El primer paso para leer esta columna es dar play

(1)

“¿Cuánto tiempo seguirá queriéndose poner lo que tejes?

¿Cuántos veranos más te dará la mano al cruzar la calle

y te acariciará el dedo meñique cuando le entre el sueño?

Y crece y mucho

Y ves cómo pasa el tiempo por delante de tus ojos,

como si de un reloj con piernas se tratara.

Mientras tanto asientes,

disientes,

te haces la tonta,

miras de reojo,

ves que por donde ella va tú ya fuiste,

que todo está inventado

y falta tanto por inventar…” (2)

Bienvenidas a Día Luna, una columna para mujeres que, como yo, maternan imperfectas, amorosas y a veces muertas de miedo.

Los niños y sus preguntas

Se sabe que un infante entre dos y cinco años de edad puede hacer hasta quinientas preguntas al día. Algunas de sus preguntas son como fichitas de dominó formadas de manera sempiterna.

-¿Qué es esto?

-Una cuchara

-¿Para qué?

– Para comer sopa

-¿De qué es la sopa?

-Es de letritas

-¿Cuántas letritas?

-Todas las de tu nombre

-¿Sopa de nombres?

…

Pero hay preguntas que son baldes de agua helada

-¿Por qué lloras?

– Porque me duele la pancita

-¿Quieres que te sobe?

-Sí, claro. Mira ya no lloro

-Mamá ¿cómo haces para esconder tu tristeza?

A veces, solo hace falta tiempo, paciencia y creatividad para contestar una tras otra cada pregunta. A veces solo queda decir “No sé, pero vamos a descubrirlo juntos”. Y cuando no llega la respuesta y la pregunta se queda como un loop eterno en la mente, se hace un eco, se suma el golpeteo de los juguetes chocando, de los coches rugiendo, de los silencios inesperados y con algo de magia y buena suerte, ambos, madre e hijo, hemos crecido.

Hasta muy pronto, nos leemos dentro de siete mil preguntas.

1 “Dime, mamá” por Iraida Noriega, versión del disco Frágil

2 Extracto del libro A veces la lluvia de Ainara Bezanilla.