui cordialmente invitado a formar parte de los hiperpoetas aceleracionistas. Por supuesto, acepté. No hubo ceremonia de iniciación. Pero no estoy seguro si fue mejor así. Durante un par de meses se abrió un mundo extraño incluso para alguien abierto a las excentricidades, lleno de poemas generados por páginas web, bots en Twitter, videopoemas, libros en html5, música trap no binaria y piezas de arte digital no fungibles (?!). Acepté que mis estados de Facebook fueran estudiados por arqueólogos literarios de 2038 y reí de mi propia ingenuidad al notar que comprendía quizá la mitad de lo que ahí ocurría.
Ahora mismo uso todos estos conceptos apenas como un name dropping que no entiendo a profundidad y que me hace sentir como el Señor Burns disfrazado de Jimbo, o como Steve Buscemi sosteniendo su patineta. En algún momento de esa breve convivencia con muchaches vanguardistas, alguien subió un meme glitcheado con la icónica portada rosa de Loveless de My Bloody Valentine. Entonces abandoné el grupo.
Antes un disclaimer: no tengo nada en contra de las manifestaciones de arte que dinamitan lo hecho por las generaciones que las preceden; es una condición necesaria, sintomática de los cambios generacionales. Tampoco se trata de alguna clase de devoción por Loveless de My Bloody Valentine o el shoegaze, es sólo que ver ese meme, cuya leyenda rezaba: Loveless is just Skrillex for boomers (algo así), fue caer en cuenta de la síntesis cultural que esos chicos habían gestado por años para terminar cagándose en uno de los monumentos de la música alternativa.
El corolario que extraía de aquello era simple:
No importa lo bien que envejezca una obra, esto no implica que será valorada del mismo modo por otras generaciones.
“To Here Knows When”, Loveless, 1991.
Una obra de ruptura
Esto se aplica en el caso de Loveless, un álbum que no envejece. Sus canciones hoy, treinta años después de que explotó en noviembre de 1991, siguen sonando frescas, provocativas y adelantadas. No hay que olvidar que en su momento, Loveless también era una obra de ruptura, como menciona Juan Carlos Hidalgo, que tomaba lo mejor de sus influencias, como The Velvet Underground, The Jesus and Mary Chain, The Cramps, Joy Division, Dinosaur Jr. y Hüsker Dü, y las llevaba a lugares que ninguna otra agrupación había alcanzado antes.
Sin embargo, el problema que mencionaba aún persiste: a treinta años, ¿se trata de una obra que no será revalorada, a pesar de merecerlo? ¿Será decodificada sólo en clave nostálgica por los gen-x de siempre? ¿Cuánto valen hoy los elogios que en su tiempo recibió de luminarias como Brian Eno, Robert Smith, Billy Corgan o Courtney Love? ¿Habrá de seguir sembrando su influencia sólo en músicos y melómanos de nicho, o su sensibilidad tocará a generaciones para las que no fue compuesto? Son preguntas que atañan a muchos discos, y a éste en particular.
“When You Sleep”, Loveless, 1991.
OK, boomer
Vivimos una época que conjunta al mismo tiempo un revisionismo hipercrítico y un neopuritanismo feroz, gestado a fuego lento en las universidades y las redes sociales por morros que no están dispuestos a tragarse ninguna de las patrañas que la generación x y algunos millenials perfeccionamos en los años noventa y dos mil. Para muchos de ellos la cosa es simple: ser diáfano y directo, con subtextos explícitos y capas de interpretación manejables por los discursos humanistas en boga. Nada de dobles discursos ni referencialidad vacía. Fuera ironías, fuera irreverencias, fuera nihilismos, fuera posmodernidad.
Personalmente, jamás creí que la brecha generacional atacaría desde ese flanco: el lenguaje, la restitución moral, la paradoja de la intolerancia. Pero sí me resulta casi natural que se derrumben las estatuas ecuestres. Vaya, que eran cosas que veníamos gestando desde los años sesenta, con los planes de estudio y el humanismo postestructuralista, pero que arraigaron definitivamente no en nosotros sino en los que vivieron su infancia cuando nosotros éramos adolescentes o jóvenes. Pero no nos desviemos.
“I Only Said”, Loveless, 1991.
La leyenda negra
Loveless de My Bloody Valentine fue producido por Kevin Shields (guitarra, voz, samplers) y Colm Ó Cíosóig (batería), participaron también Bilinda Butcher (voz, guitarra) y Debbie Googe (bajo). Pero fue Shields quien produjo, grabó y mezcló prácticamente todo. El álbum carga con una serie de historias negras a cuestas a propósito de su tortuoso proceso de grabación:
Dos años y medio de grabación; secciones instrumentales que tardaban meses en ser grabadas; quince ingenieros de audio, diecinueve estudios y 270 mil libras en gastos; directivos confiscando las cintas y equipo de la banda; sesiones nocturnas de escritura de las letras que duraban más de diez horas, y cuyas tomas eran grabadas por Butcher medio dormida al amanecer; dieciocho tomas de voces como capas de un solo audio en mono; cortinas en los cristales de la cabina que impedían a los ingenieros de audio saber si del otro lado grababan; sampleos de sampleos de amplificadores encendidos colocados frente a frente; ausencia de pedales; Bilinda y Kevin contrayendo tinnitus, un padecimiento que los llevó a tener alucinaciones auditivas.
