[bigletter custom_class=»»]Vengo aquí a recordar una historia que ha sido muchas veces contada en soledad pero nunca detallada, que se ha resistido a ser sepultada con la esperanza de dar un último suspiro; que se niega a quedarse quieta para ser llevada al crematorio y ser reducida a alimento para peces del golfo.[/bigletter]

Te encontré. En una ciudad ajena a todo, a ciento veinte kilómetros de mí, en un domingo que estaba destinado a ser inicio. Imaginé el peor de los escenarios con la esperanza de hallar el mejor. Mi tributo era una resaca lo suficientemente llevadera para no prender la direccional en el primer retorno: el del pasillo que me llevaba de mi cama a la regadera.

Corría el tiempo de mi vida en que prometía lo imposible… y lo cumplía. Mi objetivo era apostar para ganar, aunque en realidad llevaba años en números rojos y pidiendo esperanza prestada. Ese día no sería la excepción.

En esos años conocí a Jorge Drexler, el médico que un buen día decidió dejar de lado el estetoscopio y llenarse las manos de tinta y de amor y de vida. Jamás te conté que esa voz uruguaya me la mostró alguien antes que tú, que fue mi red de seguridad cuando decidí dejar mi casa e irme a vivir entre cuatro paredes tan vacías que asfixiaban, donde el suelo parecía inundarse con la tormenta de afuera, cuando viví de prestado: una tele, un colchón, una parrilla eléctrica…  Nunca lo sabrás.

Las canciones de Lado B me salvaron del silencio que me cortaba el corazón; las reproducía en un iPod prestado, con una señal de wi-fi prestada. Era la primera vez en mucho tiempo que le permitía a mi propio idioma recordarme su belleza, que no desdeñaba una guitarra acústica que me calmaba en la medida necesaria para dormir abrazada a mí misma, esperando que al amanecer el sol cumpliera su promesa de volver a brillar y traer calor a la tierra y gritar con sus rayos que no se rinde.

No te diré que yo no creía en el amor. A pesar de todo, seguía creyendo como nunca, lo deseaba como nunca. Y apareciste. Y te regalé la fusión de la que habla Drexler, porque yo no sé amar de otra manera que dándolo todo, que dejándome descubierta y sin armadura, mostrando mi maestría en arriesgarme, saltando al vacío si es que acaso al fondo se vislumbra apenas un poco de certeza… así sea un espejismo.

Ese domingo te encontré, habría ganado el primer lugar en el concurso “Encuentre a alguien en otra ciudad con base en las pistas de sus conversaciones después del trabajo”. No diré a quién cuestioné, a quién le pedí guía, ante quién actué; de pronto me vi a mí misma sentada en unas escaleras, bajo unas nubes tan cargadas de lluvia que amenazaban el escape de cualquiera.

Supe que quizá me excedí cuando, al llamar, dije: estoy aquí. Mi resaca era nada al lado de la tuya. Pero fuimos. Estuvimos. Y al despedirnos la lluvia nos llenó los besos y dibujó un arcoíris con un timing hollywoodense. Aun ahora lo cuento y no lo creo.

Pasaron pocos meses antes del punto final. Tengo una sola evidencia de que fuiste real, de que esto pasó y lo vi con mis ojos, que lo sentí de pies a cabeza, que el sol iluminó el espejo con nosotros abrazados frente a él.

“Amor, esperanza, hermosa, juntos, te amo” y tu nombre. Escribo esto frente a un pedazo de papel con tu caligrafía, “una hoja lejana que lleva y que trae el viento”.

Con cariño para ti, eco del pasado.

Canción: Eco

Autor: Jorge Drexler

Álbum: Eco (2004)

Sobre el autor /

Mujer, pachuqueña, escritora y correctora de estilo. Dibujo feo pero quiero bonito.

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