Una ofrenda a Chavela Vargas y Beatriz Medina: amor y duelo
“La misma vida te enseña que hay que revelarse”
Chavela Vargas
Existe una danza enigmática con un movimiento continuo que se cuela entre nosotros como un río serpenteante; a veces con una calma tan tenue que no la percibimos y otras veces con una fuerza que simula una ráfaga de viento, llevándose todo a su paso. Un baile que nos hunde en un espacio dual de alegría y tristeza, de compañía y soledad, nos envuelve con una coreografía bastante poética y al mismo tiempo catártica.
La danza de la vida y la muerte la experimentamos a cada instante; con cada exhalación y con cada dolor que sentimos. Yendo de la mano una con la otra, como dos bailarinas elegantes y misteriosas. Una proclamando por la vida y la otra, con matices oscuros y secretos, nos pone frente a una realidad de la cual la mayoría de nosotros no está preparada, la muerte.
Y entonces, vienen a nosotros las mismas preguntas que filósofos, religiosos y científicos se han hecho a través del tiempo: ¿Existe conciencia después de la muerte? ¿A dónde va nuestra alma si es que tenemos una? ¿Se puede volver de la muerte? ¿Qué sentido tiene la vida si al final nos pone frente a la muerte?
Las respuestas están divididas y sin prueba alguna.
Pero al final, nos corresponde experimentarla, y cuando algo deja de ser como lo conocemos y no vuelve a ese estado, vivimos una catarsis emotiva. Sentimos que hemos perdido una parte de nosotros, ya sean las abuelas que nos tejían, los abuelos que nos compraban dulces; las madres que nos abrazaban, los padres que nos consentían; los amigos y amigas que nos hacían reír, las parejas que nos besaban; las mascotas que nos recibían con una luz deslumbrante y nos acompañaban a cualquier rincón de la casa o los vecinos que nos daban los buenos días.
Un día no los volvemos a ver. Es un misterio que nos trastoca en lo más profundo.
¿A dónde vamos que no regresamos? Preguntó Chavela Vargas en una entrevista a lo que ella misma respondió: –Ha de ser un lugar hermoso para no querer volver –. La finada dama del poncho rojo no tenía miedo a la muerte o eso decía ella. Una de las razones por las que en esta ocasión entrelazaré sus canciones con estas líneas.
María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano fue una cantante de origen costarricense quien adoptó posteriormente la nacionalidad mexicana al enamorarse de su cultura y misticidad, a veces tan surrealista. Chavela, como mejor la conocemos, fue una mujer que rompió todos los estereotipos sociales y roles femeninos de principios del siglo xx, vistiendo con trajes de pantalón, camisa y pistola. Una persona que defendía y luchaba por su propia identidad.
La canción de «Macorina», a la que Chavela le hizo arreglos para luego cantarla, fue un grito de rebeldía sexual, político y religioso que se escuchaba desde tiempo atrás en la guerrilla salvadoreña.
A Chavela la escuché gracias a mi abuela paterna Beatriz. Recuerdo que le fascinaba poner sus casetes para hacerle segunda voz; tenía un vínculo especial con su música. Yo era una niña aún y no comprendía el porqué de su estilo tan melancólico. Fue hasta tiempo después que sus boleros y rancheras me comenzaron a hacer sentido. Esa manera profunda de transmitir sus canciones y la forma tan desgarradora de interpretarlas llega hasta las entrañas, y entiendes que muchas veces, para sacar el dolor, hay que contarlo.
Mi abuela Bety o Mamitiz, como le solíamos decir sus nietos, falleció en diciembre de 2019. Fue un suceso destrozador. Me pregunté: ¿Cómo es que la sonrisa, la voz, el caminar, la mirada y la presencia en sí de alguien tan cercano desaparece y no vuelve nunca más? No lo comprendemos, a decir verdad, por muchas explicaciones y creencias que existan. Cuando alguien se va, las noches se hacen más oscuras, envolviéndonos con una capa tejida de tristeza, soledad y lágrimas que saben a sus recuerdos junto a nosotros.
Desde aquella luna en que mi abuela no está, la música de Chavela me acompaña en mi nostalgia de forma cálida con mucha fuerza, porque en cada canción está la voz de mi abuela e imagino que está sentada junto a mí escuchándolas también. Quizá Chavela y Beatriz cantan juntas en otro plano, cerca de alguna fogata con un zarape y un suéter rojos respectivamente, acompañadas de dos tequilas con limón y de Lola y Luna, las perritas xolo y chihuahua que fueron sus fieles compañeras en vida.
“Soy Chavela Vargas, tengo 90 años y estoy viva, viva de tanto vivir, de tanto amar, de tanto gritar que estoy viva, como la vida, como el color rojo, como los recuerdos rojos que saben a pan.”
La muerte inspira todo tipo de ritos, conmemoraciones y representaciones artísticas. En México, las ofrendas y altares que se colocan en los días de muertos son todo un proceso ceremonial místico, con la intención de estar cerca de nuestros seres que se han ido y poder dialogar con su recuerdo para honrarlo.
Siempre ha sido de mis fechas favoritas, y ahora la espero más, porque siento a mi Mamitiz y a Luna más cerca de mí. Colocó sus fotos y objetos en la ofrenda, conectándolos con mi espiritualidad.