Dos EPs y una gira que retrasaron aún más la grabación; acusaciones de negligencia criminal por parte de la prensa que se ofendió por el ruido extremo de la sección final del set, y que llegó a calificar dicha gira como la segunda más ruidosa de la historia; Colm y Debbie prácticamente ausentes de todo el proceso de grabación; una computadora vieja que desincronizó el álbum durante la edición; una disquera que casi se fue a la bancarrota; ejecutivos que literalmente pedían entre lágrimas a Shields que terminara el disco. Historias que abundan en internet, en reseñas y entrevistas, y que no hace falta profundizar acá.
“[When You Wake] You’re Still In A Dream”, Isn’t Anything, 1988.
El disco dentro de la cabeza
Todas estas historias giran alrededor de una fuerza centrífuga perfeccionista y neurótica llamada Kevin Shields que, como muchos otros en el pasado, comprometió demasiado de su vida y su carrera en la búsqueda de una obra maestra perfecta.
La banda ya había sido alabada por su álbum anterior, Isn’t Anything, cuyas guitarras avanzaban sobre el filo de una navaja. Entre el 88 y el 91, eran considerados además una banda de noise-pop que grababa videos y aparecía en revistas.
Mark Richardson, de Pitchfork, llegó a mencionar que se ha escrito mucho sobre Loveless, casi siempre alrededor de lo mismo: “tensión, ruido contra melodía, el regreso al útero, el fondo en primer plano y la textura sobre el sobre desarrollo, Kevin Shields enloqueció… y todo es cierto, claro”. Al final se trata de la materialización sonora de una sola idea perfeccionada hasta sus límites.
Pero, como menciona Marcos Gendre para Mondo Sonoro, “Cuando hablamos de Loveless, siempre queda la duda de contemplarlo como un disco de MBV o una proyección mental de Shields. Algo así como lo que, en su día, fue Pet Sounds de Beach Boys para Brian Wilson”.
“Come In Alone”, Loveless, 1991.
Las posibilidades de la guitarra
En ese momento, Shields era la versión melómana de un científico loco que manipulaba obsesivamente todos los detalles, tratando frenéticamente de recrear los sonidos en su cabeza, para obtener las proporciones exactas de sonido intercalados.
Gendre rescata también algunas de las de declaraciones de Shields y Butcher sobre los aspectos de grabación:
“La guitarra y el bajo van con un loop de batería, luego el resto del sonido que escuchas es todo feedback de guitarra sampleado, para hacerla sonar como un sintetizador. Sólo horas de samplear feedback y editarlo… sin teclado ni nada… y en ‘Soon’ las voces que dicen ‘Ahhh’ también son samples”.
Bilinda Butcher, por su parte, llegó a mencionar:
“Loveless nos llevó mucho más tiempo de lo pensado y nadie lo disfrutó… Los cuatro nos estábamos perdiendo a nuestra manera… Recuerdo y me pregunto si fue el cansancio y el estrés acumulados. No teníamos dinero. Colm no tenía hogar y la relación entre Kevin y yo se estaba rompiendo. Francamente, nos estábamos volviendo locos el uno al otro. La razón por la que el álbum se llamó Loveless es porque todo eso ocurrió cuando lo hicimos”.
Y también:
“No tenía un plan y nunca pensé en las letras hasta que llegó el momento de escribirlas… Solo usé lo que estaba en mi cabeza en aquel momento. Kevin no las tocó… No cantó ni una palabra en los casetes que hicimos, pero yo sí traté de convertir sus sonidos en palabras. Y ese era el único poder que yo tenía en la banda”.
“Only Shallow”, Loveless, 1991.
“Todo lo hice con el trémolo”
Por su parte, Natalia Morales menciona algunas minucias técnicas como el hecho de que: “todas las pistas se colocaron justo en medio de la mezcla, desafiando al oyente a analizar cuidadosamente cada elemento musical con cada escucha repetida”. Menciona también que, al alejarse de los pedales de chorus y flanger utilizados con frecuencia por otras bandas de shoegaze, “Shields pasó su Jazzmaster y Jaguar a través de una unidad de rack de procesador multiefectos Yamaha SPX90, utilizando su configuración de reverberación inversa. Este efecto es el núcleo del sonido de la guitarra de Loveless”.
Para el crítico Dele Fadele de NME, Loveless disparaba una bala de plata hacia el futuro, cuya intención era provocar reacciones corporales que llevaran al escucha a sentir los sonidos por dentro. Todo esto se refleja en las canciones.
“Only Shallow”, explota apenas después de un remate de batería, como una turbina o una licuadora que nos tritura con virulencia, y aún no llevamos ni diez segundos del álbum. Es interesante que la canción “Wonder 2” de 2013, retoma esta idea de la turbina, pero ya más domesticada.
El resto de las canciones siguen vías similares y cierran con la pista “Soon”, cuyas pausas y cambios de acordes y melodía, se difuminan hasta volverse fantasmales.
