Ocho años antes de que yo naciera, «Hotel California» llegó a los oídos del mundo. La escuché por primera vez a los 18 años de edad, cuando mi sueño era ser capaz de tocarla en una guitarra usada que le compré a un amigo por desesperación. Era una Fender, rojo sangre, con cuerdas oxidadas y vandalizada con un bolígrafo azul; aunque pude rehabilitarla, jamás conecté más de tres acordes y mucho menos ejecuté un solo como el que, nota por nota, está grabado en mi cabeza.

Siempre he tenido la manía de aprenderme las canciones que me atrapan, sólo encuentro paz interior cuando ya domino todo de ellas. Lo mismo me pasó con «él», que entonaba perfecto cada palabra de «Hotel California», de principio a fin. No me cansaba de estar en los ensayos de su banda, porque su voz y sus ojos retenían mi atención y hacían volar mi imaginación.

Hice todo lo necesario para que, un día, a solas, me cantara la canción. La escena era perfecta: un salón de clases por la tarde, mi walkman en la mano, el audífono derecho en mi oído y en el izquierdo sus labios, susurrando al mismo tiempo que Don Henley. En ese momento no importaba nada más que su 1.85 de estatura abrazando a mi 1.65. Ahí, con los ojos cerrados, entre besos y tarareando juntos, los seis minutos y medio de canción quedaron encapsulados en mi memoria.

Diez años después, los Eagles volvieron a mí para garantizar su permanencia en el soundtrack de mi vida. Al cortometraje de mi adolescencia se añadió una secuencia más, esta vez a nivel del mar y de turista en Todos Santos. Fue un viaje corto, de recorrido relámpago por la península más hermosa que he visto hasta ahora. Conocí la fachada del verdadero Hotel California, el que se volvió famoso gracias a los angelinos y a los rumores alrededor de la canción. De las bocinas del auto salían expulsadas las rimas de algún rapero famoso, pero en mi mente daban vueltas, una y otra vez, las dos guitarras solistas revelando los detalles de una historia quizá de fantasmas, quizá de fiesta y descontrol setentero, quizá del punto de reunión entre mi pasado y el futuro.

Cuando volé de regreso a mi ciudad, y a la soledad, no había mejor sonido que me consolara que el de «Hotel California»; su eternidad reconfortaba mi corazón mientras manejaba mi Chevy plateado. Pasé días con la canción en repeat hasta que, en una calle desierta, abrieron el coche y se llevaron el estéreo… con todo y el CD o-ri-gi-nal. Los ladrones sólo dejaron la caja vacía en el asiento del copiloto.

Un lustro más tarde me descubrí perdida en el abismo de Spotify, no me reconfortaba ni la lista del día ni la selección basada en mis reproducciones recientes. No sabía con qué alfombrar el silencio de mis recorridos de camino al trabajo; tuve una epifanía y busqué «Hotel California». Ahí estaba, el álbum remasterizado y con material extra. No lo dudé y pulsé play; bluetooth encendido, cristales arriba, volumen al máximo y me tiré un clavado a la letra y a cada nota que me hizo vibrar el corazón como la primera vez. Cual profecía, hice check-in en «Hotel California» hace muchos años, pero en realidad nunca he podido irme.

https://youtu.be/x47aiMa1XUA

Sobre el autor /

Mujer, pachuqueña, escritora y correctora de estilo. Dibujo feo pero quiero bonito.

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