Estamos transitando en una glamurosa e iluminada luna llena en virgo: la tierra, raíces. Estabilidad.
Sin embargo, lo que hemos sentido y pasado estos últimos días han sido cambios y más cambios. ¿Cómo podemos hablar de estabilidad con tantos movimientos?
Parejas que se separan, relaciones laborales que terminan, incontables mudanzas y también cambios de piel; muerte. ¡Uy, qué contradictorio parecería pensar en estabilidad cuando estamos sintiendo el viento de la transformación en el rostro!
Lo leímos varias veces en los libros de autoayuda: “no persigas la felicidad porque se esfuma”. Y como humanos y humanas que somos, practicamos justamente lo contrario (la mente es rebelde por naturaleza).
Creímos durante décadas que si teníamos esa casa de dos pisos íbamos a ser felices; que si nos graduábamos con honores íbamos a ser felices; que si nos casábamos y teníamos hijos íbamos a ser felices; que si mejor nos divorciábamos y nos íbamos a viajar por el mundo íbamos a ser felices. Siempre jugando con los verbos: «voy a», «iba a» o «seré tal». Se nos olvidó esa ancla al presente, y al final, cuando teníamos la casa, cuando lográbamos el título de nobleza o nos divorciábamos y nos íbamos directo a la india a meditar entre los Himalaya, nos dábamos cuenta de que no estábamos siendo felices.
De pronto, esa sensación que se refleja en el cuerpo, un hoyo de incertidumbre en la barriga, las tripas duras y colapsadas, los pensamientos recurrentes de fracaso: «¡No soy nadie!» «¡No he logrado nada, ni siquiera ser feliz!».
Lo que no nos contaron de chiquitos es que no se trataba de poner, si no de quitar. Lo que no nos contaron es que la vida no es una carrera, ni una competencia, si no una colaboración y está más conectada con el SER, para poder manifestar desde un lugar sagrado el HACER.
¡Uf, por fin comienzo a comprenderlo!, este cambio tan radical que estoy sintiendo es mi esencia, diciéndome «¡Para o nos vamos a morir de tristeza!». La felicidad es un gerundio: amando, caminando, riendo, SIENDO. Y todo eso sucede en el presente.
Recuerda que no viniste a pasar ocho horas diarias en un lugar en donde no ERES. No tienes que poner más cosas encima, ni que demostrar nada a nadie. Deja de leer unos segundos, cierra tus ojos, respira lento y observa si estás cargando con esos condicionamientos en la espalda. Se sienten pesados, pero puedes dejarlos de cargar cuando tú quieras.
No, no necesitamos esa casa de dos pisos, ni ese título, ni un matrimonio; pero la paradoja consiste en que pasemos por eso para saber lo que realmente ocupamos desde el corazón: DEJARNOS SER.
Y da mucho miedo, un miedo tremendo, saltar al vacío, porque vas a sentir lo que de niño sentías cuando te decían que tenías que ser diferente a lo que eras. Y vas a pasar por mucho dolor, estás quitándole las capas a la cebolla, pero te aseguro que, debajo de esas capas, está ese momento anclado a tu ser: el aquí y el ahora.
Cuantos de nosotros fuimos educados con un «¿Qué quieres ser de grande?» Lo hilarante es que ya desde chiquitos éramos, no necesitábamos ser diferentes a lo que éramos, y eso que éramos, aun somos.
¿Cuántos de nosotros recibimos el gran regalo de la educación, hasta el doctorado? Era la herencia más grande que nos podían dar nuestros padres. Ellos también se esforzaron para darnos eso, pero en ese esfuerzo olvidaron que nuestros niños interiores también necesitaban la apreciación, la atención y el reconocimiento; incluso los niños interiores de nuestros padres lo necesitaron y aun lo necesitan. Mirarnos a los ojos, contemplar nuestro hermoso ser. Dejarnos, permitirnos SER.
Necesitamos reconocimiento, atención, tanto es así que si no lo tuvimos de pequeños, lo buscamos toda la vida en símbolos que representen a nuestra madre y padre en el exterior.
Somos humanas y humanos cansados de hacer, hacer, hacer. ¡Y qué gran regalo! Porque ese cansancio nos ayudará a quitar capas, a romper y desgarrar los disfraces, a quitarnos las máscaras, la pintura, los trajes con corbata, los tacones.
Dice Carl Sagan:
Nuestras más ligeras contemplaciones del cosmos nos hacen estremecer: sentimos como una suerte de cosquilleo nos llena los nervios, una voz muda, una ligera sensación, como si fuera un recuerdo lejano o como si estuviéramos cayendo desde una gran altura. Sabemos que nos aproximamos al más grande de los misterios.
Del caos nacen las estrellas. Los terremotos, auroras boreales, remolinos, tormentas son la fuerza natural necesaria para dar energía a la superficie terrestre. Estos movimientos en nuestra vida, son necesarios para remover los condicionamientos y darle la bienvenida a nuestra más grande manifestación.
Como dice mi amado maestro Ketih: «confía, confía, confía en tu proceso. Has llegado hasta acá simplemente para permitirte ser en amor y placer».
Y entonces, cuenta la leyenda que si te dejas ser, esa pareja, esos hijos, esa casa de dos pisos, ese viaje a los Himalayas, simplemente serán una amorosa y real experiencia que adereza y endulza tu ya maravillosa vida.
Que en esta luna llena de la tierra, de las raíces, de la estabilidad, puedas imaginar (porque el cerebro se lo cree todo) que tú estás conectado y conectada a esa estructura terrestre y que, aunque los vientos sean fuertes puedes sostenerte.
Que el poder de lo femenino, de gestar una semilla en la oscuridad y la humedad, pueda afianzarse con el poder de lo masculino, de nutrir y crecer esa semilla, en confianza y luz del día.
Con todo mi amor
Lucrecia Astronauta -Mujer Semilla-
Stefy
4 años agoImpecable! Gracias
María Paramo
4 años agoTodo lo que dices me llega en el corazón , es tan real, no hay velos, no hay ego, me siento muy conectada con lo que leo de Lucrecia Astronauta.
Analleli
3 años agoEncantada de conocer tus palabras. De resonar con cada una de ellas. Y buscar en el vacío el poder de crear. Con día a día dando gracias por poder quitar capa a capa la cebolla. Buscando con entendimiento y amor mi ser. Te agradezco mucho!