En esta época, el olor de cempasúchil y pan de muerto, se fusionan con el clima frío para decorar la escenografía de las calles. Los colores naranja y morado predominan, haciéndonos sentir entre los campos de flores. Calaveras y figuritas de azúcar y chocolate aparecen por doquier, los mercados huelen a copal; hay cientos de veladoras, flores, inciensos, papel picado, luces e imágenes decorativas. Todo para recibir a aquellas personas que ya no están con nosotros y seguimos amando.
La Chamana, como también se conoce a Chavela, falleció en agosto de 2012 a sus 93 años. Dicen que fue una mujer auténtica y rebelde. A los 17 años fue cuando se mudó a México. Ella relata que comenzó haciendo varios trabajos de niñera, cocinera, camarera y limpieza en casas adineradas, siempre con la fe de que algo sucedería para cambiar su vida y así fue. El destino de Chavela era ser La Vargas, una cantante de gran reconocimiento y admiración. En cada uno de sus conciertos hacia rituales acompañados con su voz áspera y sincera, portando siempre su zarape rojo que la cobijaba de todos los miedos y males que pudieran aparecer. Era como oficiar una misa, decía ella. Y en cada uno de sus conciertos lloraba por dentro, lloraba para sacar todo el sufrimiento vivido y aun así, Chavela decía que tuvo una vida muy feliz.
“Así me voy a morir, libre, sin yugos.”
Los altares son el símbolo de que no olvidamos y amamos con profundidad. Cada quien vive sus duelos a un ritmo, con bálsamos infinitos, con miedos que nos atraviesan una y otra vez, con lágrimas involuntarias que a veces no paran. Cada quien sabe cuán grande es el umbral de su dolor. Y es que el duelo es un proceso poco comprendido, con efectos para algunos irreparables y para otros de purificación y sanación.
En las últimas semanas con vida de mi abuela, no pude ir a verla, no pude despedirme de ella y es un dolor que aun cargo en mi pecho. El día de su cremación, antes de salirme de casa, comenzó a sonar su cajita musical que tenía en el cuarto que compartí con ella durante 20 años. -Es mi abuela- me dije para mis adentros y una luz me abrazó con gotas desbordándose por mis mejillas.
Mi abuela fue mi otra madre, mi amiga, mi compañera de cuarto, mi maestra en muchas cosas; mi apoyo económico, mi hermana mayor con la que discutía, mi confidente. Y aún sigo mirando su cama vacía, sus cuadros de Frida Kahlo; sus peluches y sus decenas de labiales que yo agarraba cuando era una adolescente. Están por cumplirse cinco años de su partida y mi duelo sigue aquí, enseñándome a mirar mi propio futuro; hay una fuerza misteriosa en él.
Cuando Chavela era niña, decía que siempre veía la luna y lloraba con ella, soñando una vida llena de amor, donde la aceptaran sin prejuicios. Y así fue, pero hasta principios de la década de los 60. La mayor parte de su vida tuvo una relación íntima con el alcohol y los cigarros. De hecho, antes de sus conciertos, le gustaba tomarse unos tequilas. Quizá le hacían olvidar el miedo y acompañaban a la tristeza y el desamor que interpretaba en sus canciones.
La dama del poncho rojo fue una mujer transgresora, que se reivindicó por la diversidad sexual. Desafiante en cada paso y en cada disco que sacó. Fue conocida y apreciada dentro del círculo de artistas, poetas, cineastas y hasta chamanes, entre ellos, Frida Kahlo y Diego Rivera, con los que vivió durante 3 o 4 años, Pedro Almodóvar, Agustín Lara y María Sabina.
La existencia de Chavela estuvo marcada por los amigos, los amores, el alcohol; los premios y homenajes; los torbellinos del corazón y por la lucha incansable de ser ella misma.
Mucho parecido a mi abuela Beatriz, tan única y elocuente con sus calaveritas y poesías que le gustaba escribir. Con dolor en el corazón por el amor, por lo que no pudo ser y por las tristezas de la vida; pero también llena de felicidades.
La muerte y el duelo son temas de infinita amplitud, son parte de nosotros y no podemos hacer caso omiso. Tenemos que reconocer la ciclicidad de la vida; nada fácil y llena de incógnitas ¿Realmente existe la muerte? quizá algún día alguien pueda responder con claridad.
Sin embargo, a lo largo de la vida experimentamos muchas pérdidas. Perdemos empleos, casas, relaciones, familia, objetos preciados, lugares, plantas, mascotas, seres queridos y hasta a nosotros mismos. Podemos morir y renacer cuantas veces sea necesario, y después de cada una de estas pérdidas y muertes, cambiamos. Miramos con otros ojos y podemos decidir darle un mejor sentido a nuestra existencia, un sentido de trascendencia, quizá tengo algo que ver con la muerte.
Una palabra que nos enfría y nos detiene en el tiempo, pero a pesar de ello, encendemos una veladora por cada persona que se ha ido, alumbrando su nuevo camino y esperando que algún día nos volvamos a reencontrar con ella.
Dedicado a Chavela Vargas y a mi abuela Beatriz Medina
A mi compañera canina Luna y a Lola
A todas las personas que se fueron muy pronto
A todas a las que les han arrebatado la vida
A las que no pudieron más
A los indefensos que mueren en la calle
Y a todas las personas que viven un duelo
Con amor.