Los niños juegan la mitad del tiempo que jugaron sus padres
En un mundo de competencias voraces a los niños se les satura de actividades, se somete a los infantes a jornadas curriculares, actividades científicas y deportivas de hasta doce horas, número de horas que rebasa el máximo legal de la jornada laboral de un adulto.
Las madres también vivimos en constante competencia, ser bellas, delgadas, laboralmente activas, inteligentes, interesantes, que no falte dinero propio en la cartera ¡Ah! y ser buenas madres. En el malabar de intentarlo todo, hemos olvidado algo importante: jugar.
Según una encuesta realizada en Madrid en 2017 los padres apenas juegan con sus hijos. Sólo el 33% de los padres reconoce jugar más de dos horas con sus hijos entre semana.
El juego está en descenso, está en peligro de extinción.
¿Qué está extinguiendo al juego?
La prisa, los dispositivos electrónicos, la vida de la ciudad carente de espacios bellos y seguros para el juego, la inseguridad y la falta de consciencia sobre la importancia del juego.
La presencia del niño en el espacio público es menguante.
Los adultos diseñan, construyen y exigen espacios libres de niños.
¿Cómo salvamos a la infancia de la extinción del juego?
Parece obvio, lo que hay que hacer es jugar, pero ¿Cómo empezamos? El primer paso es observar, mira a los expertos y aprende. Los niños no juegan para divertirse juegan para jugar. Jugar es un estado de trance, en donde no hay medidas de tiempo, no hay reglas rígidas, no existen estructuras ni objetivos, solo juego. Entendamos algo el juego de los niños no se puede evaluar. La única fórmula conocida para llegar al estado mágico del juego es:
Tiempo libre + Espacio seguro
Hagamos mas sencillo todo, juega con tu(s) hijo(s) a aquello que de verdad te gusta jugar, no finjas, no lo hagas por obligación. Pueden empezar jugando a cantar, a contar perros, a recordar palabras, intenta con los plumones, las fichas de dominó, burbujas, trabalenguas, las formas de las nubes, un diario de sueños, una lista de nombres raros, tatuajes con bolígrafos, competencias de no parpadear…
Cualquier cosa puede ser juego, pero la misma cosa puede ser tortura. Depende de las condiciones.
Jugar y divertirse haciéndolo puede ser difícil, pero puedes entrenarte en ello. Yo sugiero nunca rechazar una invitación a jugar, aunque en un principio sólo logres gozar del juego por unos minutos, no dejes de intentar. Tu hijo tendrá paciencia, pronto lograrás ser un experto. Suelta tu teléfono, no sucumbas a distracciones, enfócate y déjate llevar. No subestimes al juego, por sencillo que este parezca, hacer un hoyo infinito en la arena o amasar plastilina pueden provocar felicidad sempiterna.
El número de horas de juego con un hijo es directamente proporcional al número de recuerdos atesorados. Momentos de conexión y entendimiento, comunicación no verbal, cercanía afectiva y complicidad.
Gracias por leer Día Luna, una columna para mujeres que viven la maternidad como un camino, un paseo, una aventura.
Edna Castillo
5 años agoPocas veces nos damos permiso de jugar porque creemos que debemos hacer cosas de grandes. Gracias por recordarnos que el juego es primero.
Maternidad melómana - MELÓMANO
4 años ago[…] a Día Luna, una columna para mujeres que, como yo, maternan con el volumen […]