Industria musical: la magia de vender lo efímero
Si hay algo de la industria musical que siempre me ha causado intriga al racionalizarlo, es esa magia que siempre ha tenido para lograr generar millones de dólares vendiendo, no sólo un intangible, sino un producto efímero, fugaz; que dura unos minutos en el ambiente pero perdura décadas en la memoria.
Y es que además, este exitoso modelo de negocio, se ha visto obligado a transformarse y adaptarse al ritmo que la sociedad humana evoluciona.
En entregas anteriores de Random, ya habíamos abordado el tema sobre los hábitos de consumo musicales a través del tiempo. Sin embargo, en esta ocasión analizaremos el otro lado de la moneda. Recorramos juntos esta metamorfosis de la industria musical a lo largo de las últimas décadas.
Décadas 1950-1960: la radio y el auge del vinilo
Arrancando el siglo XX, el nacimiento de la radio revolucionó la forma de difundir la música. Como dato, la primera canción que se transmitió en radio fue «O Holy Night», famoso villancico compuesto por el francés Adolphe Adam en 1847. La Nochebuena de 1906, el canadiense Reginald Fessenden transmitió desde Brant Rock, Massachusetts, Estados Unidos, interpretando él mismo dicha pieza en violín y leyendo un pasaje de la Biblia.
A partir de entonces, gracias a su carácter esencialmente auditivo, la radio se estableció como el principal medio de comunicación para la difusión musical.
Más tarde, en 1948 llegaron los discos de vinilo, materializando a la música en un producto atractivo que puedes atesorar, coleccionar y comercializar. Pero además, también requeríamos adquirir un tocadiscos, asumiendo que mientras más caro suena mejor. Negocio redondo. Se forjó así una de las industrias más poderosas e influyentes de la historia.
A partir de entonces, la principal fuente de ingresos para los artistas musicales era la venta de discos. La radio y televisión jugaron un papel crucial para la promoción de su arte; pero para ingresar a ese anhelado mundo, se requerían inevitablemente del respaldo de una disquera que abriera las puertas de mercados y medios de comunicación. A cambio, se quedaban con gran parte de las ganancias.
Las giras y conciertos eran fundamentales para ganar visibilidad, alcanzar nuevas audiencias y aumentar la venta de discos, pero resultaban agotadoras y demandantes. En muchos casos, dificultaban el proceso creativo y numerosos artistas las encontraban insufribles, al grado de dejar de hacerlas definitivamente. Tal es el caso de The Beatles, que tuvieron la genial idea de sustituir giras y conciertos por videos de sí mismos tocando sus sencillos y así evitar presentarse en vivo. La industria se transformaba una vez más.
Década 1970: el ascenso del videoclip
Siguiendo los pasos de The Beatles, en 1975 la banda, también británica, Queen, sería pionera de los videoclips como los conocemos hoy. Esto lo lograron con la producción del video promocional para su enorme éxito «Bohemian Rhapsody». En él, a diferencia de los video anteriores en los que simplemente se mostraba a las bandas interpretando sus temas; Queen incluyó un concepto, una narrativa, buscando aportar una experiencia distinta para el público, una que difícilmente pudiera ser reproducida en presentaciones en vivo.
Al margen, merece la pena mencionar que muchos consideran a «Jailhouse Rock» de Elvis Presley como el primer videoclip de la historia. Sin embargo, este no fue concebido originalmente como tal, ya que en realidad se trata de un fragmento de la película homónima de 1958, mostrando la secuencia coreográfica de Presley para dicho tema.
Esta idea de la conceptualización de los videoclips, también permeó en los ya populares LP. Motivó a los artistas presentar colecciones más completas en sus materiales discográficos.
En este periodo, las bandas salían muy poco de gira, priorizando su trabajo en estudio. Preferían enfocarse en la producción de álbumes conceptuales, en la creatividad y originalidad en sus videos y en ofrecer experiencias únicas en sus escasos conciertos en vivo y presentaciones en televisión.
