9 discos de los 20 a los 30
De los veinte a los treinta años me volví cada vez más adicto y ecléctico; conocer discos y canciones se volvió más sencillo por el internet: las distancias se acortaron, nuevos ritmos y no ritmos revolucionaron mis oídos.
De entre tanta música, aquí lo que trato es escoger nueve discos que me hayan influido como obras completas, álbumes a los que uno pueda volver mucho después y disfrutar de nuevo.
DJ Krush & Toshinori Kondo – Ki-Oku (1996)
Dos genios de la música japonesa unidos para legarnos un disco íntimo y cadencioso, acentuando el dub, el trip hop y el nu jazz; marcando pauta para futuros creadores, fresco y melancólico a la vez.
La atmósfera crepuscular proyectada en la trompeta de Toshinori Kondo sobre los tripeantes beats y el scratching de DJ Krush. A algunos les puede parecer aburrido, yo lo encuentro introspectivo y estimulante.
Antes de dejarnos en el año 2020, Toshinori Kondo grabó un buen número de colaboraciones con músicos como Bill Laswell, John Zorn o Zeena Parkins, entre bastantes otros.
Ernest Ranglin – Below the Bassline (1996)
Es un disco lleno de buena onda; siempre que lo pongo me preguntan quién está tocando. Su creador, Ernest Ranglin, es un guitarrista determinante en la fundación y desarrollo de las músicas jamaiquinas conocidas como ska y reggae.
En este álbum instrumental, mezcla muy finamente esas raíces de la mano de sus invitados. Un ritmo atemporal con profusas dosis de funk. Un infaltable.
Cornelius – Point (2001)
Un disco que funciona mucho mejor como un ente completo, en donde sus pistas son solo como disecciones de un solo cuerpo, va de los suave a lo trepidante; de lo estridente a lo sutil.
Sus constantes trucos psicoacústicos destacan por su buen diseño y realización. Keigo Oyamada, bajo su alias Cornelius, sintetizaba para nuestros oídos un siglo de músicas en cuarenta y cinco minutos. Punto.
Manu Dibango – Soul Makossa (1972)
En 2006, escribí unas líneas para este disco en mi columna musical «Sonorama» para la revista hidalguense Utopía, decían así: «Manu es el saxofonista africano más importante que ha habido. Este disco es maravillosamente colorido, cálido, con una alegría franca, con una honestidad desbordada; es música a flor de piel, pianos y percusiones revoloteando cual mariposa policroma, los ritmos de la tierra en un concepto que demostraba a la perfección la idea de la world beat music mucho antes de que tal término se usara. Manu Dibango fue además un comprometido humanista y luchador social».
Manu Dibango. Photo: Emmanuel Dautant cc-by-sa-2.0.
Pink Floyd – Meddle (1971)
Sé que Pink Floyd es un monstruo comercial, una banda que se convirtió en vaca sagrada y que sus líderes creativos han sido megalómanos consumados.
Pese a lo anterior, sostengo que tienen buenos discos, de entre ellos, este podría ser el quintaesencial en su trayectoria creativa, en el sentido que fue grabado después de su psicodélica pero errática etapa temprana y antes de su lucha de egos y su aceptación en la cultura de masas.
Meddle es un disco cinematográfico, como demuestra desde el inicio con «One of these days». Se conduce de un modo fluido, como la slide guitar en «A pillow of winds» o las voces sedosas y sedantes de «Fearless2.
Es un disco que escuché en vinil desde muy joven. Siempre me pareció que, sobretodo, está lleno de buenas ideas.
Su momento débil es una canción muy setentera en su sonido, «San Tropez». La parte más extravagante es «Seamus», un guiño al blues y acaso al bluegrass con un solo de aullidos de perro.
Cierra con la suite «Echoes», una pieza que ocupa sola todo el lado B y que, por lo tanto, encierra un concepto en sí misma.
Si no lo has visto, este es un buen momento de checar Pink Floyd Live at Pompei, donde este tema tiene una importancia central.
