Sucede que el día que elegí publicar mi nota es el de luna llena. Pero esta luna llena de febrero; luna en el signo de Virgo, signo de tierra, de raíces y cambios, símbolo femenino y nocturno; algunas mujeres sentimos la necesidad de callar, de parar y enterrarnos en un pedacito de tierra. Así como se entierran las semillas en un pedazo profundo de oscuridad y de humedad, y lo hicimos así para que podamos todas juntas romper el caparazón y germinar en un florecimiento de unión, de inspiración y de sororidad.

Y este renacimiento de las diosas está sucediendo porque nuestra sangre ya ha servido muchos años de ofrenda. Sucede que aquí en la tierra nos están matando, nos mata la ideología, nos mata el patriarcado, nos mata la misoginia, nos mata el gobierno, nos mata la iglesia, nos mata el sistema, nos matan por todos lados, nos matan de niñas y también de viejas.

Sucede que si no renacemos, corremos el riesgo de seguir siendo violadas, ultrajadas y sentenciadas.

Por eso estamos floreciendo, igual que los brotes en un campo recién mojado. Estamos renaciendo, esta vez con nuestros poderes despiertos, con el amor propio latiendo en nuestras entrañas. Nos estamos pariendo bien completas, con nuestras dos polaridades aceptadas.

Estamos cantando, estamos marchando, estamos haciendo círculos de danzas. Llenando de copal y de pétalos de flores a nuestra tierra tan maltratada.

Estamos siendo nuestra propia medicina, porque ya nos cansamos de ese cuento de la media naranja, estamos sirviendo de bálsamo para poder cicatrizar nuestras heridas, nos estamos sanando porque la vida misma ya era demasiado pesada.

Esta sanación nos está despertando, nos está susurrando al oído los tesoros que llevamos dentro. Y es el canto de miles de jilgueros el que nos está acompañando.

Hace muchos años, cuando las mujeres nacíamos libres, y pisábamos con los pies desnudos la tierra, nuestra conexión era intocable, las mujeres no teníamos miedo, no temíamos parir, ni rugir de placer, ni ser el vínculo de la destrucción para transformar. Las mujeres nacíamos y crecíamos en tribu, ninguna estaba separada, todas éramos parte de una geometría sagrada. Tejíamos juntas la telaraña. Ese conocimiento se quedó bien guardado en nuestras entrañas, ahora fluye en nuestra sangre, en la que corre por nuestras venas y en la que sale cada mes de nuestra vasija sagrada.

Ya no hay buena o mala, todas tenemos nuestras fases integradas, así como la luna, a veces oscura y otras bien iluminada; por momentos crecemos y en otros menguamos. Estamos dejando de juzgarnos. Estamos recordando, que en tribu nada puede maltratarnos, nuestro segundo corazón ya está palpitando, así como latía el de nuestras bisabuelas, así como latía el corazón de nuestra madre tierra.

Están corriendo los ríos, están encendiéndose los volcanes, la tierra se está moviendo, nuestra memoria ancestral renace. Niñas, doncellas, madres, abuelas, todas estamos en esta misma danza, todas nutriendo esta sangre que atraviesa la memoria de todos los linajes. Nuestra matriz está gestando despertares.

Se están terminando los contratos, se están rompiendo las alianzas, ya no vamos a pertenecer a una generación de violaciones y matanzas, vamos a fluir con la vida como hace el río y sus aguas, dejando de ensuciar nuestra sangre y su creación tan sagrada.

Estamos saliendo a las calles, y el miedo ya no nos acompaña, estamos brazo con brazo tejiendo con humildad la esperanza.

Esta sanación que inicia en el interior, también cura a nuestra tierra, a sus aguas, y a todos los seres que en ellas se entrelazan. Atraviesa cordilleras, mares y montañas, cruza océanos, fronteras y murallas, va más allá de los idiomas y las razas.

El despertar de las diosas es un rugido de batalla, pero esta vez, en lugar de armas, llevamos tambores, paliacates, cantos y amor en el alma.

Esta vez, si tocan a una nos tocan a todas, porque ya recordamos que nacimos en tribu, recordamos que venimos en manada.

Y la música sigue siendo nuestro escudo más grande, es la música el himno que nos acompaña en este momento de despertar. Después de un día de silencio se necesita música para volver de las profundidades. Música que nos represente, música que nos ayude en este florecimiento de conciencia. Música para activar nuestra memoria ancestral.

Estoy renaciendo completa y sin que me falte nada.
Abrazando la totalidad de mi dualidad reafirmada.
Me estoy pariendo y esta vez lo hago sin reservas.
Nutriéndome de células madre y del aliento de vida.
Estoy sintiéndome merecedora.
Estoy sintiéndome alimentada.
Estoy sintiendo que soy capaz de sembrar mis semillas y también de sostenerlas.
De cosechar sus frutos y alimentarme de su dulzura.
Estoy reconciliándome con todas mis partes rechazadas.
Estoy renaciendo completa,
ninguna mitad me hace falta,
tengo mis dos polaridades integradas.
Se acabó el cuento de la media naranja.

 

Con todo mi amor, mi honor y sororidad,

Lucrecia Astronauta -Mujer Semilla-

¡NOS QUEREMOS VIVAS!

 

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4 comentarios

  • Analia
    4 años ago Reply

    Me encanto. Que hermoso

    • Lucrecia Astronauta
      4 años ago Reply

      muchas gracias, es un regalo llegar a tu corazón

  • Candela
    3 años ago Reply

    Este escrito me emocionó y movilizó cada celula de mi cuerpo. Cuanta ternura y fortaleza. Es bellísimo. Gracias.

    • Candela
      3 años ago Reply

      Este escrito me emocionó y movilizó cada celula de mi cuerpo. Cuanta ternura y fortaleza. Es bellísimo. Gracias.

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