Es entonces cuando la venta de discos se consolida no solo como la principal fuente ingresos de un músico, sino en la métrica por excelencia del éxito. De hecho, la mayoría de los discos más vendidos de la historia hasta la fecha, fueron lanzados en esta década.
Década 1980: el impacto del casete y MTV
Arrancando los 80, los casetes lideraban el mercado de la música, principalmente gracias al lanzamiento del Walkman en 1979. Si bien la calidad de audio no se comparaba con los vinilos, este nuevo formato ofrecía dos grandes ventajas.
En primer lugar, la oportunidad de grabar tus canciones favoritas de la radio. Asunto que derivó en la proliferación de la piratería y que impactó negativamente en la venta de discos. Pero segundo y más importante, permitía que tu música fuera contigo a donde quiera. De pronto, lo que escuchabas se convirtió en un accesorio más y en una forma más de expresar tu personalidad.
Pero en esta década ocurrió otro hito en la historia de la música: la llegada de MTV. Este canal, originalmente dedicado a la transmisión de videos musicales, transformó, una vez más, la forma en que se consumía música. Los videoclips se convirtieron en un medio promocional clave, y así, la imagen y el estilo visual se volvieron tan importantes como la música misma.
Los artistas invirtieron millones en sus videoclips y se adaptaron a esta nueva era. Incluso, hubo muchos sencillos de éxito global que le deben la fama a su videoclip. Tal es el caso de la banda noruega one-hit wonder A-Ha con su tema «Take on Me», mismo que ya había sido lanzado sin pena ni gloria dos veces antes de la versión que se acompañó del inolvidable video animado con técnica rotoscópica.
Década 1990: el CD y el inicio de la digitalización
Pero al llegar los 90, una transformación más no podía hacerse esperar. El Disco Compacto, mejor conocido como CD, lanzado a mediados de la década anterior, comienzó a ganar popularidad y desplaza al vinilo y casete como el formato dominante para el consumo musical.
El CD ofreció una calidad de sonido superior y una mayor durabilidad en comparación con sus antecesores. Esto permitió a los sellos discográficos reempaquetar en este nuevo formato catálogos completos de artistas, impulsando una oleada de reventas que generaron enormes ingresos.
También facilitó la producción y distribución de música a escala global, estandarizando la experiencia de escucha.
De cualquier modo, en general, los CD seguían promoviendo la venta copias discográficas no solo como la principal fuente de ingresos de los artistas, sino como sinónimo de éxito.
Sin embargo, esta transición no solo potenció la venta de música grabada, también marcó el inicio de la era digital, sentando las bases para la transformación que vendría con la digitalización masiva, la difusión por internet y, eventualmente, el streaming.
Lamentablemente, también gracias a la practicidad del CD, para finales de la década se podían encontrar en cada esquina puestos enteros de discos piratas; ambulantes vendiendo compilaciones de cientos de canciones en formato .mp3 de un mismo artista o género.
Por lo anterior, los artistas volvieron la vista a los ingresos que generaban con los conciertos y mercancía oficial. Solo por mera precaución.
Década 2000: la revolución digital y el P2P
Al detonarse la era digital, también lo hizo la piratería. Sin duda, una de las industrias más afectadas por este fenómeno fue la musical. El daño hecho por los CD fue grave, pero no se comparó con lo que provocaron las plataformas P2P (peer-to-peer) y los reproductores portátiles de .mp3 como el iPod.
Sitios como Napster cambiaron drásticamente el consumo de música. Ahora no solo era posible descargar tus canciones favoritas y guardarlas en carpetas; también se podían cargar en un servidor para compartirlas con otros usuarios de manera gratuita. Luego, cargarlas en un iPod u otro reproductor de .mp3 y listo. Tus listas musicales completamente customizadas, en tan solo unos minutos y sin gastar un peso.