“Wonder 2”, mbv, 2013.
Ingravidez
En 2012, con el relanzamiento por el vigésimo aniversario de los dos álbumes y el compilatorio de EPs, Mark Richardson escribió para Pitchfork que son pocos, realmente, los álbumes descritos en términos religiosos, como lo fue Loveless. Aseguraba que parte de ello se debía a que dejaba casi todos sus sentidos abiertos a la interpretación, a que pasaba por alto el sentido del lenguaje verbal del cerebro y se enfocaba en la memoria, el tacto o las emociones.
Incluso desde las reseñas iniciales de Rolling Stone en 1992, el crítico Ira Robbins describía el sonido como “un mar turbulento, una desafiante tormenta de tonos doblados, volumen ondulante y tempos fracturados”. En el ojo de ese huracán, Butcher y Shields susurraban una melodía suave, edificante y catártica a la que sólo era posible acceder tras superar la ingrávida desorientación: “Un viaje fantástico de cambios de perspectiva repentinos y asteroides de audio irregulares”.
“What You Want”, Loveless, 1991.
Obsesión por la obra perfecta
Cuando Loveless fue lanzado finalmente, obtuvo elogios unánimes, claro, pero fue necesario que primero se disiparan las ondas de choque y dejaran de zumbar los oídos.
María Acrich menciona la obsesión y meticulosidad de Kevin Shields por llevar adelante la idea de grabar discos perfectos: “si no, es mejor guardar silencio”, aseguraba el músico desde principios de los noventa y, de hecho, a lo largo de toda su carrera hasta hoy. No es casualidad que la banda haya declarado que habría nuevo material en 2018 y que lo haya hecho incluso hace unos meses con el relanzamiento de las ediciones del trigésimo aniversario. Aún así, desde hace ocho años no hay nada.
Veintidos años después, para mbv, su álbum de 2013, My Bloody Valentine incluso repetía el conjunto de herramientas de Loveless, añadiendo beats jungle y una mayor densidad, aún bajo esa mentalidad de lograr una obra “perfecta”, pero quizá ya sin la pretensión de superar a su antecesor (muy a pesar de las críticas favorables que recibió). A su favor hay que concederles que mbv es un disco que requiere una larga digestión.
“In Another Way”, mbv, 2013.
Inmolación
Juan Carlos Hidalgo menciona sobre Loveless que “una característica de obras que se vuelven muy influyentes es que en el momento justo de su aparición son desconcertantes”. Shields ha empeñado su vida a esta idea; en su momento (y aún hoy) Loveless parecía recompensar todo lo que rompió en sus miembros, su disquera, su tiempo y su carrera: que valió la pena todo el todo el esfuerzo, todas las molestias. Que se trataba de un álbum que había convertido a dos generaciones de músicos y melómanos en devotos de las posibilidades del sonido (a secas) como algo maravilloso.
Pero, ¿era necesaria tal inmolación? Las generaciones actuales parecen coincidir en que no. La propia disquera creía, al inicio, que la grabación podría concluir en cinco días. El calificativo de “maestra” para una obra no es finalmente una condición, sino una construcción. Hay obras que se ganan el epíteto de inmediato como Loveless y quizá el error de Shields fue pretender que su siguiente obra naciera siéndolo también.
Shields mencionaba que las obras ambiciosas y perfectas son las únicas que valen la pena, por eso resulta improbable que otro Loveless sea creado hoy en día. La idea misma de “obra maestra” parece estar en proceso de extinción.
Y si nos ponemos a pensarlo un poco, eso está bien. Párrafos atrás mencionaba que la sensibilidad del presente está cada vez menos dispuesta a soportar los excesos de los “genios”. Los autores, hoy día, no suelen dedicarse en cuerpo, mente y alma a sus obras 24/7. Tenemos que colaborar, subordinarnos, convivir. Convivir con la pareja o los amigos, o criar hijos o sentir sencillamente cómo la vida nos recorre. Y como hombre de familia y creador debo admitir que se trata de un escenario que me parece preferible.
“Soon”, Loveless, 1991.
Loveless y el porvenir
La creación de Loveless de My Bloody Valentine es equiparable al de una estrella que influenció las órbitas de quienes estuvieron cerca y deformó el tiempo. Pero a cambio, esta estrella colapsó sobre sí misma como un hoyo negro que se tragó a la banda y sobre todo a Kevin Shields.
Mark Richardson mencionaba que My Bloody Valentine no era como todas esas bandas que te dan todo lo que quieres, sino que se vuelve necesario acudir a ellos y experimentar la música en sus términos; a cambio, el disco es generoso con lo que te devuelve, porque aún se siente como un regalo.
Su brillo, no tengo duda, iluminará la música durante mucho tiempo todavía, pues contiene en sí mismo todo lo necesario para que otras generaciones lo descubran, ya sea por su cualidad etérea y estridente, por su expresiva sensualidad andrógina y cargada de sentimiento o por la paciencia que su ambigüedad exige del escucha. De ahí a que realmente suceda, es algo que, por fortuna, no estará en nuestras manos.
R. T. G.
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