Pretendo escribir para ustedes una recomendación musical, pero también quiero contar mi experiencia al ver Los niños lobo.

No sé que tan spoiler pueda ser el artículo de hoy. Admiro mucho a quienes hacen reseñas de películas con plumas atrevidas y creativas, que logran antojar mucho un film, sugieren emociones, evocan sensaciones pero mantienen en celoso resguardo los secretos de su historia.

Bienvenidas a Día Luna, una columna para mujeres que, como yo, maternan para confirmar que pueden aceptar compromisos largos y desafiantes; largos como la vida misma y desafiantes como lo es mirar a otros humanos crecer.

 

Takagi Masakatsu

El director de Los niños lobo es Mamoru Hosoda, quien ya me había deslumbrado anteriormente con La chica que saltaba a través del tiempo; sin embargo, él no es el único geniecillo detrás del film. Acompañando con su música la preciosa historia, está el compositor Takagi Masakatsu, quien además tiene una historia de vida sorprendente.

Era 2011 en Japón,  un terremoto de magnitud 9.1, olas de hasta 10 metros de altura y una crisis nuclear en la central de Fukushima. El balance de víctimas, al 10 de abril, del terremoto de Tohoku, era de más de 12,000 fallecidos y más de 15,000 desaparecidos. A esas cifras, enormes para un país desarrollado, hay que sumar otras no menos impresionantes: 165,000 personas viviendo en refugios, 260,000 hogares sin agua corriente, 170,000 viviendas sin electricidad (sin contar los efectos de la réplica del 8 de abril, de magnitud 7.1) y 70,000 personas evacuadas del perímetro de 20 kilómetros alrededor de la central de Fukushima.

2011 fue un punto de inflexión, muchas personas necesitaban transformar su estilo de vida, deseaban cambiar la visión de «trabajo duro» por una vida en conexión con su tierra y  tradiciones. Una de esas personas era Takagi, quien decide mudarse a las montañas de Hyōgo, comparte la vida con personas de 80 o 90 años de edad, incursiona en la agricultura y vuelve a sus estudios en el piano. Sólo un año después, llega la invitación de Hosoda para componer la música para Los niños lobo, donde logra una banda sonora emotiva, llena de variaciones, un hito en la prolifera carrera musical de su autor.

 

Ame y Yuki

La historia de este par de niños y la particular familia que forman con su madre, es contada precisamente por Yuki (Nieve) la primogénita de Hana y el hombre de quien se enamoró, un hombre lobo.

De inmediato me sentí atrapada con ese idilio, la contundencia del enamoramiento, la certeza de haber encontrado a quien llena tu corazón y  cambia el tiempo y la historia de tu vida. El salto vertiginoso de decidir una vida juntos, la llegada de una bella hija (lobezno) y la dulce espera de Ame, ese pequeño y frágil bebito.

¡Qué nostalgia! Me fascina cada detalle, cómo es relatada la cotidianidad de la maternidad, el agotamiento, la entrega, la economía, el llanto, las risas, el miedo, la dulzura…

Mi corazón tiembla, Hana cría a dos niños-lobo, teme la mirada de los otros, teme que sus cachorros sean heridos. ¿Cuántas madres pasamos por lo mismo? Llegada la maternidad, hay muchas cosas que decidir, elegir entre lactancia materna y fórmula, lidiar con la opinión de todos sobre lo que creen mejor para tus propios hijos, ocultar aquellas decisiones que pueden ser controversiales (ocultarlas incluso de aquellos a quienes consideras cercanos por miedo a que se alejen), decidir entre hacer oídos sordos ante las muchas opiniones «bien intencionadas» o aislarte y estar en paz, pero en paz significa a solas, muy a solas.

Crecer

Cierro los ojos y me deleito recordando el tiempo de los bebés, sus cuerpos diminutos, acunarlos, ser su mayor consuelo. Mirarlos por horas, llorar con su llanto, descifrar sus gestos, limpiar sus accidentes con un trapo, resolver sus apetitos con alguna golosina, con un juego o un canto.

He crecido, ellos también. Ahora mis oídos no son más el cofre de sus secretos, sus anhelos advierten el despliegue de sus enormes alas, sus voces se han transformado y sus preguntas me desafían como nunca. Ya no es suficiente el juego íntimo, ahora convidan su historia con otros, quieren a sus amigos, dejan germinar sentimientos bellos y nuevos por otros y otras.

Crecer, es inevitable crecer. Mirar los tempranos y emocionantes ensayos de lo que será su futuro, así como cuando aprendieron a caminar, dando titubeantes pasitos. Un tiempo me tomaron de las manos y se sintieron seguros, pronto su fortaleza fueron sus propias piernas en un juego perfecto con el dominio del equilibrio y el balance. Celebré cada una de las ocasiones, cuatro veces me sentí feliz y orgullosa del caminar autónomo. Estuve ahí para recogerlos, para sobar las rodillas, para reírme incluso de las caídas más graciosas.

Aquí sigo, un poco muerta de miedo, sabiendo que sus futuros tropiezos necesitarán algo más que saliva y besos, dándome ánimos para que, llegado el día, pueda celebrar dichosa su caminar independiente, que se alejen todo lo que quieran, que crezcan todo lo que puedan, que vivan todo lo que necesiten. Yo aquí sigo.

Esto tal vez les parezca un cuento de hadas, puede que incluso se rían de ello. Dirían que algo tan extraño es simplemente imposible. Pero esta es, sin lugar a dudas, la historia de mi madre. La persona de la cual mi madre se enamoró, fue un hombre lobo.

 

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