De pronto, comprar un álbum completo para escuchar solo un par de sencillos parecía absurdo e innecesario. Las ventas de discos se desplomaron irremediablemente. En ese momento Cell (la industria musical), sintió el verdadero terror.
Los ingresos por ventas de música grabada ya no eran suficientes. Entonces, mágicamente, los artistas recobraron el interés por embarcarse en giras internacionales extenuantes y preparar merchandising original «de colección» para sus más fervientes fans.
De pronto, estuvimos dispuestos a pagar lo que sea por ver a nuestro artista favorito en vivo interpretando esas canciones que nos llenan el álma. Invertir miles de pesos para obtener a cambio un par de horas inolvidables, cantar a coro con miles de desconocidos, reiniciarte la vida y luego pum: las luces se encienden, la música cesa y todo se esfuma; lo único tangible que permance como recuerdo es un rectángulo de cartoncillo impreso que avala que estuviste ahí. (Los souvenirs se venden por separado).
La industria se dio cuenta, y no tardó en darnos más de lo que pedíamos; se gestaba una nueva gansa de los huevos de oro. Paralelamente, se dió a la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos como patrocinios y acuerdos de marca.
Pero tampoco se iban a quedar cruzados de brazos con lo que ocurría con la venta de discos. El baterista de Metallica, Lars Ulrich fue el primer famoso en demandar a Napster por derechos de autor. Esta plataforma alcanzó su pico con 26,4 millones de usuarios en febrero de 2001. Pero en julio de ese año, un juez ordenó el cierre de los servidores de Napster para prevenir más violaciones de derechos de autor y para el 24 de septiembre de 2001, había llegado prácticamente a su fin.
Sin embargo, el daño estaba hecho. Napster y el P2P fueron una herida fugaz pero mortal para la venta discográfica.
Década 2010: el streaming
Como respuesta al fenómeno ilegal del P2P, llegó a nuestras vidas el streaming. Pronto se convirtió en la principal forma de consumir música con plataformas como Spotify, Apple Music y YouTube.
La notable reducción en ingresos por ventas físicas y digitales seguía en picada; pero el streaming presentó una nueva fuente económica. Aunque por supuesto, los conciertos en vivo se habían establecido ya como la nueva mina de oro de la industria.
Ahora, los artistas dedicaban gran parte de sus esfuerzos a organizar más y mejores shows. Por un lado, movilizar equipo de sonido, visuales, luces, pantallas, coreografías, invitados especiales, lo que fuera para sorprender a los asistentes y servir de gancho para aumentar la venta de entradas. Por el otro, agendar más fechas, cubrir más territorio, visitar más ciudades en menos tiempo.
Sin duda una labor agotadora y desgastante, que tensaba los ánimos al interior de las agrupaciones, sus disqueras y representantes. Meses enteros conviviendo 24 horas al día; presionados, viajando, lejos de sus casas, parejas y familias. Muchas bandas no lograron sobrellevar esta etapa y terminaron en rupturas.
Década 2020: La pandemia y la virtualización
Pero a inicios de esta nueva década, ocurrió un evento canónico que cambió el rumbo de la historia y marcó un antes y un después en muchos aspectos: la pandemia por COVID-19.
Específicamente en el mundo de la música, la suspensión de los eventos en vivo fue un golpe bajo. Obviamente se disparó el consumo en plataformas de streaming y se organizaron muchos eventos virtuales, pero no estaba generando ni remotamente lo mismo que una gira.
Las estrellas enigmáticas e inalcanzables, se vieron obligadas a utilizar activamente sus redes sociales para promover su música y conectarse con los fans. Esta nueva sociedad exige artistas humanos, cercanos, transparentes.
La venta de materiales discográficos fue desplazada irremediablemente como la métrica definitiva de éxito. Actualmente, éste se mide por número de seguidores en redes sociales, engagement y cantidad de reproducciones en streaming. No es casualidad que en el top 1o de los álbumes más vendidos de la historia, el más reciente sea de 1997. Muy probablemente, esas marcas ya no serán superadas jamás por álbumes nuevos.
