[bigletter custom_class=»»]Fuiste la última vez que me rompí. Ya olvidé la fecha del derrumbe, pero desde entonces me he concentrado en evitar las seis letras de tu nombre, que mi cerebro se encarga de recordarme lo único que significa: el que rompió su promesa de quedarse.[/bigletter]
Me jode ver todos los remiendos en mi historia desde entonces, parches que yo misma cosí con el hilo rojo que soltaste y que medía mil kilómetros; hilo con el que tejí rostros, nombres y caricias que utilicé para convencerme de que no me hacías falta y que estaba en paz con el hecho de no volver a verte nunca más. Cuando no lo estaba.
Pero luego me dije a mí misma: por qué te sorprendió si tú te encargaste de cazarlo, de hacerlo enamorarse de ti, de lanzar un anzuelo que sabías que iba a morder porque descubriste su debilidad en el mismo momento de conocerlo. Si conseguiste lo que querías.
Sabía la persona que adivinabas en mí, y mi piel se adaptó a los colores que tus pupilas perseguían; me convertí en la presa que pensaste que acechabas, fingí estar indefensa en la mitad de la selva e inclusive me adorné de inocencia. Nunca quise aceptar que, al principio, actué con premeditación, alevosía y ventaja. Hasta que caí en mi propio juego.
Me convertí en espejo, en incondicional, en oportuna, en valiente que dejó todo lo suyo para cimentar sueños ajenos y forjar lo nuevo en un futuro que jamás pensó que fuera posible para ella. Perseguí lo que no habría pensado que existía para mí y que absolutamente nadie quería… ni yo, al final.
Al desamor le siguió el despecho y después el cinismo. Hoy soy todo eso que se dice de mí y que funciona para no volver al mismo sitio en el que me caí.
No sé en qué momento me convertí en esta persona y hoy resisto huracanes, pero por dentro la lluvia me transforma en océano y cuando la marea sube hasta mis ojos, por supervivencia programa desfogues que me recorren todo el cuello, y ahí se secan, como si mi corazón bombeara con más fuerza para generar el calor necesario para evaporarlos antes de que lleguen a inundarlo porque no tiene salvavidas y sabe que ya no resistiría otro desastre.
Me he conformado alegremente con lo que la vida me ha puesto enfrente, así sean sombras, espejismos, fantasmas o recetas para el fracaso. Me jacto de permanecer de pie, estoica, cuando ya ni las ratas se pasean por el barco que está a la mitad del naufragio. Y sonrío para no llorar.
Hoy sólo me queda el recuerdo de ti y de lo que fui capaz de ser, de hacer, de sentir, de intentar.
Hoy, por fin, estás realmente lejos, y sólo tengo cuatro cosas que decirte: ojalá me hayas olvidado aquél septiembre, ojalá nunca me escuches, ojalá nunca me leas. Ojalá nunca sepas lo que Layla significa para mí.
Layla (1970)
Derek & The Dominos