Portada y contraportada de Meddle por Hipgnosis
Thievery Corporation – The Richest Man in Babylon (2002)
Un disco con una presentación muy cuidada. El CD incluye una serie de fotografías de distintos artistas de la lente que nos dicen más que con palabras.
Aunque predomina la influencia de la cultura rastafari, en especial del dub como medio de resistencia y reivindicación, el ánimo del disco es un outernacionalismo musical y lírico, invitados tan diversos como Emiliana Torrini, Notch, Pam Bricker o Verny Varela lo corroboran. El sonido toma otra dimensión con las múltiples aportaciones de músicos que forman un gran marco colaborativo.
Para mí, Rob Garza y Eric Hilton llegaron a su mejor momento con este álbum. Discos posteriores no carecen de buenos ratos, pero la fórmula se va volviendo repetitiva y predecible.
The Natacha Atlas & Marc Eagleton Project – Foretold In The Language Of Dreams (2002)
Música que viene del país de los sueños, la voz onírica de Natacha Atlas, paisajes sonoros de la mente llevados a la cúspide, ensoñaciones en estado puro.
Creo que su publicación ha pasado muy desapercibida, es realmente poco conocido. Recomiendo reservarlo para momentos especiales por su carácter trascendental. Debe tenerse en el cofre de discos que transportan a otro plano.
Natacha Atlas y sus expertos colaboradores, con los que trabajaba por primera y quizá única vez, produjeron juntos un álbum para pasar a la posteridad.
Klaus Schulze – Kontinuum (2007)
Pionero de la música hecha con instrumentos y procesos electrónicos en contextos no académicos o experimentales.
En su discografía tuvo una muy prolífica lista de álbumes solistas que descubrí tarde pero oportunamente por medio de este disco en particular, mismo que me permitió escuchar más allá de los cánones y clichés de la música y los estilos en electrónicos mismos.
Klaus Schulze, en paralelo a Edgar Froese y Manuel Göttsching crearon un estilo musical por sí mismos: Berlin School Music.
Música cósmica, una sutil ondulación a veces obscura como el espacio sideral; siempre profunda, radiante como la estrella en la que fijamos la atención.
Miguel Bosé – Laberinto (1995)
Parece que conforme Bosé fue cediendo a su lado comercial y recurriendo una y otra vez a sus viejos éxitos, también fue dejando de pensar con lucidez y nunca recobró capacidad como letrista.
Los hay que te disparan y piden perdón después
Tahúres y fulleros que apuestan todo al poder
Creen que no les ves
Te hablan del revés
Y encima nos morimos pero ellos mucho después
– Fragmento de «Un día después la historia sigue igual» –
En este disco, de reminiscencias flamencas y orientales, las ideas quedan plasmadas con soltura gracias a la participación de músicos de primera línea. Con guitarras españolas, eléctricas y slide; batería y percusiones, gaitas y flautas; teclados y pianos; voces y coros; Miguel Bosé le da vuelo a sus fantasías.
¡Ay!, hoy huele a miedo y en cambio
No oigo ni un perro aullar Y tu sientes la alerta en las calles Y el aire se tensa, ¡Ay! Y ¡Ay!, pesa el silencio que otorga Cuando habla el acero, ¡Ay! Y ¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay! Hoy que la sangre se afila Los odios se van a armar
- – Fragmento de «¡Ay!» –
Los productores de este disco, Ross Cullum y Sandy McLelland, son fundamentales para el resultado final; de hecho, el sonido aventurado que consiguen en los temas más largos y progresivos no vendieron lo esperado y la disquera lanzó una reedición con una portada más convencional y algunos temas extras que a la vez se promocionaron como nuevos sencillos y que Bosé había hecho con otro autor.
Las antípodas se tocan cuando el oyente se rebela a lo que le imponen a escuchar y ver; cuando va tomando decisiones propias de lo que decide vincular con sus gustos y preferencias, convirtiéndose en melómano.