Por otro lado, comienzan a experimentar con nuevas prácticas comerciales. Se opta por lanzamientos de singles y EP en lugar de álbumes completos. Esto, gracias a que las plataformas de streaming permiten publicar música más rápido, sin tener que esperar a terminar un disco con más de una decena de canciones.
Hoy en día, otra gran herramienta de difusión para los artistas musicales es la viralización de audios gracias, principalmente, a redes sociales como TikTok.
Por su puesto que en cuanto volvió la presencialidad, también volvieron los conciertos más fuertes que nueva, pero ahora con un enfoque distinto. Hoy, los artistas concentran sus carreras, además de hacer música, en mantenerse relevantes y vigentes, en generar conversación, contar historias y crean experiencias en vivo más elaboradas, más integrales.
Desafortunadamente, esta transformación, también ha obligado a músicos de edad avanzada a no poder darse el lujo de dejar de hacer presentaciones en vivo y descansar. A muchos los vemos agotados y enfermos, teniendo que cancelar giras por problemas de salud, a costa de perder millones de dólares. Somos la generación que despedirá a las grandes leyendas de la música.
Y es que ahora no solo basta con anunciar un concierto, necesitamos ver el proceso, conocer el contexto. Entender los motivos, involucrarnos en las tramas, descifrar mensajes ocultos, interactuar con nuestros artistas, ser parte de sus historias.
Indudablemente, quien ha sabido moldear magistralmente a la industria del entretenimiento a su antojo y se ha sabido colocar en la cima es Taylor Swift. Y es que lo entendió todo, ha sabido dirigir la narrativa a su favor y monetizar su vida privada sin exponerse a sí misma. Ha podido convertir los rumores sobre su vida amorosa en exitosos sencillos y álbumes. Sin ir muy lejos, logró convertir el desafortunado enfrentamiento contra su ex-manager Scooter Braun y su consecuente escándalo, en The Eras Tour, una de las giras más exitosas de todos los tiempos.
El futuro
¿Finalmente la industria musical logrará descansar de tantos y tan vertiginosos cambios? Ni por un segundo.
Ya se enfrenta a nuevos retos. Gracias a las redes sociales, los artistas musicales ya no requieren en lo absoluto del respaldo de una disquera para alcanzar la internacionalización y acceder a medios de comunicación. Esto hace temblar paradigmas y la estructura de la industria desde los cimientos.
Por otro lado, la Economía Gig ofrece nuevos y más diversos espacios para producir, promocionar y consumir música; además permite generar ingresos de forma independiente, basados en modelos de suscripciones y servicios personalizados.
En ese sentido, instrumentos como realidad virtual y aumentada, en conjunto con las nuevas tecnologías, permiten conciertos y experiencias inmersivas, que harán que asistir a un concierto sea invaluable.
Asimismo, aunque por un lado la IA ofrece valiosas herramientas que facilitan enormemente la composición, instrumentalización, grabación, edición y difusión de nueva música; por otro lado, también amenaza a los creadores, dando opción de, por ejemplo, incluso replicar sus voces, poniendo en riesgo los derechos de propiedad intelectual e incluso usurpación de identidad.|
En conclusión, la industria musical ha tenido que adaptarse constantemente a los cambios sociales y tecnológicos, afectando la economía de los creadores de música grabada y en vivo, pero también creando nuevas oportunidades de ingresos.
La accesibilidad global a la música ha fomentado una mayor diversidad cultural y ha permitido que más artistas alcancen audiencias globales. Esta democratización de la creación y distribución musical ha permitido que más voces y estilos diversos se escuchen, enriqueciendo el panorama cultural global y combatiendo el imperialismo cultural.
Todas estas transformaciones han llevado a una industria musical en constante evolución, donde los artistas deben ser innovadores, creativos y saber adaptarse rápidamente a los cambios tecnológicos y de consumo para sobrevivir y prosperar.