Campanas Tubulares: la melodía del miedo y la espiritualidad modernos
¿A usted le gustan las películas de terror? Yo soy un gran apasionado de lo paranormal. Desde hace unos años, esto me ha volcado en la investigación, análisis y reflexión, en lo que se conoce como el periodismo del misterio. Y es que existen temas que la emoción nos desborda, cautivando toda nuestra atención.
Hay huellas del misterio que han atravesado las barreras del espacio y del tiempo; huellas sonoras, visuales, sólidas, que nos dejan una memoria en los archivos del misterio; huellas que han marcado generaciones, como ha sido aquel trabajo fílmico lleno de anécdotas de lo insólito, y de temas paranormales, que se llamó El Exorcista.

Con el paso del tiempo, El Exorcista se ha convertido en una obra de cine de culto. Ha sido vista por miles de ojos, algunos más asustados que otros, algunos más entusiastas que otros.
Pero en esta ocasión no le hablaré de los detalles más paranormales que hubo en torno a esta producción; en esta entrega, le hablaré sobre el soundtrack. Específicamente sobre una canción que se convirtió en un ícono ya legendario, «Campanas Tubulares», conocida así en su traducción al español.
Se que hay gente que nunca ha visto El Exorcista, así que aquí le dejo aquí la sinopsis:
La primera versión de «El exorcista», es la novela de 1971 escrita por William Peter Blatty. Esta novela, a su vez, se adaptó al cine en 1973 con una película homónima dirigida por William Friedkin.
Todo un clásico de terror protagonizado por Ellen Burstyn (Réquiem por un Sueño), Linda Blair (Skins) y Max von Sydow (Shutter Island). El Exorcista consiguió, en el año 1974, dos estatuillas de oro en la categoría de Mejor Sonido y Mejor Guion Adaptado, aparte de conseguir siete nominaciones al Óscar más.
En los Globos de Oro también logró cuatro premios a la Mejor Película, al Mejor Director, al Mejor Guion y a la Mejor Actriz Secundaria.

En cuanto a la trama, comienza en Iraq, dónde el Padre Merrin queda profundamente turbado por el descubrimiento de una figurilla del demonio Pazuzu y las macabras visiones que ésta provoca.

Mientras tanto, en Washington, en la casa de la actriz Chris MacNeil se están produciendo extraños fenómenos: la despiertan extraños sonidos que vienen del granero y su hija Regan se queja de que su cama se mueve.
Algunos días más tarde, Regan interrumpe una recepción organizada por Chris amenazando de muerte al realizador Burke Dennings.

Las crisis se hacen cada vez más frecuentes. Presa de violentos espasmos, la adolescente se vuelve irreconocible y tras realizarle diversas pruebas médicas, de las que no sacan ninguna conclusión, Chris decide acudir a un exorcista.
La Iglesia autoriza al Padre Damien Karras a oficiarlo en compañía del Padre Merrin. El demonio, apoderado del cuerpo de Regan, se burla de los dos sacerdotes, amenazándoles mientras intentan expulsarle del cuerpo de la niña.

Karras es atacado por el demonio, que se mete en su cuerpo, y acaba tirándose por la ventana de la habitación. Regan despierta de su pesadilla sin saber qué ha pasado. Tras recuperarse de su terrible experiencia, Chris y Regan se marchan de Georgetown.

Sobre las Campanas Tubulares
Cuando el joven músico británico Mike Oldfield lanzó «Tubular Bells» en 1973, lo hizo sin imaginar que una fracción de su extensa composición instrumental cambiaría para siempre la historia del cine, la música cinematográfica y la cultura popular.

Concebida como una obra progresiva, casi sinfónica, «Tubular Bells» era una experimentación sonora audaz para su tiempo: una suite de más de 40 minutos en la que Oldfield, apenas con 19 años, tocaba casi todos los instrumentos él mismo. Sin letras, sin estribillos y sin intención comercial, parecía destinada a un público reducido. Pero el destino intervino de la forma más inesperada.

Ese mismo año, el director William Friedkin buscaba desesperadamente la pieza musical que acompañara la atmósfera de su nueva película: El Exorcista. Tras descartar composiciones de Lalo Schifrin —por considerarlas demasiado explícitas—, Friedkin se topó con «Tubular Bells» por recomendación de un asistente de producción.
El director quedó impactado.
En lugar de los coros demoníacos y las orquestaciones apocalípticas que uno esperaría para una historia de posesión, aquella melodía minimalista y repetitiva transmitía un tipo de miedo más profundo: el miedo al silencio, a la presencia invisible del mal.

El fragmento elegido, los primeros compases de la obra, tiene un carácter casi inocente. Su secuencia de notas, construida sobre una base de piano y un compás irregular, evoca calma y pureza, pero en el contexto de la película se transforma en lo opuesto: una advertencia del terror que acecha.
Esa ambigüedad emocional fue lo que la convirtió en un ícono. Friedkin no usó «Tubular Bells» como un tema principal tradicional, sino como un leitmotiv que aparecía discretamente, casi como un susurro. Esta decisión estética cambió para siempre la forma en que el cine de terror entendía el sonido: el miedo podía ser sugerido, no solo gritado.
El éxito fue inmediato y explosivo. El Exorcista desató conmoción mundial: hubo desmayos en las salas, protestas religiosas y titulares que hablaban de posesiones reales tras verla.

En ese contexto, «Campanas Tubulares» se volvió inseparable del fenómeno.
Las ventas del disco se dispararon, convirtiéndose en el primer gran éxito del sello Virgin Records, que nació gracias a ese álbum. Oldfield pasó de ser un músico experimental a un símbolo del misterio, aunque paradójicamente confesó años después que detestaba que su música se asociara al terror. Para él, Tubular Bells representaba una búsqueda de armonía interior, no un descenso al infierno.
Socioculturalmente, el impacto fue profundo.
Los años setenta fueron una época de crisis espiritual: la fe tradicional perdía terreno frente al escepticismo, mientras el interés por lo oculto y lo sobrenatural crecía. El Exorcista, y por extensión «Campanas Tubulares», canalizaron ese conflicto entre razón y religión.
Aquellas notas cristalinas se convirtieron en el sonido de una era desconcertada, donde lo sagrado y lo profano convivían en tensión. La melodía fue usada en programas de televisión, comerciales y hasta en rituales esotéricos. Escucharla bastaba para evocar el rostro poseído de Regan y el miedo colectivo a lo inexplicable.
Hoy, más de cincuenta años después, «Campanas Tubulares» sigue resonando en la memoria cultural como un puente entre la música culta y el cine comercial; entre la espiritualidad y el horror. Su permanencia demuestra que el miedo más duradero no proviene del grito, sino del eco.
Lo que Oldfield concibió como una sinfonía de introspección se transformó, gracias al azar y al genio cinematográfico, en el himno universal del terror psicológico. Y quizás ahí radique su mayor poder: en recordarnos que lo verdaderamente inquietante puede sonar, al principio, hermoso.
Así que ahora espero usted disfrute más de El Exorcista y de ese maravilloso sonido de las «Campanas Tubulares». Disfrutemos de esta manera de canalizar el miedo colectivo hacia lo inexplicable.
Gracias a Melómano, por estos espacios donde puedo explayar mis inquietudes periodísticas.



